LA COLUMNA
De Los Reporteros
Un hombre curtido en el ejercicio de la política brutal durante casi dos décadas y media como lo ha sido el gobernador, Javier Corral Jurado, choca de lleno con la figura de aprendiz plañidero, berrinchudo y obcecado, que trasluce ahora como jefe del mayor de los poderes del estado, el Ejecutivo.
Corral no es el Pancho Barrio que duró contados meses como alcalde de Juárez para brincar algunos años después a la gubernatura.
Cometió tantísimos errores el de Satevó al frente del Gobierno estatal que bastaron tres años para desfondar el saldo electoral conseguido en julio del 92; devolvió su mayoría de siempre al PRI en el Congreso del Estado y al cabo de seis años también regresó la gubernatura al tricolor.
Desde aquel tiempo el hoy mandatario estatal, Corral, empezó didácticas enseñanzas que le redituaron pingües espacios de poder, alcanzados a veces por las buenas, a veces por las malas. Bateaba como venía la bola. Bailó todos los ritmos.
Los mismos miramientos que tuvo para tratar a César Duarte en la tribuna del Senado de la República y arrebatarle la gubernatura, los tuvo para tratar a su correligionario Jorge Manzanera para hacerse de su segunda posición más importante al inicio del historial de poder, la dirigencia estatal del PAN.
No vayamos ni tan lejos ni tan cerca: en las urnas internas del PAN perdió Corral la candidatura al Senado pero con malicia inusitada movió los más altos hilos del poder federal y obtuvo el escaño en la mesa judicial, aplastando a Carlos Borruel y Cruz Pérez Cuéllar. Episodios cruentos para el terreno político.
Lamió con odio sus heridas en sonorosas derrotas que no por esperadas significaron tropiezos importantes. Su primera búsqueda por la gubernatura cuando inició la distancia sin retorno contra su compadre Cruz Pérez Cuéllar; después la intención por hacerse de la dirigencia nacional del PAN frente a un “muchachito imberbe” como era visto Ricardo Anaya. Tuvo amplio catálogo de dicterios hacia el líder nacional blanquiazul. Derecho de pataleo.
Tampoco por las buenas obtuvo la propia candidatura a gobernador en el proceso interno blanquiazul apenas el año pasado. Toda la maquinaria formal del PAN chihuahuense estaba lista para pasarle por encima y obsequiar la nominación a otras opciones, menos a él.
En una encerrona del Comité Ejecutivo Nacional (PAN), Corral se impuso sin misericordia frente a Juan Blanco, Teresa Ortuño, Carlos Borruel y hasta Carlos Angulo que habían gastado algo de recursos para aceitar la estructura interna. La candidatura fue obsequiada oficialmente por Anaya pero operada por Gustavo Madero.
Las artes usadas fueron las malas artes. Corral fue ‘dedodesignado’, tan simple como eso. Argumentos oficiales hubo muchos, extraoficiales también corrieron como ríos, entre ellos el pacto por México con Los Pinos.
Para efectos prácticos, al fin resultados positivos en una meta establecida.
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No es comprensible, entonces, porqué Corral actúa como el más inocente de los bisoños. No hay argumento consistente para colocarlo entre los recién salidos del cascarón porque haya tomado el poder estatal hace apenas medio año.
El gobernador la pasa furtivamente jugando golf y trasladándose en aviones privados como si no pudiera ser descubierto; no porque sea pecado hacerlo o porque no tenga dinero con qué querer, sino porque las condiciones del estado no lo permiten ni los resultados en la administración son lo suficientemente aceptables para merecer esos que son considerados lujos por donde quiera que se les vea.
No se entiende que un tipo malicioso y forjado en la ofensiva y en la defensiva reaccione furibundo cuando periodistas “descubren” que juega golf en Mazatlán, el Country Club de El Paso, o el San Francisco Country, mientras en la región noroeste de la entidad uno de sus principales objetivos en materia de crimen organizado, “El 80”, se bate a duelo con sus enemigos de banda liderados por “El Cabo” con saldo de muchos muertos, heridos y población aterrorizada.
“Tengo derecho al descanso”, argumentó lacónico, como si en espacios de poder semejantes pudiera haber momento para el reposo placentero. Si alguien sabe que en el modelo político mexicano no existen períodos vacacionales, es el propio gobernador. Todos los políticos toman sus descansos pero nadie los tiene específicamente calendarizados porque la población los reprueba. La percepción generalizada e histórica es que no se los merecen.
Casi momentos después de la refriega en el noroeste –Cuauhtémoc-Rubio– llegó el homicidio estrujante de la querida colega periodista, Miroslava Breach, conocida por décadas del propio gobernador y de miles de chihuahuenses, amiga del mandatario, amiga de decenas de periodistas.
No actuó el gobernador ni como amigo de la colega, ni como gobernador, ni como político graduado en la adversidad. Lo hizo a la defensiva, exculpando a su administración y adoptando actitudes soberbias y discriminatorias en el manejo informativo. Amén de los cero resultados en las investigaciones. Abundante material para sus críticos y para la sociedad observadora.
Creativo para las frases comunes, Corral se ha referido al manejo informativo como “mala leche” de periodistas que andan tras convenios publicitarios más que en búsqueda de la verdad en la generación de las noticias.
Esa no parece la reacción de un político maduro y calloso, más bien es la conducta errática de una persona confundida entre la realidad que le rodea y sus propias convicciones mentales: “Yo estoy bien, Ustedes mal”.
Podríamos coincidir en esa postura si el grueso de los chihuahuenses mantuviera su boleto comprado con el gobernador; si la mayoría lo aplaudiera y entrara en su defensa aún frente a su comportamiento.
“Las redes ahora son despiadadas”, ha dicho el vocero del Gobierno estatal, Antonio “Toño” Pinedo, al hacer alusión del drástico cambio que han sufrido los usuarios de redes hacia la figura del gobernador comparado con el caudillo de campaña. El héroe contra César Duarte, es ahora el nuevo villano.
Es así porque hay críticas exacerbadas a la intromisión en el Poder Judicial, a la entrega de contratos a empresas de amigos, a la frivolidad insólita del golf que en el caso de Duarte fue la debilidad por las pachangas con Juan Gabriel; a la carencia plena de obra pública.
Es así por el regreso de la violencia, por la intervención en la Universidad Autónoma de Chihuahua y en el Instituto de Transparencia, por las peleas contra el independiente alcalde de Juárez, Armando Cabada, por la larga lista de omisiones o acciones negativas.
Insistimos, el gobernador no es ningún neófito para ignorar el tremendo costo que un político debe pagar por todo lo relatado. La factura que está pagando por entregar la Fiscalía del Estado al PRI; la Secretaría de Innovación y la de Educación Pública a empresarios ajenos al bien común, otras áreas obsequiadas a personajes enfermos más de venganza contra los “sinvergüenzas” de la administración anterior que concentrados en reparar los andamiajes rotos.
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Algo grave ocurre en el interior del gobernador Corral que no le permite pensar siquiera como el político pragmático que debió ser frecuentemente para desarrollar con “éxito” su carrera.
Tenemos señas y prueba inequívocas de que el idealista se ha ido para no volver más. Por lo que sabemos ni siquiera su antiguo mentor, Pancho Barrio, tuvo esa cara afición por el deporte de los aristócratas, el golf; menos aquellos guías morales Gómez Morín, Castillo Peraza, González Luna, el encendido orador chihuahuense Carlos Chavira; Christlieb...
Aquellos líderes panistas que no retenían fragmentos u obras enteras de los fundadores eran repudiados por el hoy gobernador. Su “falta de contextura intelectual” –se decía de ellos- los conduciría por los mismos senderos de los priistas caciques y corruptos.
Todo eso permanece en el olvido, incluido el código de ética sustituto de la foto de César Duarte en las oficinas del Gobierno estatal.
Es posible, entonces, que Corral pretenda ser más duro y más férreo que sus antecesores o que su competencia política. Lo está logrando en contados casos como el Tribunal de Justicia, no en llevar a la cárcel a Duarte, no en disminuir la inseguridad, no en convencer a medios de comunicación, ni a periodistas ni líderes sociales, no en controlar a los poderosos sindicatos de maestros y de obreros...
Las dificultades abruman a la imagen de Corral pero Corral no parece consciente de esa realidad, o al menos no lo manifiesta en su proceder cotidiano. Sabe que la aprobación ciudadana hacia su administración quizá anda en el cuatro por ciento... y en descenso.
El plato roto del desinterés, sea por soberbia, sea por orgullo, o franca ineptitud hacia la administración pública, lo están pagando todos los chihuahuenses. No aparece ni el rudo ni el idealista para superar la grave problemática que sufre el estado.