Opinion

Recuerdo fronterizo

Cecilia Ester Castañeda

2017-03-22

Uno de los recuerdos más nítidos de
 mi infancia en los años 
60 es pasar
 regularmente por el puente para ir de Ciudad Juárez a El Paso, Texas.
En aquel tiempo el cruce internacional sólo se hacía por el centro —no había otros puentes ni, probablemente, más zonas comerciales— y la variedad de productos disponible del lado mexicano era muy reducida. Antes de los artículos gancho, los tratados comerciales, la globalización y las devaluaciones del peso, los negocios de Ciudad Juárez distaban de poder competir con los de El Paso. Por lo tanto muchos juarenses surtían sus despensas en la vecina ciudad.
Cruzar, claro, era más fácil. En Estados Unidos no había esa fobia hacia lo extranjero. La buena voluntad fronteriza se reflejaba en detalles como la falta de vencimiento de los pasaportes locales o en el gran número de estudiantes nacidos del lado americano que se inscribían en escuelas públicas mexicanas presentando solamente el comprobante recibido —ni siquiera el acta de nacimiento— en el hospital.
Y los menores mexicanos de 12 años o menos pasábamos con el pasaporte de nuestras mamás, donde se anotaban simplemente nuestros nombres y edad debajo de la fotografía de ella. Las revisiones, desde luego, no eran tan estrictas o tardadas.
Al menos eso me parecía a mí.
Yo veía aquellas salidas como algo divertido, emocionante, de donde siempre regresaba con una prenda para estrenar y comiendo golosinas después de haber caminado lo que me parecía una eternidad.
El rito empezaba tomando tranvías o un “camión rojo”, esos enormes autobuses binacionales con agarraderas individuales de hule colgando en alto para los pasajeros que no alcanzaron asiento. Al llegar al lado americano del puente todo mundo bajaba a fin de hacer fila en la inspección migratoria y volver a abordar el camión pasadas las garitas. Luego, cuadras más adelante, había que descender e iniciar a pie el recorrido por cuadras repletas de compradores mexicanos.
Esas escenas me vienen a la mente al enterarme del próximo cierre de la sucursal de JC Penney situada en San Antonio y Stanton. Ese establecimiento, junto con la ya desaparecida La Popular que se encontraba enfrente, y Kress, de la calle Mills, representaba el punto focal de una activa zona emblemática para paseños y juarenses. Eran muestra de la gama de tiendas departamentales estadounidenses: la Kress con productos más baratos y su fuente de sodas; la elegante La Popular de varios pisos y capital local; JC Penney, dirigida a una clientela intermedia.
Probablemente muchos habitantes de ambos lados de la frontera sacaron su primer crédito en alguno de estos dos últimos establecimientos —en particular La Popular era famosa por la facilidad con la que lo otorgaba, algo por lo cual gran número de fronterizos recuerda también a la joyería Zales—. Quizá también la mayoría de los juarenses de esa época conocieron ahí las tarjetas de crédito.
La sucursal de JC Penney en el centro de El Paso fue la primera inaugurada en la localidad, hace 88 años. Con sus mesas con pilas de artículos y el diseño antiguo de su edificio aún se ve distinta a las que le siguieron en centros comerciales. Tiene piso de madera, mezzanine, sótano. A mí todavía me parece ver las altas cajas registradoras con hileras de botones con las cuales alguna vez identifiqué la modernidad.
Pero esas máquinas ya no existen, como tampoco se publica ya el grueso catálogo de productos que yo usaba para descubrir novedades e inventar historias tomando como personajes a los modelos cuyo rostro me sabía de memoria. Son cosas desaparecidas con el cambio de prácticas comerciales, de competencia, de tecnología.
Ciertamente hace mucho tiempo no visito el centro de la vecina ciudad. De hecho, casi no voy a El Paso. Pero quiero entrar otra vez al antiguo edificio de JC Penney. Si me devuelvo al puente por la Stanton quizá vuelva a toparme en la fuente de sodas de alguna tienda aquel póster que nunca he olvidado: mientras en cada mano sostiene un cono con 10 bolas de nieve una niñita con vestido dominguero, sombrero y trencitas mira sus calzones caídos entre sus tobillos sin saber qué hacer.
¡Ojalá hoy fueran así los dilemas en la frontera tan distinta a la de ese entonces!.

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