Opinion

Destape en Chiapas

Raymundo Riva Palacio

2017-03-20

Ciudad de México— Fuera de toda circunspección, el sábado 11 de marzo pasado se dio el destape del PRI para la gubernatura de Chiapas, en Yucatán. Falta mucho tiempo para esa elección que será en el verano de 2018, pero no importó. Adversarios en el gabinete, como los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y el de Educación, Aurelio Nuño, fueron acompañados por el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, para ungir informalmente a Roberto Albores Gleason, como próximo abanderado al Gobierno estatal. Para ir al futuro, se fueron al pasado. Asunto de amistades y componendas presidenciales, concretadas al amparo de una boda con una cargada política de potencia nuclear.
Albores Gleason, hijo de un gobernador interino en Chiapas, se casó con Karla Esmeralda Méndez Marrufo tras una fugaz relación, en una ceremonia civil y religiosa en la fastuosa vieja hacienda henequenera Tekik de Regil, cerca de Mérida. Prohibieron el paso a la prensa porque no querían los organizadores del evento que la opinión pública registrara lo sucedido. Sabadazo electoral con la venia del presidente Enrique Peña Nieto. Sus secretarios enfrentados, Osorio Chong y Nuño, firmaron como testigos del novio, al igual que Ochoa, quien será el encargado de preparar más adelante la convocatoria de registro de candidatos, a modo, como es la marca de la casa, para el regreso a Chiapas de la naftalina.
La boda estuvo llena de símbolos. El más importante, lo irrelevante del sentir y pensar de los priistas chiapanecos, músicos de acompañamiento porque quien manda allá no son ellos, sino el Centro. En julio del año pasado, como botón del desprecio, 10 exlíderes del partido en el estado le pidieron a Ochoa la remoción inmediata de Albores Gleason por haber violado los estatutos del partido y permanecer irregularmente en el cargo. Nadie les hizo caso. El recién casado también fue uno de los responsables de la caída del PRI en el estado por su mala operación política en los últimos años, pero tampoco cuenta. Albores Gleason es protegido del exgobernador Juan Sabines, amigo cercano de Peña Nieto, que no fue perseguido por la deuda superior a los 40 mil millones de pesos que dejó en el estado, sino protegido por el presidente, que lo nombró cónsul en Orlando.
La apuesta por Albores Gleason es por un modelo autócrata, represivo y despilfarrador, como fue el gobierno de Sabines, un político fiscalmente irresponsable y frívolo, del que tanto abreva el extraoficialmente ungido. Sabines fue precursor de los abusos que cometieron otros gobernadores peñistas, y pensar en su delfín como candidato, es creer que la vieja forma de hacer campañas, distribuyendo dinero a través de programas sociales y cooptando a la oposición o silenciando a la disidencia y la prensa crítica, será el camino de la victoria en el estratégico estado en la difícil frontera sur.
Eso no importa en Los Pinos. A la hacienda llegó la caballería política peñista y algunos más, de la órbita priista. Estuvo el secretario de Salud, José Narro, con el procurador Raúl Cervantes y el coordinador del PRI en el Senado, Emilio Gamboa. También los gobernadores de Campeche, Chiapas, Colima, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo, Yucatán y Zacatecas. Cargada política para que le quedara claro al gobernador chiapaneco, Manuel Velasco, quién es el escogido en el Centro. El Verde dejó de ser útil, es casi un lastre, y él no pondrá candidato; se lo impondrá Peña Nieto, el hacedor electoral.
La elección en Chiapas se resolverá de manera concurrente como la elección presidencial, pero ahí, como no ha sucedido con las otras entidades que coinciden en el proceso, se están tomando decisiones adelantadas con un propósito que no se podría entender fuera de la necesidad de frenar el avance de Andrés Manuel López Obrador y Morena en el sureste mexicano. El fenómeno del crecimiento del líder de la izquierda social en el estado ha ratificado el avance de ese partido en las últimas elecciones federales y estatales. En 2015, primera elección de Morena como partido, pasó a dominar la Ciudad de México, bastión de la izquierda, y el año pasado avanzó meteóricamente como fuerza política en Veracruz y Oaxaca, principalmente, pero significativamente en plazas como Puebla.
Morena no existía cuando Velasco ganó la gubernatura en 2012 con la coalición Verde y PRI, con 49.93 por ciento del voto. En 2012, Peña Nieto ganó por casi 15 puntos porcentuales a López Obrador en Chiapas, pero las del 2018 tendrán como contexto su desgaste y el del gobierno federal, así como la anulación como operador político, como quedó de manifiesto en la boda, del gobernador Velasco. No está claro cómo podrá funcionar la fórmula del viejo PRI, si la recete del desacreditado Sabines sea ganadora, o si en las condiciones de vulnerabilidad electoral que vive el partido en el gobierno en varias regiones del país, la opción de Albores Gleason sea la mejor.
El destape en Chiapas, para quien no milita en el PRI, por tanto, se da en un buen momento para analizar perfiles de candidatas o candidatos y revisar posibilidades de alianza, lo que podría darse con el binomio PAN-PRD pero no, en el contexto actual, con Morena. De cualquier forma, con las cartas claras del PRI, el juego se abrió para todos. Incluso para los priistas que sufrieron con Sabines que han sido excluidos por Albores Gleason, y para quienes que lo único que desearían, por las experiencias vividas en aquellos años, es que ese grupo político no regrese al poder.


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