Opinion

La Justicia Indígena X

Carlos Murillo

2017-03-18

“De repente me llegó el coraje y me arrepentí, pero ya lo había hecho (...) sí andaba tomado (...) fue un ratito y se me apagó el sentido”, eso me dijo Rodrigo, un tarahumara condenado por homicidio en el Cereso de Guachochi.
Loïc Wacquant, hace una denuncia sobre el sistema penal y penitenciario en las naciones de occidente, sus resultados tanto en la investigación etnográfica, como en el análisis de estadísticas, lo llevan a lanzar una premisa “se está criminalizando la pobreza”, porque las cárceles están llenas de pobres y principalmente de minorías marginadas.
Algo así considero que sucede en Chihuahua, se está criminalizando la cultura rarámuri, porque las condiciones de vulnerabilidad para cometer un crimen y también para ser víctima de ese crimen, apuntan a las tradiciones de los tarahumaras.
La historia de Rodrigo se repite frecuentemente en los indígenas presos. En otro artículo ya había hecho una referencia a la conexión que existe entre la danza, el tesgüino y la criminalidad, principalmente esto sucede porque los rarámuris tienen un calendario con muchas fiestas tradicionales durante el año, según el antropólogo Juan Cajas Castro, en estas celebraciones la tradición es danzar y consumir alcohol, a veces en exceso y esta conducta es más riesgosa para que se cometa un crimen.
Lo mismo que sucede con la población mestiza en México o en cualquier parte del mundo, todas las culturas tienen en sus tradiciones ciertos rituales del ocio y el placer que eventualmente pueden hacer que pierdan el sentido.
Sin embargo, para valorar esa conducta también hay una noción estética del consumo de sustancias; mientras un europeo en
México busca una
experiencia mística
para fumar mariguana y el gringo viene a divertirse como turista en el Spring Break en las playas, por otro lado, el tarahumara es un borracho por consumir tesgüino Y, aunque todos hacen lo mismo, en el caso de los indígenas se les acusa de una conducta retorcida asumiendo que están lejos de la civilización occidentalizada.
Una reflexión obligada en el tema de la justicia indígena en la Sierra Tarahumara, apunta al origen de la criminalidad en los rarámuris, esto implica preguntarse, ¿por qué delinquen los indígenas?.
El secreto peor guardado en las localidades con mayoría de población indígena, es que el exceso en el consumo de alcohol en las fiestas tradicionales es uno de los principales motivos por los que se cometen delitos.
Para Luis Rodríguez Manzanera, la criminogénesis “es el estudio del origen o principio de la condición criminal”, en otras palabras son las causas que se presentan antes de que se cometa el delito y son susceptibles de un análisis que permita determinar algunas líneas de investigación para los criminólogos.
Por otro lado, la victimogénesis es el estudio de los factores que predisponen a ciertos individuos a tener más riesgos que otros de ser objeto de delitos, según César Augusto Giner Alegría.
Los tarahumaras, entre la predisposición a ser criminales (según nuestro sistema penal) y también a ser víctimas, se encuentran entre la espada y la pared, porque su condición de vulnerabilidad es alarmante, pero el Estado poco hace por resolver esa problemática.
La situación de marginación económica en la Sierra Tarahumara es alarmante, según la Coneval, la mayoría están en un grado de marginación muy alto, algo que no ha cambiado.
Sin embargo, mientras el Estado acepta la marginación, sus programas para resolver el problema están pensados bajo la premisa de que la respuesta es el asistencialismo que tiene 50 años sin funcionar, algo absurdo e ingenuo. Usando una expresión de Robert Alexy, es la respuesta “boba”.
En la lógica del Estado mexicano, la atención para estos grupos sociales se reduce a la entrega de “apoyos” como despensas, cobijas, calentones, semillas para sembrar en el mejor de los casos, pequeñas escuelas, a veces con un solo maestro, centros de salud, entre otros, que terminan por ser paliativos que sirven al gobierno en turno para generar un tráfico de “apoyos” que nutre el clientelismo de los partidos políticos.
Fuera de la ley, los otros “chabochis”, los del crimen organizado, reclutan a los jóvenes tarahumaras para sembrar amapola o mariguana en los poblados cercanos a Guachochi.
Y, finalmente, el exceso en el consumo de alcohol de los tarahumaras, es la marca social que cargan, por un análisis superficial que trata de reducir el problema de manera simplista, no hay un esfuerzo serio, ni del gobierno, ni de las organizaciones de la sociedad civil por intentar acercarse a la cultura rarámuri, más allá de seguir con las mismas etiquetas y encogerse los hombros para decir que no se puede hacer más.
Para Saúl, operador jurídico entrevistado en Guachochi, en su experiencia, el consumo de tesgüino tiene una conexión con la criminalidad, lo explica de la siguiente manera: “Por ejemplo, ahí te va... en una tesgüinada surge un pleito se matan dos personas y a fin de cuentas el detenido es remitido a las autoridades civiles mestizas (...) en cualquier fiesta donde hay alcohol es factible que pueda surgir alguna conducta antisocial por parte de los parroquianos, eso no es privativo de las comunidades indígenas, eso pasa en cualquier sociedad, como dicen hasta en las mejores familias... lo que pasa es que, como los indígenas son un grupo humano más marginado, entonces, ehh... son menos dados a poder autocontrolarse o contenerse al momento de ingerir bebidas embriagantes, entonces insisto, esto le puede pasar a cualquier persona y en cualquier sociedad, pero con el indígena como es más vulnerable, es más... este... proclive a incurrir en ese tipo de situaciones por todo el factor situacional que lo rodea, no que el sea, no que el tenga disposición personal, sino más bien al factor situacional que lo envuelve, lo que lo hace más proclive a caer en ese tipo de situaciones (...)”.
Para este juez penal, el estigma de los tarahumaras que se representan como un pueblo rezagado, bajo el discurso de la marginación y la vulnerabilidad, por lo que es más proclive a este tipo de situaciones, eso piensa la mayoría, sin siquiera preguntarse porqué.
Sin justicia social, ni justicia penal, los tarahumaras siguen en una condición de vulnerabilidad donde solamente existen paliativos, quizá no se ha encontrado la solución, pero lo peor es que se ha dejado de buscar.

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