Opinion

Volver a lo básico

Jesús Antonio Camarillo

2017-03-17

Quizá sin exagerar, la longevidad de un mexicano del siglo XX y lo que va del XXI puede calcularse al tenor del número de reformas educativas de la que ha sido testigo. Y en el caso de los agraciados que han tenido oportunidad de transitar por los diferentes niveles del sistema educativo, un buen ejercicio consistiría en calcular por cuantas reformas fue atravesado su trayecto por las aulas. Sergio Sarmiento, en un artículo periodístico reciente, hizo un recuento de la serie de reformas que se han verificado a partir de que el legendario José Vasconcelos, -en el gobierno de Álvaro Obregón-, creó la Secretaría de Educación Pública. Muchos años han pasado desde que el autor de “La Raza Cósmica” (1925), diera profundos vuelcos en la enseñanza de nuestro país. Sarmiento sólo señala del periodo vasconcelista la centralización de la instrucción que antes era responsabilidad de las entidades federativas en un momento histórico en el que, efectivamente, lo menos que interesaba a los gobernadores era el problema educativo.
Pero quizá sea este el momento de recordar, así sea brevemente, el monumental trabajo que este intelectual hizo a favor del desarrollo educativo en México. El punto de partida es el reconocimiento de que Vasconcelos tenía una idea clara del problema educativo, elemento del que otros empeñosos reformadores han carecido.
Así, midiendo intuitivamente el pulso social, llevó la educación e inclusive la “alta cultura” a todos los rincones del país, logrando que las obras maestras del pensamiento universal cayeran como gotas de lluvia caudalosa en las zonas más áridas y alejadas de los centros tradicionales de la ciencia, la cultura y la tecnología.
Y aunque es claro que Vasconcelos no resolvió de una vez y para siempre el problema educativo en México, la “popularización” del conocimiento, mediante mecanismos aparentemente tan básicos como la creación de bibliotecas, el impulso de la educación rural, el apabullante tiraje de libros a precios accesibles, entre otras medidas, representa uno de los activos democráticos que históricamente serán recordados como un cambio realmente sustantivo.
Se trataba entonces de empezar por lo básico: que la gente leyera. Con el paso de los años, la búsqueda del éxito educativo ha ido por diferentes y contradictorios caminos. Pareciera que no hay sexenio en el que no se intente exaltar la posesión de la varita mágica que nos sacará del pantano.
Bajo esa dinámica, he escuchado miles de veces la expresión: aprender a aprender. Y lo único que uno aprehende –así con h intermedia- es que los sexenios terminan y nadie aprende a aprender, porque se pone todo el énfasis en supuestos métodos para aprender y se olvida lo sustantivo del conocimiento. Quizá de ahí a la franca simulación, hay un solo paso.
En una declaración reciente, en la Feria Universitaria del Libro organizada por la Universidad de Nuevo León, el rector de la UNAM, Enrique Graue, señaló que “No habrá reforma educativa que valga, si no podemos hacer que nuestro pueblo lea, comprenda lo que lee y aspire a superarse”.
Eso que dijo el rector de la máxima casa de estudios del país, es precisamente lo que Vasconcelos buscaba. Y lo hizo por los caminos más elementales. Por ello, quizá sea tiempo de volver a lo más básico. México, Ciudad Juárez, lo están esperando desde hace muchos años.

 

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