Opinion

La valentía del amor

Miriam A. Ornelas

2017-03-09

El miércoles ocho de 
marzo se conmemoró en el mundo el Día Internacional de la 
Mujer. Las manifestaciones en pro de los derechos de la mujer tuvieron motivos distintos entre los que prevaleció la inconformidad por la violencia y abuso que viven las féminas por el simple hecho de ser mujeres, lo cual evidencia una gran desconsideración propia de sociedades de cobardes que las aplastan por el hecho, común denominador, de ser relativamente débiles.
Esta violencia que, de acuerdo a datos internacionales registra 12 asesinatos diarios de mujeres de los cuales ocho se producen sólo en México, es el resultado de la cobardía de algunos seres humanos no solamente varones, sino aprovechados de su superioridad física o de posición para agredir impunemente a personas más débiles que ellos, como lo son algunas mujeres pero que también lo son niños, ancianos y enfermos.
En este sentido debemos reflexionar sobre la esencia de la verdadera fuerza. A mi juicio esta radica en la capacidad de amar. En este campo la condición femenina nos dispone naturalmente a ser los seres más fuertes sobre la creación porque en nada se compara la intensidad del amor maternal para con el amor paternal o cualquier otro tipo de sentimiento.
Por ser madres naturales las mujeres nacemos más fuertes que nuestros compañeros varones. Por el amor a nuestros hijos proyectamos ese gran sentimiento divino hacia nuestros esposos y a nuestra familia próxima y ampliada; y por el amor, que es nuestro sentimiento natural, adquirimos la valentía física para enfrentarnos a cualquier situación en cualquier plano. No olvidemos que la valentía física es un instinto animal pero la valentía moral es mucho mayor y nos proporciona un coraje más auténtico, capaz de enfrentar largos periodos de desgracias.
Lo más triste es que muchas veces este amor nos esclaviza ante el ser amado y se convierte en una limitante a la hora de responder a una agresión o arbitrariedad que bien puede venir del esposo o de nuestros propios hijos. Hay personas que se aprovechan del amor que les tenemos para abusar. Estos individuos, que pueden ser nuestros compañeros, nuestros familiares, amigos y desgraciadamente, nuestros propios hijos, no son más que cobardes porque son incapaces de sentir y mostrar amor, ese amor que trata de imitar al de Dios Nuestro Señor y que tan sólo es una prerrogativa exclusiva de los valientes.
Equivocadamente se nos cataloga como un sexo débil pero esto es una falacia, una idea mal entendida y un aprovechamiento de nuestra condescendencia y tolerancia para con las personas que por muchas razones amamos y que muchas veces son las que más abusan de nosotras.
Tal vez el problema se resolvería con una reacción represiva contra cualquier intento de abuso por insignificante que fuera, como una reacción automática a la que muchas mujeres no somos tan afectas porque creemos que al final de todo será el amor el que triunfe. Pero no se equivoquen, así como sabemos amar hasta el martirio a la hora de la venganza podemos ser especialmente salvajes.
Pero no por esa aparente debilidad que nos ocasiona el amor debemos de sentirnos menospreciadas porque todos los sentimientos nobles de nuestra especie humana se originan en el amor que es la fuente primaria de la lealtad. La lealtad y la devoción que nos inclina a cuidar de nuestros seres queridos enfermos o desvalidos y que muchas veces alimenta la vocación del martirio. Pienso que la lealtad y la devoción nos conducen a la valentía y la valentía nos conduce al espíritu de sacrificio y este espíritu de sacrificio es la suprema confianza en el poder del amor.
Si alguna cualidad debe reconocerse en la mujer internacional es su capacidad de amar, esa capacidad que no es sinónimo de mansedumbre, producto de un corazón débil, sino todo lo contrario, que es muestra de la riqueza emocional que sólo las mujeres tenemos capacidad de brindar a la humanidad en un alarde de riqueza espiritual que al final, en todas nuestras organizaciones familiares nos ha llevado a ocupar el centro de los corazones, por el amor que sólo nosotras somos capaces de sentir y de expresar en esa dimensión épica en que la sentimos. Ni princesas ni esclavas, ni tontas ni débiles, simplemente amamos. Esa es nuestra fuerza y nuestra debilidad.

 

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