Opinion

Olmos, álamos y moros

Cecilia Ester Castañeda

2017-03-08

Decía mi papá
 que el árbol
 más común
 en Ciudad Juárez era el olmo. Según un
 estudio de la UACJ, en los años 90, a orillas de las acequias se contabilizaban miles de árboles crecidos de manera natural: álamos, sauces, moros, pero, sobre todo, olmos. Y uno de los recuerdos más atesorados de mi infancia es el crujir de las hojas en las banquetas cuando las pisaba con emoción.
Ignoro si serían las ovales hojas dentadas del longevo olmo. Sólo sé que el esperado otoño era un festín dorado y más valía apresurarse a hacer pedacitos ese regalo natural antes de la inevitable llegada de las escobas o las reprimendas por hacer “basura”. Cada año cambiaba el color de jardines y parques. Con ello, las altas copas sombreadas bajaban al suelo dispersas por el viento.
Por eso sentí nostalgia al leer recientemente la noticia de que la totalidad de los olmos y álamos del Chamizal se cambiarán por pinos afganos —¿y las sombras?— de acuerdo con la propuesta del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP) para solucionar el problema de las plagas en el marco de la remodelación conmemorativa por los 50 años de la entrega del parque. Tal vez haya llegado el momento de modificar la identidad arbórea de la ciudad, no lo sé, ni conozco a fondo los argumentos empleados por el IMIP. Definitivamente, replantear en serio el tipo de vegetación urbana que pretendemos debió haberse hecho hace años.
Pero me preocupan varios datos del proyecto municipal publicados por El Diario. Para empezar, al parecer Parques y Jardines desconoce el número de árboles restantes en lo que queda del histórico espacio así cómo cuántos están afectados por la plaga —de hecho, da la impresión de pensarse disponer de las 333 hectáreas originales del terreno cuando, universidades y dependencias más o vialidades menos, el saqueo al “pulmón de la ciudad” ha sido constante—. Sin los datos más elementales, ¿cómo se puede realizar un diagnóstico o diseñar un plan? Fácil, se hace a ciegas y sin riesgo de poderse medir su efectividad o falta de ésta.
Según la información, el subdirector de Parques y Jardines, Edmundo Urrutia Beall, anunció un programa de sustentabilidad en el cual se incorpore “flora de la zona desértica” para luego manifestar “aquí como tenemos agua tratada podemos apostar por cualquier tipo de vegetación...”. En vista de los áridos parches que abundan en el Parque Central con todo y su planta tratadora y del regular escaso seguimiento a los programas de otras administraciones, me parece una declaración como mínimo desafortunada. En esta época de sequías en aumento, incertidumbre en las relaciones binacionales y futura explosión poblacional fronteriza, sin embargo, a mi parecer en boca de un funcionario público se trata de palabras irresponsables.
Tradicionalmente en Ciudad Juárez no existe una cultura donde se aproveche —valore incluso— la flora local. Lo anterior se nota en espacios verdes y ferias para el jardín, donde generalmente se ofrecen especies de otras latitudes y con necesidades de agua fuera de la realidad regional. Un caso extremo lo vimos al secarse durante la helada de hace unos años las palmas que un vivero había popularizado en la frontera.
Sin embargo, la información existe. No sólo egresaron aquí por décadas ingenieros de la Escuela de Agricultura, sino que, en El Paso, instancias como el Museo Centennial de UTEP tienen publicaciones sobre vegetación regional donde se recomiendan especies.
“La mayoría de las personas no se dan cuenta sobre la importancia de los árboles en el entorno urbano. No piensan en los árboles de la ciudad como bosque, un bosque comunitario que aporta beneficios como aumentar el valor de la propiedad, mejorar la calidad del agua, reducir los escurrimientos pluviales, conservar energía, mejorar la calidad del aire, servir de sustento para la vida silvestre y mucho más”, dice en una guía para plantar el Consejo de Silvicultura Urbana del Poniente de Texas.
Es hora de poner atención a esas voces. O corremos el riesgo de dejar sin sombra espacios como el mayor centro recreativo familiar al aire libre en la ciudad, justamente cuando se aproxima la primavera.

 

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