Opinion

No es sólo la impunidad

Cecilia Ester Castañeda

2017-02-18

La violencia local y estatal de las últimas semanas nos muestra nuestro lado oscuro, como una sombra siempre al acecho que a la menor oportunidad salta para recordarnos: la lucha continúa. Porque no, no hemos salido victoriosos. Cada ser humano muerto de forma violenta —en los primeros 46 días del 2017 en Ciudad Juárez se registraron 102 homicidios y por lo menos 232 en el estado, según El Diario— representa un foco rojo sobre los pendientes sin resolver como sociedad.
El repunte en los delitos de alto impacto no se ha reflejado en un nivel similar de justicia, lamentablemente. A nivel local, por ejemplo, apenas se han esclarecido el 10 por ciento de los homicidios perpetrados el presente año, señalan cifras de la Fiscalía General del Estado.
Por eso es tan común mencionar a la impunidad como la razón de la preocupante nueva ola violenta. Sin embargo, si alguna lección nos dejó la última década en esta frontera es que las condiciones de peligro afrontadas por los juarenses tuvieron múltiples causas.
Resulta más sencillo atribuir todos nuestros problemas a un único culpable —si no lo cree, mire el éxito de Trump responsabilizando a los demás por la situación de Estados Unidos—. Pero la respuesta casi nunca es fácil. La sociedad actual es tan compleja y se encuentra tan interconectada que resulta imposible la existencia de un solo factor capaz de trastocar así como así nuestra vida en común. Socialmente, formamos parte de un sistema general y de situaciones a varios niveles que interactúan de mil maneras con variables personales.
Sí, ya sé, la impunidad juega un papel importante. Además a 
la delincuencia 
organizada de 
repente le da 
por jugar a las guerritas en nuestras calles. Pero ni hombres armados sintiéndose inmunes a la ley podrían hacer de las suyas si no fuera por el hecho de que aquí se ha dado un conjunto de condiciones que lo permiten. Algunas son globales, otras nacionales, regionales, locales. Se relacionan con el sistema, con situaciones particulares, o con factores a nivel personal incluso.
La endeble cultura de la legalidad, por ejemplo, ha perseguido por mucho tiempo a nuestro país. En la frontera norte, ha servido a fin de contrarrestar las deficiencias del sistema centralista y aprovechar la cercanía de Estados Unidos, pero también ha permeado numerosas esferas de la vida comunitaria —como el paso de mercancías— hasta volverla un monstruo difícil de controlar.
Luego, pareciera imposible voltear a un lado donde no haya golpes, gritos, empujones o insultos. En el hogar, en la televisión, en la calle, se aplauden los gestos violentos y de bravuconería. ¿Tiene algo de raro entonces que se haya intensificado a tal grado la violencia en una sociedad donde no sólo se ve con toda naturalidad sino que se exalta?.
Por si fuera poco, la fragmentación y la apatía han dificultado la labor coordinada de todos los sectores juarenses para sacar adelante a nuestra comunidad. Pero los males característicos de las ciudades grandes, cuyos habitantes casi no conviven entre sí y muchos menos trabajan en equipo, se notan en cada vecino que deja su basura en la banqueta de enfrente y en la indiferencia hacia los problemas de sectores con los cuales no se siente nada en común aunque estén en la misma población.
En este contexto han crecido generaciones individualizadas criadas con tecnología e información que ofrecen las bondades de un mundo materialista al alcance de todos. Sus miembros se saben con derechos y merecedores de los avances de la humanidad pero, al mismo tiempo, no se identifican con los valores de sus padres. Les ha tocado una vida de estímulos tan rápidos, que esperan gratificaciones instantáneas y desconocen el valor de la perseverancia o la cohesión.
Otros menores se han criado prácticamente solos, víctimas de una sociedad de familias monoparentales de padres —casi siempre madres— solos sin apoyo que se ausentan para trabajar largas jornadas en empleos de escasa remuneración y alejados de sus domicilios. Son niños que encuentran en las calles su hogar, su sentido de pertenencia, sus modelos a seguir y sus logros, con todos los riesgos de lo anterior.
Esos sectores marginados prácticamente sin acceso a vías para que se reconozca socialmente su valor y potencial como seres humanos, ¿cómo desarrollan su talento, su autoestima, su optimismo en el futuro, su orgullo por formar parte de la comunidad? ¿Qué estímulo tienen para seguir las reglas cuando se desconocen ejemplos positivos a seguir surgidos de su entorno, un entorno aparentemente olvidado y poco valorado? No es de extrañar que algunos lleguen a sentir un alto grado de frustración.
La misma ciudad padece falta de arraigo. Y si alguien no conoce la historia ni los motivos para enorgullecerse de su comunidad, si relaciona las oportunidades con otras latitudes, si no planea su futuro aquí, es menos probable que cuide los espacios comunes o se involucre como ciudadano en busca de mejorar las condiciones de vida. Obviamente, a la hora de una crisis no se le ocurrirá contribuir a la solución.
La lista de los facilitadores de la violencia es larga. Sin embargo no quiero dejar de mencionar el hecho de que la recaudación fiscal en Ciudad Juárez siempre ha distado con mucho de ser suficiente, algo exacerbado, entre otros factores, por el amplio sector informal y el esquema maquilador. Y por otra parte, si bien las rutas de trasiego cambian, mientras Ciudad Juárez siga siendo frontera y Estados Unidos tenga un alto consumo de drogas ilícitas el peligro del narcotráfico siempre estará latente.
Lo importante, creo, es tener en cuenta que la lucha por recuperar la seguridad se libra en muchos frentes. No podemos esperar que haya una varita mágica capaz de corregir en un abrir y cerrar de ojos todos los desaciertos, faltas, omisiones e imprevistos, algunos de ellos acumulados desde hace decenios enteros, que se reflejan en una situación caótica —en cuanto a las medidas de mano dura, inclusive en un estudio de la Cámara de Senadores ya se determinó que involucrar al Ejército en el combate al crimen organizado resultó contraproducente para los índices de violencia.
Pero a nuestro alcance sí está asumir nuestra responsabilidad contribuyendo a una cultura de paz urbana, en el entendido de que se trata de un proceso desarrollado en cada momento y espacio de nuestra vida.

X