Opinion

El brindis del bohemio constitucional

Jesús Antonio Camarillo

2017-02-17

Los primeros días 
de febrero trajeron consigo continuas celebraciones en el marco del centenario de la promulgación de la Constitución mexicana. Era de esperarse, pocas veces una carta normativa fundamental sobrevive la friolera de años que la nuestra trae consigo. Las centenas de reformas y modificaciones no hacen mella en el encanto mismo de la idealización de una estructura fundamental que se torna símbolo axiológico y epicentro de ambiguos sentimientos de unidad e identidad.

Como se apreció recientemente, Ciudad Juárez no escapó al dulce encanto de otra fiesta. Múltiples foros, congresos y seminarios se organizaron en su honor. Los menos serios abusando como siempre de una perorata constitucionalista que ya suena francamente risible, en eventos que muy lejanos a un mínimo sentido crítico y analítico, se convierten casi casi en concursos para ver quien compone la mejor oda sobre el texto constitucional. En esas competencias suele ganar el que adopte mejor los vocablos “patria”, “amor”, “justicia”, “sangre”, “hijos” “espíritu” “pueblo” “suspiro” y otros de la misma especie.

Aquí, la entonación del emisor del discurso que quiera verse mejor tendrá que tener un tono meloso y en ocasiones al borde del llanto. Las dotes persuasivas impactarán al público que, muchas de las veces, sin saber con qué se come eso que llaman “nuestra Constitución”, saldrá convencida de que la suya es una de las más bonitas del mundo.

Pero más allá de este escenario descrito y, por cierto, no exclusivo de nuestros más cercanos entornos, se requieren y por supuesto no faltaron voces que trataron de pintar su raya con relación a esa empalagosa forma de abordar algo que debe tomarse un poco más en serio.

Y tomársela de ese modo significa tener presente un conjunto de ideas regulativas básicas, que a manera de prescripciones podrían ser las siguientes: primero, dar un paso atrás con relación al objeto del que se habla. Esto es, si usted está o dice estar enamorado de su Constitución, mejor no hable de ella. En un foro como esos uno esperaría que usted fuera más allá del brindis del bohemio. Para ello, deberá tomar distancia, pues aunque la objetividad a ultranza no existe, admítala como una mínima pretensión. Ello quizá, le permitirá decir cosas de la carta magna sin soltar una lágrima. No lo consideraremos traidor a la patria si usted se atreve a decir que su Constitución tiene un grado de ineficacia superlativo; o que la reforma de junio de 2011 del artículo primero es demasiado tardía y los intérpretes constitucionales ni siquiera entienden sus alcances.

Segunda regla: quítese de su cabeza que su Constitución es y ha sido la mejor del mundo y que después de su promulgación, México cambió de una vez y para siempre. Esa es una afirmación demasiado temeraria y no soportará, en el primero de los aspectos, un ejercicio iuscomparativo riguroso. La nuestra no es ni ha sido la más influyente y el modelo que el resto de los países ha seguido. Es una más, entre muchos otros diseños que han servido en el mundo para que una interacción normativa se verifique. ¿Ejerció relativa influencia para otros modelos? Sí; ¿Es lo mejor del mundo prescriptivo? No.

Tercera regla: No utilice el patrioterismo como esquema de explicitación conceptual para articular su glosa; antes bien, introduzca nuevos parámetros para leerla. Existe a su alcance toda una teoría general de la interpretación constitucional que le permitirá decir algo más que los lugares comunes que se vierten en muchos de esos eventos. Anticipo en este punto que aquí tendrá que recurrir a ambientes externos. No se alude aquí a una teoría general de la interpretación de la Constitución mexicana, no, sino más bien a una que desborda el tratamiento que las “vacas sagradas” del constitucionalismo mexicano tradicional construyeron durante décadas, pero que hoy es necesario contrastarla con múltiples modelos teóricos que han erigido un constitucionalismo contemporáneo que marca el estado de la cuestión.

Pero en fin, estas son solamente sugerencias. Después de todo, el brindis del bohemio de la Constitución puede seguir dándole frutos.

 

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