Opinion

Educar para la democracia

Cecilia Ester Castañeda

2017-02-15

¿Se puede formar ciudadanos que se relacionen de manera civilizada? ¿Es posible en
estos tiempos de zozobra, de
desconfianza y de desilusión
social ofrecer a las nuevas generaciones las herramientas para contribuir a una comunidad que brinde a sus miembros seguridad, respeto, dignidad, oportunidades de desarrollo?

La antropóloga y educadora Patricia Carbajal Padilla abordó preguntas como ésas durante la conferencia “Educar para una convivencia democrática en tiempos de violencia” que organizó en la UACJ en días pasados el Centro Chihuahuense de Estudios de Posgrado en el marco de su 25avo aniversario. Se trató de una ponencia dirigida al magisterio, pero cuyas conclusiones son aplicables dentro y fuera de las escuelas.

Carbajal Padilla describió una investigación efectuada en el 2014 en varias primarias públicas del estado de Guanajuato situadas en zonas marginadas. En esos contextos –marcados por la exclusión social, el pandillerismo y la violencia– descubrió la posibilidad de enseñar modelos de conducta más funcionales a través de prácticas pedagógicas “inclusivas, equitativas y dialógicas”.

Inclusión. Equidad. Diálogo. Parece lema de campaña y, como tal, una idea abstracta difícil de aterrizar, sobre todo cuando hay que trasladarla a un sistema de enseñanza donde tradicionalmente se opta por la disciplina rígida por encima de la formación cívica y ética.

Pero las aulas de los planteles públicos se parecen en más de un sentido a otros entornos comunitarios, incluyendo las familias. Uno de ellos es que la violencia se manifiesta a varios niveles –directo, cultural y estructural, según el sociólogo Johan Galtung–. Por lo tanto, las medidas de mano dura nunca resuelven el problema de fondo, explicó Carbajal Padilla, limitándose a atacar la forma de violencia más obvia responsabilizando a los alumnos e intensificando los factores subyacentes.

Ésa es una de las razones de los recurrentes brotes de violencia, creo yo. Como no se han abordado los indicadores más profundos, casi cualquier detonante basta para que vuelva a surgir el peligro latente bajo la superficie. Y los prejuicios o las justificaciones sobre la violencia directa, la discriminación o la negación de las necesidades básicas no
se resuelven de un momento a otro. Requieren trabajo constante a largo plazo y adoptar nuevas formas de respuesta, persistiendo hasta romper viejos hábitos. Es la violencia cultural y estructural a la que casi todos contribuimos como sociedad.

En las escuelas, por ejemplo, dijo la investigadora, con frecuencia no se reconoce la diversidad, se desatiende a los alumnos rezagados y se descalifica. El ambiente de competencia, brechas académicas y disciplina injusta o rígida tiende a aumentar la violencia escolar, agregó Carbajal Padilla. En cambio, a decir de la estudiosa la colaboración, el apoyo, el sentido de comunidad, el ambiente centrado en el aprendizaje, las reglas justas y la enseñanza de conductas alternas para resolver conflictos no sólo disminuyen la agresividad sino que elevan el éxito académico.

Carbajal Padilla siguió el caso de varias maestras. Cada una de ellas adaptó a su estilo personal los principios de inclusión, equidad y resolución dialógica de conflictos. Pero, ciertamente, en esa comunidad guanajuatense y en Ciudad Juárez casi nadie está acostumbrado a la orientación formativa o la toma de decisiones colectivas. La investigadora reconoce que las docentes estudiadas pasaron primero por un proceso de transformación personal antes de poder facilitar un contexto democrático.

Tomemos nota. Vivimos en una sociedad autoritaria, excluyente, competitiva y sin sentido de pertenencia. Lo lógico es que perpetuemos dichas condiciones en forma regular, aun sin proponérnoslo. Tal vez para crecer necesitemos insistir hasta llegar a un “punto de quiebre” como las maestras transformadoras de vidas entrevistadas por la investigadora.

Porque para enseñar la convivencia democrática a una generación marcada por la violencia y la desintegración primeramente debemos, parafraseando a Gandhi, estar nosotros dispuestos a ser el cambio que deseamos ver en el mundo.


 

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