Opinion

Palabras, palabras…

Gerardo Galarza

2017-01-15

Ciudad de México— En las dos semanas recientes, es decir, en lo que va de 2017, el presidente Enrique Peña Nieto ha dicho en público dos frases que trascenderán a su sexenio, como las de otros políticos mexicanos que son recordados por sus palabras, generalmente pronunciadas en momentos críticos o de gran solemnidad. Al explicar los motivos del gasolinazo, apeló a la comprensión de los gobernados con un “¿Ustedes qué hubieran hecho?” y, días más tarde, explicó el fin de la riqueza petrolera al decir: “La gallina de los huevos de oro se nos fue secando, se nos fue acabando”.
La propensión de los políticos por pronunciar, se decía antes, frases para el bronce, para la posteridad, apotegmas o simples oraciones y hasta lugares comunes que tratan de enganchar y convencer a los ciudadanos, no es característica de los políticos mexicanos; la padecen los políticos de todo el mundo. Pero en México es posible identificar y reconstruir periodos, gobiernos o sexenios y, por supuesto, personajes por una simple frase. Y que al final muchas de ellas se convirtieron en parte de la picaresca nacional.
En La Estación anterior se citó una frase que define la fundación del sistema político mexicano moderno (el posrevolucionario), la del general Álvaro Obregón: “Nadie resiste un cañonazo de 50 mil pesos”.
El sexenio del presidente Miguel Alemán Valdés puede resumirse en una frase de su amigo de juventud, el también veracruzano César Garizurieta, El Tlacuache, quien tuvo muy claro que “vivir fuera del presupuesto (gubernamental) es vivir en el error”.
Un ejemplo paradigmático es el presidente José López Portillo, hombre culto y también grandilocuente, que será recordado por muchas de sus frases, mismas que entraron en el léxico popular: “¡Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear!”, “Es (su hijo José Ramón nombrado subsecretario) el orgullo de mi nepotismo” y “Defenderé al peso como un perro”, entre otras. Hoy, en medio de la crisis petrolera, es muy fácil recordarlo cuando llamó a los mexicanos “a administrar la riqueza”, ante los descubrimientos de los campos petroleros llamados Cantarell, que hoy “se han secado”.
Su antecesor, Luis Echeverría Álvarez, es recordado por aquella expresión que sostiene que “ni nos perjudica ni nos beneficia, sino todo lo contrario” y que, de acuerdo con muchas evidencias, no fue dicha por él, sino por Manuel Bernardo Aguirre, su secretario de Agricultura, pero en la memoria popular es el expresidente quien permanece como su autor.
El sexenio de Miguel de la Madrid puede resumirse en una frase no dicha por él, sino por el cuasi eterno dirigente de la CTM, Fidel Velázquez, para justificar los “pactos económicos” (hoy nuevamente de moda) de ese gobierno para paliar la crisis: “Medida dolorosa, pero necesaria”.
Carlos Salinas de Gortari no escapó a la tentación de la frase querida trascendente: “Ni los veo ni los oigo”, dijo en referencia a las protestas de los miembros del, primero, Frente Democrático Nacional y, luego Partido de la Revolución Democrática (PRD), quienes denunciaban lo que consideraban su usurpación de la Presidencia de la República.
Su sucesor, Ernesto Zedillo, no fue muy dado a frases pintorescas como su recordado “no tengo cash”. Bordeando siempre un mesurado estilo tecnócrata, en 1995, en medio de la crisis que marcó su primer año de gobierno, intentó un tono coloquial al decir: “Después de todas esas cosas malas que nos han venido ocurriendo, empezamos a suponer que en este México hay un pequeño grupo, muy pequeñito, de malosos, de malosos que quisieran que las cosas fueran como antaño”.
Vicente Fox fue un candidato locuaz. Después de su triunfo, seguramente siguiendo el consejo de algún bien pagado asesor, quiso dejar atrás una de las características que lo hicieron popular y trató de cuidar sus expresiones. No más víboras prietas ni tepocatas. Pero el subconsciente es lo que es y será recordado por decir  “¿Y por qué yo?”, el “Comes y te vas” y también por las “lavadoras de dos patas”.
Y hay frases que, se cree, resultaron muy costosas para sus autores. Un ejemplo de éstas es “¡Cállate, chachalaca!”, de Andrés Manuel López Obrador, a la que algunos atribuyen la pérdida de los votos que podrían haberlo llevado a la Presidencia de la República.
Las mencionadas son apenas un ejemplo de decenas, quizás cientos, de frases que resumen las diferentes épocas de la vida política nacional. Tienen la característica de haber sido pronunciadas por verdaderos protagonistas o, cuando menos, atribuidas a ellos por el acontecer mexicano.
El escribidor no es experto en la conducta humana, por lo que no puede explicar los motivos de la propensión de los políticos por las frases insignia. Seguramente los habrá, desde los más nimios hasta los más trascendentes, pero ésa es labor de verdaderos especialistas.
Ellos podrán interpretarlas desde diferentes modelos de análisis: político, social, propagandístico, de mercadotecnia, sicológico, semiótico o cualquiera otra categoría, aunque a veces no hace falta mucho para entenderlas cabalmente. Un ejemplo de esto último es la frase señera de Gonzalo N. Santos que exhibe el talante ético de la mayoría de los miembros de la clase política mexicana de todos los tiempos: “La moral es un árbol que da moras”.

 

X