Adela S. González
2017-01-15
A la luz de los desagradables acontecimientos provocados por el llamado “gasolinazo” y las afectaciones económicas, políticas y sociales que traen consigo, surge una realidad más dolorosa que la ya vista iracundia y daños causados: el enfrentamiento de ciudadanos contra ciudadanos en espacios comunes como vialidades, puentes y carreteras con radicalización en CdMex, extendidos a ciudades como la nuestra donde los manifestantes se concentraron con actitud amenazadora en puntos susceptibles como el Centro histórico y puentes.
Fue fácil comprender y justificar la razón de los protagonistas de la protesta en su brevedad pacífica pues captó la atención y en ese momento nos identificamos para rechazar una disposición oficial que si bien proviene de los desatinos gubernamentales, la protesta perdió lucidez y cambió el panorama. De la simpatía pasó al rechazo ante el perjuicio a otros que siendo incluso por lo mismo afectados, no dudaron en levantar su propia protesta contra quienes en ese momento cortaban la libertad de tránsito mostrándose insensibles a urgencias y necesidades, nada de empatía.
La formación de grupos de defensa que evidencian incapacidad del estado para ejercer la fuerza cuando es necesaria y mantener la seguridad siendo ésta la primera de sus obligaciones, se hace frecuente y actúa bajo la premisa de la autoprotección para enfrentar manifestantes-saqueadores de patrimonios y comportamientos destructivos. Sobra decir de los encendidos enfrentamientos verbales en casetas de cobro, carreteras y puentes internacionales abiertos a riesgos y complicaciones mayores, denotando fragilidad en las relaciones sociales alteradas ante una visible ausencia del Estado de Derecho, roto cuando el derecho de unos (protestar) afecta el derecho de otros (libre tránsito).
Terrible que cada día seamos menos los respetuosos de la ley que tantos gustan violentar. Nos acostumbraron a desobedecerla sustituyéndola por la “mordida”, alimento de la corrupción. Debemos cambiar, decimos todos, pero ¿cuánto hay de decisión y firmeza en esta expresión producto de estados de ánimo en un contexto de malestar social? Son pocos los realmente dispuestos.
Sobre el “gasolinazo” ¿qué esperábamos? Durante años, los economistas clamaron por el retiro de los subsidios que mantenían los energéticos con precio ficticio (revise las columnas de Sergio Sarmiento, entre otras) propuesta rechazada para evadir el impacto político y social que ahora se da junto con la negación oficial a reducir impuestos y así aminorar la presión social susceptible de manipuleo por líderes que apuestan al vandalismo y la violencia antes que al sentido común pues consideran que azuzando turbas van a solucionar problemas.
Y mientras eso ocurre y llega el 20 de enero tan temido por la instauración en la Presidencia de EE.UU de un antimexicano al mil por ciento, nos entregamos a inconformidades sin fijarnos en la inacción de nuestro gobierno ante las amenazas tantas veces anunciadas. Chihuahua es de las entidades con extensa línea divisoria que los vecinos pretenden resguardar con un “hermoso muro” pagado por México. Si del Gobierno federal no hay planes más allá de la asesoría legal en los consulados mexicanos, menos los hay estatales y locales, no solamente para ayudar a los que regresen sino para atemperar el golpe económico previsible ante la dependencia de las maquilas pertenecientes a las empresas norteamericanas amenazadas por Donald Trump.
La desunión ciudadana cuando la cordura debe imperar, arrima al abismo del que pocos pasos nos separan. Hechos de los últimos años: pobreza, corrupción e impunidad, desaparición de estudiantes en Ayotzinapa, rapacidad de gobernadores, violencia, insensibilidad de la clase política frente al sufrimiento social, el narcotráfico y la gran falla en el sistema educativo son gritos desesperados que nadie escucha.