Opinion

Los bueyes del compadre

Arturo Mendoza Díaz

2017-01-13

De cara al aumento a la gasolina, “positivo”, según Carstens, la reducción en un 20 por ciento de las percepciones de funcionarios de primer nivel anunciada por los gobernadores de Nuevo León y Zacatecas es concreta y eficaz.
Con ello, Jaime Rodríguez, El Bronco, y Alejandro Tello Cristerna rebasaron al doble la medida del presidente Peña Nieto, de disminuir un diez por ciento los salarios de servidores públicos federales de mando superior.
Por supuesto, eso dista mucho de representar una solución para la crisis nacional, pero por algo se empieza, al marcar una pauta en cuanto al camino que se debe seguir ante la lastimada economía popular.
Y es que la gravedad de la situación es indudable, tanto así, que quiso ser aprovechada por quienes no desperdician ninguna coyuntura para llevar agua a su molino, con intentos de virtualmente colapsar al país.
Lo anterior, porque en una parálisis, ni más ni menos, se traducen las tomas de casetas de cobro, edificios de gobierno y avenidas principales, así como los bloqueos carreteros que impiden viajar y transportar mercancías. 
Pero el caso de un amplio sector de la población, aquél que está en el extremo opuesto a las metas macroeconómicas buscadas, es dramático, como por ejemplo el comportamiento del ama de casa en el mercado.
No hace falta imaginación para saber cómo estarán las cosas en los hogares donde hace apenas unas semanas ya de por sí había problemas para surtir la despensa, pagar recibos y enviar a los niños a la escuela.
En ese entonces tan cercano, pródigo en cuadros de miseria como los que pinta Charles Dickens, se había disparado el dólar, era alta la inflación, campeaba la incertidumbre y acechaba la delincuencia.
Ahora, habiéndonos caído encima la anunciada espada de Damocles, con un gasolinazo al que le seguirá otro, acompañado de más aumentos en los precios, el statu quo es peor.
De ahí que lo malo no sea que haya quienes por costumbre se opongan al régimen político. Siempre habrá gente que quiera hacer que prevalezcan sus ideas, para lo cual tiene el legítimo derecho, si es por cauces permitidos.
Sin embargo lo terrible es esa realidad que hace explicable la postura citada, es decir, los millones de desposeídos a quienes no les alcanza el salario que perciben, y que quizá no tendrán para comer mañana.
Por eso las actitudes solidarias, de compromiso y de ejemplo, tienen un gran valor, y más encomiables pudieran resultar, todavía, si verdaderamente devinieran en soluciones de fondo.
Esto porque si ante nuestro pueblo atribulado nos desentendemos de su pobreza y su hambre, sería como aplicar ese mexicano dicho de: “Hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre.”
Ciertamente, aunque en México no hay títulos de nobleza, hay quienes medran como miembros de una casta dorada, sin importarles las penurias de quienes viven de su pago semanal estrictamente o del empleo informal.
Tal es la razón de que haga falta una perestroika, reestructurando el gasto público y poniendo coto a los despilfarros en que se incurre en los diversos ámbitos de gobierno, en sus respectivos tres poderes.
Ya basta de que un pueblo empobrecido sostenga en sus espaldas los privilegios de que gozan los magistrados de los altos tribunales de justicia, incluida la Suprema Corte, así como nuestros diputados y senadores.
Mas los dispendios están en todas partes, e igual en el número excesivo de legisladores, que los hay hasta para aventar a la pipiluya sin servir para gran cosa, que en los partidos políticos.
Por eso, sin dejar de reconocer la atingencia de la reducción anunciada por el presidente Peña Nieto, de un diez por ciento en percepciones de funcionarios federales de primer nivel, sería bueno que fuera más allá.
Para ello debiera propugnar, aunque fuera lo último que haga como presidente, por el acotamiento de los privilegios impíos e insultantes que tienen los funcionarios, partidos políticos, magistrados, legisladores y demás.
Los ciudadanos en masa lo agradecerían, la medida ayudaría a sanear las finanzas públicas y aligeraría la carga del pueblo mexicano, tan sufrido y noble, y redituaría mucho más que el tan difundido Acuerdo para el Fortalecimiento Económico, que es difuso, retórico e insuficiente.

 

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