Opinion

El fondo del barril

Gerardo Galarza

2017-01-08

Ciudad de México— El petróleo en realidad fue de los gobiernos, del sindicato de esa empresa, de sus directivos, funcionarios, líderes, contratistas y de los trabajadores, que gozaron de privilegios sindicales. 
El impopular gasolinazo es quizás el mejor resumen del fin de los “logros” del sistema político surgido de la Revolución Mexicana, la que ocurrió entre 1910 y 1917, basados esencialmente en la corrupción, la impunidad y el cinismo. Nadie resiste un cañonazo de 50 mil pesos (de entonces), advirtió uno de sus próceres fundadores, Álvaro Obregón, quien presumía de su “honestidad” porque él sólo tenía una mano para robar, mientras sus amigos y enemigos tenían dos.
Hoy, en el año del centenario de la promulgación de la Constitución, que es origen de la vigente en el país, la corrupción generalizada comenzó a exigir el pago de la factura del derroche de todos esos años.
Y ese cobro inició en el área de la que los mitos priistas afirmaban que era de todos los mexicanos: el petróleo, que en realidad fue de los gobiernos, del sindicato de esa empresa, de sus directivos, de sus funcionarios, de sus líderes, de los contratistas y —ni modo, hay que decirlo— también de los trabajadores que gozaron de prebendas y privilegios, cubiertos con el manto de las sacrosantas e intocables conquistas sindicales —recordará, usted, prestaciones, entre cientos de ellas, a la delfinoterapia para ellos y sus familias, y el “derecho” a heredar o vender las plazas, todo producto también de la corrupción o su “cobertura” (tapadera)—.
Pues resulta que finalmente la gallina de los huevos de oro (la misma que en los años 70 y 80 del siglo pasado se presentó como la base de la “administración de la riqueza”) dejó de ponerlos. La empresa de “todos” los mexicanos quebró, aunque algunos “patriotas” utilizan el eufemismo de que fue saqueada. Sí, el saqueo (la corrupción, es decir) provocó su quiebra. Nos volvieron a saquear (y apenas hoy la mayoría de los mexicanos quiso darse cuenta) contra la promesa de José López Portillo, hecha en 1982, golpeando la tribuna de la Cámara de Diputados (la más alta de la nación, dicen o decían los cursis), autodefinido como “el último Presidente de la Revolución Mexicana” y en realidad cabeza de uno de los gobiernos emblemáticos de la corrupción nacional, como los demás, esa que molesta a los mexicanos cuando se recuerda que no sólo es condición de los gobernantes y políticos, sino también de quienes interactúan con ellos… muchos de los ciudadanos que hoy sufren la quiebra técnica de Petróleos Mexicanos.
Son ciertos todos los datos de los expertos para explicar el llamado gasolinazo: que la carga fiscal (soporte de los presupuestos federales deficitarios) en los precios de los combustibles y en las actividades empresariales de Pemex, que los subsidios a los precios, que los costos de producción, que la falta de refinerías y tecnologías, que la importación de gasolinas y el precio internacional del petróleo, que los costos de distribución y los pasivos laborales (las prebendas al sindicato y, por supuesto, también a los directivos y a los funcionarios).
No son muchos los que se han referido a la corrupción como elemento esencial de la factura que se nos cobra hoy con el gasolinazo. Pero, la corrupción y su impunidad están detrás de toda la lista del párrafo anterior.
Éstas, la corrupción y la impunidad, son el cáncer de México, que hoy pasa y exige pago a diversas facturas. ¿Ya se nos olvidó la corrupción del sector educativo que impide, por ejemplo, la aplicación de la reforma respectiva? No, no es coincidencia fortuita. La solapada corrupción del sindicalismo oficial, el llamado charro, (las grandes centrales obreras oficialistas y los sindicatos de las secretarías de Ejecutivo o de las empresas paraestatales, todas) es parte de las facturas que habrán de pagar todos, aquí sí, todos los mexicanos. En los próximos años se harán presentes, aunque no se les llame gasolinazos.
La crisis es del sistema político mexicano. Es el fin del régimen de la Revolución Mexicana, aunque haya un candidato presidencial, por tercera vez, que quiere revivir el pasado, el de los peores años (1970-1982), y otro del PRI, que puede ganar las elecciones porque los votantes mexicanos exigen un nuevo caudillo, como hace cien años, que resuelva todos y cada uno de sus problemas. Y no haya nadie que pueda competir.
En el fondo de barril no hay más petróleo, pero la corrupción subsiste. Y peor aún: su impunidad. ¿Que qué hacer? Pues, de entrada, combatirlas y acabar con ambas. Se puede, si se quiere.

 

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