Carlos Murillo/
Escritor
Lo que hoy vemos como un aparente estallido social, no es más que un escenario artificial que alguien montó para obtener un beneficio. A nivel nacional, la percepción de la sociedad sobre las protestas cambió después de los saqueos y la violencia. En Chihuahua, el PAN-gobierno logró armar un montaje para aparentar una solución.
La gente saquea las tiendas y los estrategas de marketing político saquean el capital electoral manipulando la información a su favor, cada quien se aprovecha a su manera, mientras el motivo original de las manifestaciones (que es bajar el precio de la gasolina –según la gente–) es una meta que cada vez está más lejos de alcanzarse. Pero es lo de menos.
En este análisis encontrará las tres mentiras más evidentes sobre las manifestaciones que vivimos en los últimos días en Chihuahua.
Primera mentira. Las manifestaciones son espontáneas. No, cualquier acción donde estén inmersos grupos de personas requiere de cierto nivel de organización, esto también tiene su modo y su técnica, para lo cual, existen agitadores profesionales que tienen todo el know how para orquestar un acto de protesta.
En este rubro de la organización, los mejores operadores son los que cuentan con mayor experiencia y con una base social incondicional, la que se ganan por medio de intercambios simbólicos; quizá un favor o una despensa previa, una futura recompensa o de plano un pago en efectivo, para esto también hay tarifas, el precio depende de lo que necesite, si requiere un porro nivel experto lo puede traer importado desde la CNTE de Oaxaca, estos operadores cuentan con entrenamiento en prácticas de guerrilla y desestabilización (lo que por supuesto eleva la calidad del trabajo), como los que aparecieron en la toma violenta de Palacio en Chihuahua, durante la manifestación de Jaime García Chávez y la Unión Ciudadana (fundado por Javier Corral) el 22 de junio del año pasado.
También, la organización de una protesta requiere de un plan logístico y de comunicación, porque un evento así requiere de una bitácora previa; hay que elegir el lugar donde se reunirán y dónde se llevará a cabo el clímax del evento; también hay que confeccionar un discurso y permear ese mensaje entre los manifestantes, en una especie de mini-capacitación; en cuestión de suministros, hay que hacer pancartas, lonas o hasta piñatas de los políticos para reventarlos a palos o quemarlos en un acto simbólico de protesta; también diseñar algunas consignas fáciles de entender (y que rimen de preferencia) para que las contingente grite a todo pulmón, algo así como “el pueblo, unido, jamás será vencido” (un clásico) y, por supuesto, un buen megáfono para dirigir esas consignas (No me imagino a un médico o un ingeniero haciendo esto, tienen que ser profesionales).
Como puede observar, todo esto cuesta: la gasolina para el transporte (¡ni se diga!), el lonche, las cartulinas, las mantas, los sueldos si son contratados, etcétera y pues alguien lo tiene que pagar, ¿o a poco creía que eran gratis?
Entonces, la mayoría de estas manifestaciones por el gasolinazo, por sus características, entran en la categoría de artificiales y, por lo tanto, en la dinámica del libre mercado de la oferta y la demanda.
Usando una analogía, las protestas son como quinceañeras; lo mismo usted puede organizar una fiesta de medio pelo cerrando la calle en el barrio y con la cooperación de toda la familia, como también, en el otro extremo, hay quinceañeras para la élite económica que se organizan con lujo de detalle, pero en algo son iguales: todas cuestan y requieren de logística, ninguna se improvisa en el momento.
Por lo contrario, hay manifestaciones de euforia masiva que no requieren de planeación, ni de logística, como cuando la selección nacional de fútbol gana un partido y todos se van a la megabandera a celebrar, ése sí es un evento improvisado, instintivo y hasta cierto punto salvaje, que no tiene más objetivo que congratularse a lo loco. Pero las protestas políticas nunca son así.
Segunda mentira. Las manifestaciones son “ciudadanas”. Bueno, todos los que vivimos en México somos ciudadanos –hasta Enrique Peña Nieto–, por lo que esta distinción no sirve mucho para diferenciar una manifestación, sin embargo, lo que quizá quiere decir la gente con esto de “ciudadano” es que son eventos no-partidistas o sin intervención de los partidos políticos y esto es completamente falso, prácticamente todas las manifestaciones en Chihuahua están ligadas a algún partido político.
Esto tiene una lógica simple; los partidos están organizados y cuentan con una estructura social permanente, esto les permite rápidamente jalar los hilos para convocar a sus militantes. En este caso, y por la naturaleza de la manifestación (que es en contra del Gobierno Federal, en específico de Enrique Peña Nieto y por lo tanto del PRI), es evidente que la oposición es la que organiza las protestas.
Por ejemplo, en Chihuahua la toma de casetas fue orquestada desde Palacio y operada por la organización de izquierda conocida como el Barzón, donde milita abiertamente el secretario de Desarrollo Social, Víctor Quintana Silveyra, quien también estuvo participando en la Unión Ciudadana junto a Javier Corral.
Hoy, no hace falta ser del Cisen o de la CIA para saber que en Chihuahua las manifestaciones del Barzón las promueve, organiza y también las paga el PAN-gobierno cerrando la pinza de un negocio redondo, en un intento por ser perro, gato y ratón al mismo tiempo.
En ese burdo juego de roles, el Barzón fingió bravura en las casetas y el Gobierno del Estado se victimizó con las pérdidas en los ingresos, pero al final lo resolvieron con un apretón de manos…y en el apretón iba el regalo para los barzonistas, quienes recibieron del estado un subsidio de diesel como pago. Un buen negocio para todos.
Por otro lado, las mini-manifestaciones en los puentes internacionales, que fueron de apenas unas decenas de personas, resultaron ser de militantes de Morena trasnochados que no entendieron (o no quisieron entender) que a Andrés Manuel López Obrador lo que menos le conviene es que Morena participe en estas protestas, porque todas las casas encuestadoras lo ponen en primer lugar rumbo al 2018 y, en esas circunstancias, lo que menos necesita el Peje es un desgaste gratuito, por eso ha decidido dejar pasar esta oportunidad para mantener su capital político (aunque recordemos que AMLO es dado a bajar la cortina antes de tiempo, por eso perdió ventaja en el 2006 y Calderón terminó comiéndole el mandado).
En resumen, las manifestaciones nunca son “ciudadanas” (sin partidos políticos), al contrario, son caldo de cultivo para las expresiones políticas, principalmente de izquierda o de la derecha.
Tercera mentira. Las manifestaciones van a hacer que baje la gasolina. La más cruel y evidente falacia, es que a través de estas protestas se va a lograr cambiar la situación del precio de la gasolina (y otros más ingenuos piensan que se va a transformar el país).
No perjudican, de hecho, las manifestaciones le sirven al Estado, sí, como lo lee, el Estado necesita de válvulas de escape, por lo tanto requiere de la expresión opositora para el juego democrático, si no existieran los grupos que organizan estas manifestaciones habría que crearlos (como lo hizo Javier Corral con El Barzón), porque sirven para que la gente se desahogue, es un efecto de catarsis social que permite desfogar la ira, de otra manera sería una olla de presión que explotaría en cualquier momento.
La gente sale y grita o pone en las redes sociales un meme y piensa que con eso ya cumplió con su “granito de arena”. Sólo hace falta ver los comentarios de las trasmisiones en vivo por Facebook de la toma de los puestos, donde a la gente le gusta ver lo que sucede por morbo, escribir una mentada de madre para sentir que participa e inmediatamente después regresarse a ver una serie en Netflix que idolatra a los narcotraficantes, así de incongruente es la sociedad, afortunadamente para los estrategas del Estado es tan predecible el comportamiento social que pueden usarlo a su favor.
Entonces, las manifestaciones no van a cambiar el precio de la gasolina, pero sí servirán para cambiar la percepción de la gente sobre las mismas manifestaciones, que hoy se relacionan con violencia y saqueos, por lo que ya perdieron legitimidad.
Para concluir, cuando las protestas brincan de las redes sociales a la calle, son organizadas por alguien con un interés político, que aprovecha la coyuntura para invertir y obtener algún beneficio que se puede traducir electoralmente o en capital simbólico de aprobación o rechazo y no están diseñadas para cambiar la agenda del gobierno, sino para simular un enfrentamiento y después un arreglo.
Que así sea, no quiere decir que así debe ser.