Opinion

La gran cantina

Jesús Antonio Camarillo

2016-12-09


El diputado panista Víctor Uribe despertó la controversia en el Congreso de Chihuahua. La iniciativa fue presentada por él y por legisladores del Partido Verde. Es una especie de vuelta al pasado, que dice tener un objetivo muy claro: detonar la economía juarense a partir de la propuesta para ampliar a 24 horas la venta y el consumo de bebidas alcohólicas en específicas zonas de la ciudad.
Independientemente de la evaluación que se pueda hacer de la iniciativa, es innegable que los ímpetus de los legisladores tienen un matiz de romanticismo que no se puede pasar por alto. El proyecto no deja de tener un dejo de nostalgia, ir al encuentro con las estampas del ayer lejano, las de las épocas de oro de la diversión y el auge turístico que nuestra ciudad, alguna vez, experimentó.
Trechos que quedaron en el recuerdo de muchos juarenses que alcanzaron a vivir esa etapa. Hoy los cuentan a sus nietos y bisnietos. Otro Juárez, sin duda, que para los que no idealizan ese segmento de la historia local, pudiera ser llamado el de la “Gran Cantina”.  Pero hay que ser realistas, de ese Juaritos parsimonioso y tranquilo no queda gran cosa. El Juaritos que abría las puertas al mundo de los adeptos a la vida nocturna y, al mismo tiempo, sede de grandes espectáculos y atractivo, entre muchas otras cosas, por las luminarias nacionales e internacionales que llegaron a presentarse en sus emblemáticos salones, difícilmente volverá. Hoy, por lo pronto, a Ciudad Juárez lo sigue marcando un pasado más reciente, al que, a ese sí, nadie quisiera volver.
Y precisamente, por los efectos y consecuencias que los años más trágicos y convulsos que la historia reciente registra, hablar del retorno de la “Gran Cantina”, suena francamente irracional. Por un lado, la recuperación plena de una ciudad no se puede conseguir por la vía del incentivo perverso de beneficiar a un puñado de comerciantes que no tendrán restricciones de horarios. Existiendo mil maneras para detonar el empleo, la inversión y el bienestar, la iniciativa corre por la vía del espejismo, imaginando que será el alcohol el que sacará a esta sufrida frontera de sus problemas.
Lejos de apostar por una agenda legislativa que coadyuve a la construcción de un complejo de políticas públicas que confronte los problemas sociales más agudos, optar por la liberación total de la restricción horaria en la comercialización de las bebidas alcohólicas refleja la estrechez programática del trabajo legislativo, que no se percata, o finge no hacerlo, de las escasez de infraestructura para solventar una medida de esta magnitud, sobre todo en materia de seguridad pública.
No necesitamos consultar con el oráculo para intuir que el alcohol es un combustible de la violencia. Así que no hay ninguna justificación para tentar de nuevo al monstruo, en ninguna de sus modalidades y facetas. El concepto de la “gran cantina” es propio y se adscribe a determinadas circunstancias. Volvió célebre a Juaritos, conjuntamente con sus “divorcios al vapor”. Actualmente, parecería que se puede diseñar otro futuro para Juárez. Uno, donde la embriaguez, la drogadicción y los antros, estando presentes, no sean las partes medulares de su rostro; sino más bien, uno que optimice el talento y la disciplina de su gente y que potencialice la  educación, la cultura, el deporte y la convivencia pacífica entre sus ciudadanos.
Uno, donde como entorno democrático citadino, se respete el libre desarrollo de la personalidad de cada uno de sus habitantes, y en donde el alcohol y las demás drogas, siendo opciones al alcance de todos, queden rezagados por otras alternativas que contribuyan a la constitución del ser individual y colectivo.
En la cultura, la educación y el deporte están las claves. Y aunque no cabe duda que la gran cantina es una bonita estampa del pasado, vale la pena dejarla en el armario de la abuela.


 

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