Opinion

Tres varas

Pascal Beltrán del Río

2016-12-06

Ciudad de México— Hay momentos en los que la política mexicana asemeja el guión de una mala comedia de enredos. Uno de ellos es el que vive actualmente el panismo a causa de nuestra enrevesada legislación electoral.
En el escenario figura una exprimera dama que ya ha declarado plenamente sus aspiraciones presidenciales, un dirigente nacional que no las admite públicamente, pero que aprovecha el cargo para promover su imagen, y un gobernador que pretende hacer lo mismo, pero al que la autoridad electoral se lo impide.
Empecemos por el último acto: el primero de diciembre, la Comisión de Quejas y Denuncias del Instituto Nacional Electoral (INE) ordenó al gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, abstenerse de destacar en entrevistas periodísticas las cualidades personales y logros de su gobierno que pudieran posicionarlo con fines electorales.
Los consejeros Adriana Favela, Beatriz Galindo y José Roberto Ruiz decretaron medidas cautelares para retirar de internet una entrevista televisiva en la que consideraron que las respuestas del mandatario estatal “se alejaron del deber de cuidado que debe observar, con lo cual se podría violar el principio de equidad de cara al Proceso Electoral Federal 2017-2018”.
Curiosamente, la decisión de los consejeros consigue justo aquello que pretende combatir. En los hechos, limitar las expresiones de uno de los contendientes, aun cuando éste sea servidor público en funciones, volvió inequitativo un proceso interno que ya está corriendo en términos de real politik.
Y es que la circunstancia favorece a Margarita Zavala, esposa del expresidente Felipe Calderón, quien publicó un libro en el que hace explícita su pretensión de ser la abanderada del blanquiazul, y para su promoción concedió entrevistas a todos los medios sin ninguna restricción legal, pues no ocupa cargo público alguno.
A esto hay que añadir que las empresas encuestadoras ya elaboran sus estudios de opinión colocándola como primera o segunda opción del blanquiazul en la carrera por Los Pinos. Estos sondeos gozan de amplia difusión, lo que equivale a que su nombre adquiera aún mayor resonancia, máxime si desde ya se le ubica como favorita.
El dirigente nacional Ricardo Anaya no ha hecho explícitas sus ambiciones, que son claras y evidentes para las corrientes internas opositoras que le demandan no valerse de su puesto para promoverse.
Con buen oficio, el joven líder ha esquivado los reclamos de sus detractores –que le exigen piso parejo– e incluso ha enfrentado con éxito las denuncias mediáticas sobre su patrimonio.
Esa misma habilidad le ha servido para publicitar su imagen en los spots televisivos de su partido sin que se les considere propaganda anticipada, como quedó de manifiesto con el aval que les otorgó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Frente al activismo de sus dos adversarios, uno abierto y el otro más sutil, el gobernador Moreno Valle queda ahora paradójicamente en desventaja. En caso de no prosperar sus impugnaciones, deberá esperar al primero de febrero de 2017, cuando deje el cargo, para poder hablar sin tapujos de sus ambiciones y de los méritos que asegura tener.
Este episodio exhibe que la legislación electoral es inconsistente con una realidad dinámica en la que ya es prácticamente imposible poner freno a los legítimos anhelos de los actores políticos.
No deja de ser peculiar que esta triple vara para medir a precandidatos presidenciales ocurra justo en Acción Nacional, un partido que desde su origen ha propiciado la confrontación abierta y directa entre sus militantes como parte de su cultura política competitiva.
Fruto de esa tradición fue la propia candidatura presidencial de Vicente Fox, primer mandatario federal emanado de las filas panistas, quien inició su carrera hacia Los Pinos en 1997, cuando aún no llegaba a la mitad de su periodo como gobernador de Guanajuato.
Nadie en aquel momento pensó que Fox estuviera violentando algún principio de equidad; por el contrario, la alternancia en una Presidencia hegemonizada por el PRI aún sonaba a utopía.
Tampoco nadie lo pensó respecto de Andrés Manuel López Obrador, quien tejió su candidatura desde la Jefatura de Gobierno capitalina y a cuyos reclamos en 2006 obedeció el diseño de las intrincadas reformas electorales de 2007-2008 que nos tienen en esta absurda situación.

 

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