Opinion

La reinvención de ‘La Gaviota’

Raymundo Rivapalacio

2016-12-05

Ciudad de México—  El protocolo de Los Pinos exige que a la señora Angélica Rivera se le llame Primera Dama, no La Gaviota, como se conoció su personaje en “Destilando Amor”, la telenovela transmitida en 2007 que le dio fama mundial. Veinte millones de televidentes se enamoraron de ella, como después Enrique Peña Nieto, con quien se casó en 2010, cuando aún era gobernador en el Estado de México. La Gaviota es como ella prefiere que le llamen, o simplemente Angélica, según cuenta la dramaturga Sabina Berman en un revelador texto en la revista Vanity Fair donde narra, a partir de una fuente anónima en la casa presidencial, lo que siente, piensa y quiere la esposa del presidente. Trasluce un sentimiento de traición y abandono, descuido y maltrato, junto con un deseo, que se disipen las maledicencias, que olviden su paso por Los Pinos, y que pueda regresar a la televisión.
Es la reivindicación de La Gaviota a partir de lo que ella necesita y desea, no de lo que la casa presidencial, con sus intereses encontrados y lealtades por conveniencia, quiera. Angélica Rivera, el mayor activo que tenía Peña Nieto, es vista como un lastre en Los Pinos, según deja ver el bien narrado texto de Berman, que la describe como una mujer íntegra, que reconoce sus límites, por ejemplo-, no asumió mas que por un año el cargo honorario de la Primera Dama en el DIF, que cedió a Laura Vargas, una de sus íntimas amigas, esposa del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. “Se dedicó entonces –retomó Berman- a su familia, a sus hijas naturales, a los hijos de su marido y al presidente, así como a viajar con él en sus giras internacionales, y a pasear por su cuenta, por países europeos o norteamericanos, con un séquito de amigos o sola”.
El texto llega a la frontera de lo permitido. Parte de esos viajes privados han sido en aviones del Estado Mayor Presidencial que paga el erario, y otros en naves proporcionadas por empresarios –que toca una vez más, el conflicto de interés-. Pasea por su cuenta, apuntó Berman, sin mencionar dónde. Públicamente se le ve de manera regular en Miami, y en Rodeo Drive, en Beverly Hills, una de las calles más caras, por sus boutiques, en Norteamérica. Viaja a Vail, Colorado –donde tienen casas, revela en otras páginas Vanity Fair, los cuatro mandamases de Televisa- a esquiar. No ha sido muy discreta en viajes oficiales, como cuando en una reciente gira a Europa, el avión presidencial tuvo que esperar con todos a bordo mientras llegaban sus compras, o cuando en medio de la crisis de la casa blanca en noviembre de 2014, tan pronto llegaron a Brisbane, donde Peña Nieto iba a participar en la cumbre del G-20, ella se fue un par de horas a divertirse al Jade Buddha Bar.
El detalle de los apuntes de Berman es asombroso. Escribió, por ejemplo, que cuando el portal Aristegui Noticias publicó el domingo 9 de noviembre la investigación del periodista Rafael Cabrera sobre la casa blanca, ella se encontraba, a las cinco de la mañana, descansando en su dormitorio en Los Pinos. “Al octavo día de iniciado el escándalo”, precisó Berman, “bajó por la escalera monumental de mármol al piso de oficinas de la Casa Alemán –la residencia presidencial-, llevando en la mano dos hojas escritas en su letra, y entró al salón donde la esperaban el presidente, el secretario de Gobernación y un cortejo de hombres de trajes oscuros y corbatas azules y rojas. Una hora después, cuando salió de aquella junta, llevaba en la mano otras hojas, escritas a máquina”. Con ellas acudió a una sala donde una cámara la iba a videograbar. “Empezó oteándolas de frase en frase al iniciar su explicación sobre la casa blanca –continuó Berman-, pero muy pronto le estorbó su texto árido, repleto de números y nombres propios, era probablemente el peor libreto en la historia, un libreto que ninguna actriz del planeta hubiera podido insuflar de emoción e intimidad”.
Berman es explícita. La Gaviota fue obligada a leer lo que ella no pensaba ni creía, expuesta a dar una explicación sobre una casa que, repitió insistentemente la dramaturga, no tenía su nombre en ninguna de las escrituras. La casa blanca, dicho así, no era de ella, pero fue sacrificada ante la opinión pública. La idea de la videograbación fue del entonces jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, por sugerencia del vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez. La explicación oficial, con el respaldo de Televisa, era que la propiedad era de La Gaviota y había sido pagada con utilidades de las telenovelas transmitidas por esa empresa.  “La impopularidad fue para Angélica Rivera una novedad para la que nada la había preparado”, subrayó Berman. “Una impopularidad, además, del tamaño del territorio patrio y del tenor pendenciero de la disputa política”.
La Gaviota quiere deslindarse de esta dinámica de confrontación. En esta versión dada o autorizada por ella –se asume por los detalles-, se victimiza y muestra la cobardía y manipulación en Los Pinos, donde en algún momento en aquellos meses, consideraron incluso si Peña Nieto se divorciaba de ella. No, concluyeron, porque sería más alto el costo que el beneficio. La señora Rivera no parece estar dispuesta a exponerse a una nueva coyuntura. Como Lady Diana, es tiempo de iniciar la reinvención de su persona. Sinceramente, nadie puede culparla de ello.

 

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