Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

2016-11-29

De Rubén Moreira, gobernador de Coahuila, podrán decirse muchas cosas. Se puede hablar de su autoritarismo; de la corrupción que en su gobierno ha permitido y no ha castigado; del encono con que persigue a quienes osan oponerse a su proyecto político, entre los cuales modestamente yo me cuento. Nadie, sin embargo podrá negarle un estupendo logro: el acuerdo que ha conseguido establecer con su adversario principal, el PAN. En efecto, él y los panista desean lo mismo: que el PRI postule como candidato a gobernador a Miguel Riquelme, alcalde de Torreón. La opinión pública señala que Moreira quiere imponerlo en ese cargo para que le cuide las espaldas, y para seguir detentando el poder a través suyo.  Los panistas, por su parte, afirman que con Riquelme como candidato el PRI se pondría de pechito. (Ponerse de pechito significa exponerse a un seguro descalabro). En las encuestas no arregladas el señor Riquelme aparece por abajo de casi todos los precandidatos. La única ventaja que se le atribuye es su cercanía con el actual gobernador, quien ha usado en beneficio de su protegido todos los recursos del erario, al tiempo que ha cerrado el paso a los demás aspirantes tricolores. Con eso Moreira tiene gravemente dividido al PRI, y ha creado entre sus militantes un clima de tensión que nunca en mi Estado natal se había visto. Lo grave de esto es que hay excelentes priistas que podrían abanderar a su partido en la elección del próximo año. Están Javier Guerrero, Jericó Abramo Masso, Hilda Flores Escalera. Ninguno de ellos, sin embargo se aviene a ser figura de paja del gobernador, y seguramente Moreira le pondrá piedras en el camino a cualquiera que no sea su delfín. Así las cosas, si el cambio de rumbo que los coahuilenses están pidiendo a gritos no sale del PRI, llegará a Coahuila la alternancia, seguramente representada por el PAN. Al tiempo. Doña Tebaida Tridua, ya se sabe, es la encargada -ella misma se confirió el encargo- de velar por la conservación de las buenas costumbres y la moral social. Hacía mucho tiempo que el autor de estas líneas no entraba en pugna con tan ilustre dama. Ayer, sin embargo, sometió a su consideración el cuentecillo llamado "Especialidades médicas", y la estricta censora se escandalizó en tal forma que prorrumpió en grandes voces de iracundia, lo cual hizo que acudiera con prontitud su ama de llaves y le administrara una dosis de cachunde, no fuera que su corajina le provocara un mal de estómago. ¿Qué cuento es ése que así turbó a doña Tebaida? Mis cuatro lectores lo hallarán al final de esta columnejilla. En el pueblo había un solo hotel. Don Cucoldo, pilar de la comunidad, hubo de pasar una noche ahí en compañía de su mujer, pues su casa había sido fumigada por la abundancia que había en ella de blatarios, eufemismo que ella usaba para no decir "cucarachas". Al llegar a la hospedería el administrador le pidió a don Cucoldo: "Regístrese, por favor". Inquirió él: "¿La señora también?". "No -contestó el empleado-. A ella la conocemos bien; es cliente frecuente del hotel". Doña Jodoncia le preguntó a su nuera: "¿Le gusta a mi hijo la comida que le haces?". "Sí, suegrita -respondió la muchacha-. Cuando regresa del trabajo es la segunda cosa que me pide". Viene ahora la vitanda historieta que arriba se anunció y que fue causa de la desazón de doña Tebaida Tridua, quien la calificó de "abominable, detestable y execrable". He aquí el cuento llamado "Especialidades médicas". Llegó una señora al consultorio del doctor Wetnose, reputado ginecólogo, y le dijo: "Vengo a que me saque un diente". "Se equivoca usted -contestó el facultativo-. Yo soy ginecólogo, no odontólogo". Precisó la mujer: "El diente es de mi esposo". (No le entendí). FIN.

 

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