Opinion

México y el adiós a Fidel Castro

Pascal Beltrán del Río

2016-11-29

La Habana— Menos de una hora antes de que comenzara el acto de homenaje póstumo a Fidel Castro en la Plaza de la Revolución, aterrizó en el aeropuerto José Martí de esta capital el avión presidencial José María Morelos.
Una de las reporteras de la televisión estatal cubana, que cubría la llegada de los mandatarios invitados al acto, comentó al aire que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto era “el último” en llegar.
A diferencia del resto de los invitados, Peña Nieto no pronunció un discurso en el aeropuerto y partió rápidamente hacia la plaza.
O eso puede presumirse porque lo cierto es que el Ejecutivo mexicano no apareció en la transmisión oficial sino dos horas y cuarto después de que había comenzado la ceremonia.
Cuando terminaba de hablar el décimo tercer orador, el presidente boliviano Evo Morales, y antes de que comenzara la participación del décimo cuarto, el presidente namibio Hage Geingob, las cámaras se centraron en un rápido saludo  entre Peña Nieto y el anfitrión del acto, el presidente cubano Raúl Castro.
Antes de que se viera a Peña Nieto en la transmisión, ya había aparecido dos veces en la pantalla el uruguayo José Mujica –una vez bostezando ostensiblemente– e incluso Cuauhtémoc Cárdenas y su hijo Lázaro.
Sinceramente no entiendo por qué asistió Peña Nieto a La Habana. Es cierto que habría quedado mal viniera o no, porque Fidel Castro ha sido una figura polémica –lo sigue siendo aún después de fallecido– y porque el mandatario mexicano atraviesa por una crisis de credibilidad.
Sin embargo, su viaje a Cuba parece haber sido contraproducente. El protocolo cubano no otorgó a Peña Nieto el lugar que le corresponde a México en un escenario internacional.
Recibir un turno entre Namibia y Nicaragua –con todo respeto para esos países– no es lo que corresponde a México. El Presidente no debió haber aceptado un trato así.
Puedo entender que México ya no figura entre las prioridades de La Habana. Y eso bien puede ser porque México dejó de ver a Cuba con el mismo interés que tenía durante los tiempos de la Guerra Fría.
Desde el sexenio de Ernesto Zedillo, la complicidad política de Cuba y México se volvió menos evidente hasta convertirse en un claro enfrentamiento durante el periodo de Vicente Fox.
Si Peña Nieto vino a La Habana por la relación que hubo entre los dos países entre 1959 y 1994, ésta ya no existe. Y si lo hizo por tratar de agradar –como ha hecho otras veces– al sector de la opinión pública que comulga con la izquierda, éste no lo va a querer más por el hecho de que haya participado en el homenaje.
La verdad es que Peña Nieto se veía raro –y debió sentirse así– entre las arenas revolucionarias de los representantes de Bielorrusia e Irán, que no mandaron a sus jefes de Estado al acto luctuoso.
No es mi propósito contribuir a un mayor distanciamiento entre México y Cuba, país por el que tengo un gran cariño.
Se trata, en cierto modo, de pedir congruencia, ese bien de la política que comienza a volverse escaso.
No debiera Peña Nieto denunciar el populismo y luego subirse a la misma tribuna que Evo Morales, Alexis Tsipras y Robert Mugabe.
Para bien o para mal, México ha escogido nuevos aliados en el campo latinoamericano, como Colombia, Perú y Chile, cuyos mandatarios no estuvieron ayer en La Habana. Y eso, a pesar de la relación histórica que une a Michelle Bachelet con Fidel Castro y a pesar del papel que jugó Cuba en las recientes negociaciones entre Juan Manuel Santos y las FARC.
Tampoco encuentro sentido el haber invitado a Donald Trump a México y luego acudir a La Habana a los funerales de Castro y sentarse en la misma tribuna que Nicolás Maduro, especialmente después de lo que el Presiente electo de EU ha dicho sobre los gobiernos de Cuba y Venezuela.
No se puede quedar bien con todos, todo el tiempo.
Del viaje presidencial a La Habana tendría que haber salido algo conveniente para las dos partes, para México y para Cuba. Y francamente no veo qué pudo haber sido.

 

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