Opinion

Fidel, Fidel, qué tuvo Fidel

Gerardo Galarza

2016-11-27

Ciudad de México— La medianoche del viernes pasado, en medio de gritos, carreras, telefonazos, WhatsApp, mensajes, videos, imágenes en la redacción de Excélsior, el escribidor tuvo la afortunada casualidad de leer en Twitter a ese gran periodista que sigue siendo Guillermo Ochoa.
El viejo reportero no necesitó siquiera agotar los 140 caracteres de un tuit para resumir la vida y la muerte de Fidel Castro Ruz:
“Nos deja a muchos en una decepción rabiosa porque fue grande, inmensa, luminosa la esperanza que despertó en nuestra juventud”.
No se puede negar que los barbudos cubanos, liderados por Fidel Castro Ruz, fueron una esperanza para el mundo, pero especialmente para Latinoamérica. Miren que plantarse retadores a sólo 60 millas de las playas del que llamaban imperialismo yanqui, aliados —claro está— con la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Y sí, la Cuba de la revolución fue inspiración, ejemplo, esperanza de millones de jóvenes del mundo que buscaban —por las buenas o por las malas— justicia, igualdad, libertad, fraternidad, lejos de la explotación… el cielo por asalto.
En los años sesenta del siglo pasado, la Revolución Cubana fue parte de la revuelta de la humanidad, junto con la lucha por los derechos humanos y civiles; contra el racismo, la explotación económica y la concentración de la riqueza; el aggiornamento de la Iglesia católica, las primeras explosiones de las nuevas tecnologías, la conquista del espacio, la Guerra Fría y las guerras de liberación nacional, las músicas de los jóvenes, la literatura de las antiguas colonias. Fidel Castro, el Che Guevara, también Camilo Cienfuegos, fueron iconos de aquella lucha contra la dictadura y corrupción de Fulgencio Batista.
Pero, parodiando a otro icono de la época, el gran John Lennon, el sueño o, mejor dicho, lo que quedaba de él terminó.
Paradójicamente la Cuba de la revolución le mató la esperanza, las ilusiones, a sus propios jóvenes; los sumió en la pobreza, en las insatisfacciones, en el deseo de lo apenas necesario, el paraíso nunca alcanzado.
La orgullosa Cuba de la revolución, la que presumió sus logros en educación, salud, ciencia, medicina, deporte, música, cultura; la que resistía el bloqueo económico del mundo capitalista fue abandonada por su aliado soviético, concluida la Guerra Fría, y entonces aquella Cuba soberbia fue incapaz siquiera de dar empleo, alimentación, vivienda y vestido suficientes a sus ciudadanos. De muy poco o nada sirvieron aquellos logros de un régimen político frente a la carencia de los básicos casa, vestido y sustento de un pueblo heroico.
La necesidad de la permanencia en el poder, el mesianismo, destino al parecer inexorable de todo aquel que se cree insustituible salvador de su pueblo, llevó a Castro a la instauración de una dictadura de más de 50 años mucho más duradera que aquella de Batista (diez años en dos periodos) a la que derrocó, y con ella la antidemocracia, la cancelación de las libertades, la represión y la violación de los derechos humanos de los cubanos.
Su muerte es, sin hipérbole, el fin de una era; el adiós, ahora sí, —como escribió mi compañero Víctor Manuel Torres— del siglo XX.
La nueva era para Cuba no será nada fácil. Su actual gobierno y su nomenklatura, herederos de Fidel, no abandonarán el poder y sus privilegios y la nueva esperanza de los cubanos en Estados Unidos — ¡oh, paradoja!— se comenzó a marchitar con el triunfo de Donald Trump.
Hoy, por lo pronto, hay que reconocer que aquella luminosa esperanza terminó en una oscura y decepcionante realidad.

X