Opinion

La justicia indígena en Chihuahua I

Carlos Murillo M./
Abogado

2016-10-22

El único lugar donde el Estado logra ejercer el poder sobre los ciudadanos es en la cárcel y aún ahí simula la vigilancia a los presos; pero existen otras instituciones panópticas como la escuela, el trabajo o la iglesia, donde hay otros mecanismos de control social, lo mismo sucede en las aduanas.
Más que ir de un lugar a otro, cruzar una línea es salir de una realidad a otra. Subirse a un autobús es comenzar el trasiego entre cosmovisiones distantes, de realidades ajenas.
La Central Camionera de Chihuahua se ubica al sur de la ciudad, es un lugar bastante amplio donde se unen los caminos, los autobuses de pasajeros son el transporte público más usado para viajar a los municipios de la Sierra Tarahumara.
Carretera-asfalto, autobús-diesel, patrón-empleados, oferta-demanda, necesidad-satisfactor y autoridad-permiso, son los binomios indispensables del engranaje que rige el neoliberalismo económico, lo que permite que exista una Central Camionera.
El lugar es como un pequeño consulado interno de México, donde se simula el paso por una frontera. El edificio es un cubo gigante donde transitan miles de pasajeros todos los días. Los mapas donde se explican los destinos, hacen que parezca que estamos en el centro de una telaraña y por los hilos se comunican las regiones.
En el lugar hay decenas de compañías de transporte con afanosos vendedores que tratan de atrapar a los clientes con un saludo o con la clásica pregunta “¿a dónde viaja?”, mientras giran la pantalla de una computadora. Atrás de ellos, como si fuera un asunto menor, las tarifas de los viajes; un recordatorio de que todo en esta vida se paga. Guachochi, sale a las 6 de la mañana, cuesta 600 pesos, unos 35 dólares, “hay pocos lugares” dice el vendedor mientras clava su mirada en la pantalla. Apenas son las tres de la mañana, no hay más opción que esperar.
En la madrugada muchos ruidos se apagan, pero las luces siguen prendidas. Mientras afuera apenas suena el chiflido del viento, adentro se escucha un abanico gigante que cuelga sobre el techo, las aspas dan vueltas como el engranaje de una máquina en una fábrica moderna, también, cada cinco o diez minutos se rompe el tedioso silencio con la música programada de una consola de videojuego y, en la entrada principal, un reloj gigante marca las tres con quince de la mañana.
Unas veinte personas aguardan la hora de su viaje mientras duermen en una banca de plástico color azul o se acuestan en el piso de mármol esperando a que amanezca, la Central Camionera es una pequeña aldea en la que cohabitan las personas por unas horas, pero parece que pasa toda una vida.
Como sucede en las grandes ciudades, aquí es posible comprar boletos para viajar a cualquier parte del país. Regularmente, en los destinos comerciales los autobuses están equipados con baños y televisión; con un costo extra, el autobús puede ofrecer internet inalámbrico y, además, le entregan al pasajero una bolsa de plástico pequeña con un sándwich, papas fritas, un refresco y unos audífonos, en otros autobuses no regalan ni los buenos días, lo que demuestra que hasta en los camiones hay clases.
Estos lugares son el estómago de la migración, entre los pasajeros hay gente que viene desde Centroamérica para acercarse a la frontera norte, principalmente van a Ciudad Juárez que está a 320 kilómetros, también hay personas que van de visita familiar o para atender una enfermedad en un hospital grande, algunos viajan por algún negocio, así como también hay clasemedieros que van en autobús a las playas de vacaciones y suben sus fotos al Facebook como si se dieran vida de millonarios.
En la Central Camionera hay puntos de revisión antes de llegar a los andenes, ahí están agentes de la Instituto Nacional de Migración y de la Aduana, por lo que el control aparentemente es mayor, aún así, el protocolo de control es poroso, a cierta hora de la madrugada es posible entrar y salir de los andenes porque las puertas se quedan sin ninguna vigilancia.
El Estado moderno simula el control en las fronteras, porque es la puerta de personas y mercancías, pero no existe un sistema de vigilancia infalible, mucho menos este mecanismo de la Central Camionera que reduce el control a pasar por un arco para detectar metales desenchufado, con un agente o dos que vigilan y la única tecnología que usan de vez en cuando es un semáforo que enciende de manera aleatoria en rojo o en verde, este aparato es menos eficaz que una corazonada, casi siempre las reglas son así de absurdas, pero ayudan a cumplir con la función del Estado de simular control y vigilancia, para que los ciudadanos simulen que les preocupa. Cada personaje hace su rol y así se continúa con el teatro del Estado.
La vigilancia simulada de un país se concentra en estos lunares, donde la apariencia del control del Estado sirve para administrar la migración y el comercio, de algún modo las aduanas materializan el discurso de la legalidad y de su fiel compañera, la corrupción, porque en México, lo que prohíbe la ley puede ser permitido por el dinero.
Cerca de la Central Camionera pasa el tren, símbolo de la modernidad, del progreso y la tecnología del siglo pasado. Las vías rodean la ciudad por un costado, es común ver a los migrantes, una gran parte de ellos centroamericanos, que se bajan de La Bestia que pasa hacia el norte, ese es el nombre con el que conocen al tren que parte al país en dos y cruza de la frontera sur con Guatemala a la frontera norte con Estados Unidos.
Los migrantes se bajan en Chihuahua para descansar un poco, aprovechan para pedir dinero y comer algo antes de volverse a subir a La Bestia. Al siguiente día se vuelven a subir a La Bestia para continuar su travesía. La migración tiene muchas caras diferentes, pero todas son invisibles.
También hay autobuses clandestinos fuera de la Central Camionera, son falsas empresas que operan fuera de la ley, simulan una agencia de viajes, pero en realidad tienen la misma función que una pequeña Central Camionera de bajo costo, estos negocios clandestina escapan a la supervisión de las autoridades, usan camiones en mal estado y choferes que no respetan medidas de seguridad, lo que genera mayor riesgo de accidentes, pero el riesgo siempre existe, sea legal o ilegal el transporte.
Son las cinco de la mañana y esperamos el autobús que va para Guachochi en el andén 32. Es diciembre, ya hace frío. Hemos pasado el filtro de vigilancia simulada. Ya estamos en los andenes. En esta área, casi todos los autobuses van a algún lugar en la Sierra Tarahumara, como nosotros.

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