Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
2016-10-21
La semana pasada tuve la oportunidad de participar en el II Congreso Internacional de Investigación organizado por la Universidad Libre de Colombia. “El papel de la investigación, la ciencia, la tecnología y la innovación en el posconflicto colombiano.”
Por cierto, no se puede hablar de posconflicto, ya que el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC quedó en suspenso después de que el NO a los acuerdos ganó en un plebiscito, por lo que ahora tendrán que volver a renegociar. El triunfo de la oposición fue por escaso margen, lo que manifiesta la profunda división que existe en la sociedad votante colombiana.
Entre otros temas, en el congreso académico se abordó la necesidad de que a través de la educación se pueda trabajar en la reconstrucción de la mentalidad y las actitudes de los sobrevivientes al conflicto para poder avanzar hacia la paz. Esta situación se intuye similar a la de nuestra frontera, que necesita tener procesos que lleven a la reconciliación, a la superación de la violencia a través de la paz, evitando la venganza, el conflicto y la inseguridad.
En mi participación abordé el tema de construcción de la paz a partir de la promoción de procesos de sustentabilidad y el fortalecimiento de la ética en todos los ámbitos, me detengo a comentar el segundo en este espacio.
La necesidad de fortalecer la ética se manifiesta con claridad en las reflexiones mundiales sobre la crisis financiera del 2008, que puso en evidencia la quiebra moral de los actores en los servicios financieros y sus implicaciones en la economía global; también está presente en las protestas ciudadanas y electorales por la corrupción e impunidad en distintos gobiernos, incluyendo los que recién terminaron en el estado de Chihuahua.
Con un enfoque novedoso para atender los problemas de la crisis ambiental y la falta de ética, el Papa Francisco publicó el año pasado la encíclica Laudato Si, que aborda ambos temas desde una perspectiva humanista. El documento ha servido como base para discusiones en varios eventos científicos por su certero diagnóstico de la cuestión ambiental, y al mismo tiempo por la descripción de la crisis moral de nuestro tiempo.
Plantear una reconstrucción de las relaciones sociales en nuestra comunidad a partir de estos dos temas significa un cambio de paradigma en las administraciones gubernamentales, ya que los servicios públicos e infraestructura tendrían que ser pensados en clave de sustentabilidad y la ética ser institucionalizada en procedimientos y controles de transparencia y rendición de cuentas, además de la formación de los servidores públicos en este tema.
Recientemente un ingeniero de Chihuahua me decía que los problemas de abasto en aquella ciudad se resolvían con más agua, sin embargo le hice notar que la cantidad de fugas que tiene el sistema solo iba a ocasionar que la nueva y costosa agua que se llevara a la ciudad, se desperdiciaría por las fugas e incluso rompería más tuberías ocasionando mayor desperdicio. La anécdota me hace pensar en las políticas que promueven más desarrollo económico, tecnológico o urbano sin ética, la misma riqueza se va a utilizar para desperdiciar, corromper, y acrecentar la inequidad existente, por lo que la criminalidad y la violencia continuarán.
La falta de ética debe atenderse explícitamente en los gremios profesionales, en todo el sistema educativo y por supuesto en asociaciones civiles y religiosas que trabajan con las familias. Mención especial merece el trabajo necesario con los jóvenes que estarán formando las nuevas familias, y que hoy parecen reacios a comprometerse en esta dimensión de construcción del tejido social, y sin la cual la sociedad enfrenta un panorama desolador.
La paz es un proceso que necesita ser construido día a día, la gestión sustentable y el fortalecimiento de la ética son caminos intuidos globalmente como claves para lograrlo, por lo que son opciones por explorar para nuestra comunidad.