Opinion

Un río en el olvido

Cecilia Ester Castañeda

2016-10-19

Esta semana la Presa del Elefante cumplió 100 años. A mí, eso me da una profunda tristeza. El 16 de octubre de 1916 marca el principio del fin en la impetuosidad del río Bravo, al menos en parte considerable de la zona fronteriza chihuahuense.
La segunda mayor obra de ingeniería hidráulica de su tiempo trajo consigo el intenso crecimiento de la explotación agrícola y la población en Nuevo México y cambió para siempre el paisaje desde Ciudad Juárez-El Paso hasta Ojinaga-Presidio, tramo fluvial que algunos han dado en llamar “el río olvidado”.
Quizá era de esperarse. Si la humanidad ha sometido a la Naturaleza hasta en rincones recónditos, un cauce de volumen y curso caprichosos alimentando a habitantes asentados en medio del desierto no tenía esperanza. Igual que el legendario Nilo africano, cuyas crecidas permitieron cultivar el bajo Egipto, el río Bravo inundaba Ciudad Juárez y su valle dejando un terreno fértil para la agricultura de la región —en 1885 no se alcanzaba a ver la otra orilla durante el punto máximo de la riada, me dijo una tatarabuela que le contó su abuela—.
Su fuerza fue su perdición. Lo impredecible del caudal del cuarto mayor afluente en América del Norte dificultaba el control de las cosechas, el ferrocarril había traído más pobladores a sus riberas y la voraz urbanización se extendía. Si en Egipto se había construido la Presa de Asuán para someter al Nilo, Estados Unidos decidió ser hora de controlar al indomable Bravo. 
Pero México también compartía parte del río que demarcaba la línea limítrofe. A pesar de localizarse a 160 kilómetros de la frontera, la obra de ingeniería afectaría a dos países —uno de ellos en guerra— con un tratado de agua firmado tras años de negociaciones. Finalmente se estrenó meses después de que Francisco Villa invadiera Columbus, Nuevo México.
La Presa del Elefante ha sido un curioso caso de relaciones internacionales y con el medio ambiente en el cual, me temo, “el río olvidado” es un triste ejemplo de múltiples intereses encontrados, cambio climático, contaminación, falta de conciencia ecológica, escaso arraigo y, más que nada, sobreexplotación. Hoy en día el Fondo Mundial para la Vida Silvestre incluye al Bravo entre los 10 afluentes de nuestro planeta en mayor peligro.
¿Cómo llegamos al punto en que durante la mayor parte del año el río bautizado por su potente caudal —el Grande— apenas lleva agua a su paso por Ciudad Juárez? La historia es gradual y prolongada, pero, a un siglo de la formalización del reclamo por el uso del líquido antes de su llegada a la frontera basta con echar un vistazo al lecho del canal de concreto entre nosotros y El Paso para saber que algo está muy, muy mal.
Obviamente, a diferencia de otras vías fluviales, en el Bravo influye el hecho de descender a un desierto, intensificando el efecto de su diversificación río arriba. Y luego están esos tratados donde México renuncia a cualquier protesta por daños pasados o futuros a raíz de escasez de agua provocada por el desvío para su consumo al norte sin que Estados Unidos reconozca siquiera el reclamo de nuestro país. Aparentemente nadie pensó a futuro en las condiciones cambiantes ni en el calentamiento global. En cuanto a la justicia del volumen fijo de entrega a México determinado en 1906, según estudios, tras la construcción de la Presa del Elefante el flujo de agua entre Ciudad Juárez y Ojinaga descendió a la cuarta parte de lo que era.
La solución nos concierne a todos. Más allá de cuestiones a niveles federales o de buena voluntad entre estados y países vecinos, debemos cuidar ese caudal de vida. En nuestras manos está tomar medidas contra el desperdicio del agua, la contaminación del lecho del río, la basura en vías como las acequias.
Curiosamente este fin de semana también se celebró el Día Internacional del Río Bravo. Las organizaciones de la sociedad civil que mantienen viva esta fecha realizan eventos durante todo el mes en varias ciudades fronterizas. Sigamos más su ejemplo reivindicando la grandeza de nuestro río, de ese símbolo y origen de nuestra comunidad misma.
 

X