Opinion

¿Volverá la luna de miel?

Jesús Antonio Camarillo

2016-10-14


La luna de miel parece haber terminado. Viejos conocidos desde hace muchos años, su temprana irrupción en los medios de comunicación es un punto de convergencia del cual ambos hicieron alarde durante las campañas. Amigos, llegaron a llamarse. Quizá uno, con más reticencia para emitir tan pesado vocablo, pero los dos lo soltaron. Cuando ganaron la elección, ese discurso feliz se ratificaba ante las cámaras de televisión. Todo sería coordinación, esfuerzo conjunto, trabajo en paralelo por el bien de Ciudad Juárez y Chihuahua. De pronto, el terreno de la política práctica, tan lleno de avatares y zancadillas, se volvía terreno terso. Supuestamente, de un panorama lleno de demonios, se transitaba casi casi a una sociedad política de ángeles.
La historia de sutilezas, como era de esperarse, fue materia efímera. Aun antes de la toma de posesión y con la primera decisión importante en el tema de los nombramientos del gobierno municipal, todo se vino abajo. Pareciera que el panorama político cambio de tajo. De las expectativas compartidas se pasó al plano de las desconfianzas absolutas. Para quien encabeza el gobierno estatal, la cualidad de independiente que le dio sustento al entonces candidato a presidente municipal se desmoronaba con el nombramiento del abogado Jorge González Nicolás como Secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez. ¿Bajo cuáles parámetros se iba ahora a coordinar el esfuerzo en una materia tan medular si Cabada incorpora a un funcionario que les recuerda todo lo que no pueden ver?
La irrupción de actitudes y símbolos no se hizo esperar. De manera explícita y también con el lenguaje de la omisión y el disimulo se adoptaron decisiones cuyo objetivo es marcar el territorio. Así, a la curva de aprendizaje y relativa zozobra que afronta todo gobierno que se inicia en sus funciones, se debe ahora sumar la franca tensión que se ha generado entre los dos niveles de gobierno, en un lapso que, por lo que se ve, fue bien aprovechado por el crimen, convirtiendo a varias zonas del estado en auténticas campos de batalla y que hacen recordar los tiempos que todos tenemos presentes y a los que nadie, en su sano juicio, quisiera regresar.
Pero mi posición en torno a los nombramientos de los personajes claves en el tema de la procuración de justicia y la seguridad pública, tanto a nivel estatal –César Augusto Peniche– como a nivel municipal  –Jorge González Nicolás– , es pragmáticamente optimista. Ambos son operadores inteligentes y dedicados a su función. No paso por alto que el reproche aparentemente mayoritario dirigido contra González Nicolás va dirigido hacia el papel que desempeñó durante el sexenio duartista. Es una marca que para el pulso popular no se podrá quitar jamás, cuando menos en su faceta como funcionario público; sin embargo, es un abogado bastante sagaz que sabe trabajar y optimizar los recursos con los que cuenta en su función. Además, siendo realistas, en un estado tan convulso como Chihuahua, y en tiempos tan aciagos como los del pasado más reciente, es casi imposible que un fiscal general, por más capaz que sea, arroje resultados con los que todo mundo esté conforme.
Por lo demás, el alcalde Armando Cabada tomó una decisión y quizá ya resulte hasta ocioso escudriñar hasta lo más profundo de su subconsciente para saber cuáles fueron los motivos soterrados que le llevaron a tomar la decisión del nombramiento. Ahora lo importante es aprender a jugar con las fichas que se tienen en el tablero. En el estado de Chihuahua, no se puede perder tiempo en indagar qué gobernante le sacó la lengua primero al otro. Es tiempo de dejar por un momento los egos y los enconos personales para poner en marcha una estrategia sistemática y eficaz que ataje los impulsos de la delincuencia común y organizada, pero sobre todo, tomar en cuenta que los orígenes de esa delincuencia están, en buena medida, en la carencia de una política social de alto calado. ¿Qué tanto un gobierno estatal panista y un gobierno independiente municipal estarían dispuestos a invertir en el diseño y conformación de una política social que, por fin, se tome en serio la pobreza, la marginación, la educación y el bienestar general de sus ciudadanos?
Veremos, pero volviendo al punto del cual partimos: ¿Volverá la luna de miel? No creo y es lo que menos debe importarnos.

 

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