Sergio Sarmiento
2016-10-13
Ciudad de México— Nadie podrá acusarme de no ser admirador de Bob Dylan. De joven cantaba sus canciones con guitarra y harmónica en los pasillos de la Prepa 8. Todavía me sé muchas de memoria.
Dylan tuvo una enorme influencia. Sus canciones de protesta o surrealistas enseñaron a los intérpretes de la música popular que era posible cantar letras que no fueran simples estribillos de amor juvenil. Fue la punta de lanza de una tendencia que adoptarían los Beatles, los Rolling Stones y muchos más.
Ciertas frases suyas son provocadoras, otras evocadoras. Algunas han permanecido en el lenguaje popular: "La respuesta está en el viento" ("Blowin' in the Wind"). Otras conjuran momentos de soledad: "No tengo a nadie con quien encontrarme / Y la calle antigua y vacía está demasiado muerta para soñar" ("Mr. Tambourine Man"). No faltan las torpes: "Bueno, viajo en el tren postal, nena / No puedo comprar una diversión / Bueno, he estado despierto toda la noche / Recargado en la ventana" ("It Takes a Lot to Laugh It Takes a Train to Cry"). El propio Dylan, sin embargo, ha dicho: "No es fácil definir la poesía."
Muchos han despreciado a Robert Zimmerman por derivativo, falto de originalidad. Su nombre artístico lo tomó de Dylan Thomas. Su acento sureño, incongruente en un chico judío de Duluth, Minnesota, de Woody Guthrie. Su lenguaje de inflexiones negras es tan falso como un pecho de silicón. Pero el arte toma prestado de donde puede.
En las últimas décadas Dylan ha sido elevado a un pedestal. "Things Have Changed", una pieza relativamente menor de la película Wonder Boys, recibió el Óscar y el Globo de Oro a mejor canción. Los conciertos de Dylan se venden hasta el último asiento, pese a que en el escenario se resiste a cantar sus viejos éxitos o los interpreta de manera irreconocible.
Algunas canciones ofrecen juegos de aliteración, la repetición rítmica de consonantes: "In the jingle jangle morning I'll come followin' you" ("Mr. Tambourine"). Otras, particularmente las primeras, aportaban un tono apocalíptico que entusiasmaba a los jóvenes de los años sesenta, pero que hoy parece ingenuo: "Vengan escritores y críticos / Que profetizan con sus plumas / Y mantengan los ojos abiertos / La oportunidad no regresará" ("The Times They Are a-Changin'"). Dylan usaba metáforas sencillas para explicar sus visiones: "Es una lluvia fuerte la que va a caer" ("A Hard Rain's A-Gonna Fall"). Las letras sobre el papel no son necesariamente malas, pero tampoco excepcionales. Es la música la que les da fuerza.
Con Dylan la Academia Sueca ha conseguido un Premio Nobel que no hay que buscar en las enciclopedias. Si al otorgar el galardón del 2015 a la rusa Svetlana Alexiévich mandó el mensaje de que el periodismo puede ser literatura, con Dylan extiende la distinción a la canción popular. Se vale. Pero cuando el Premio Nobel no lo recibieron Proust, Joyce, Kafka, Borges o Fuentes, cabe preguntarse si se han agotado ya los verdaderos escritores y poetas.
Mónica Soto Icaza, autora de Tacones en el armario y varias colecciones de poesía, escribe: "Me da gusto que el Nobel sea para un autor no tradicional. Es como una tierna caricia a los escritores que condenan todo lo que no huela a academia y a los poetas que usan las mismas palabras domingueras para sonar misteriosos e inteligentes y no consiguen atraer ni un lector nuevo."
Yo reconozco las limitaciones de Dylan. Pero mientras escribo este artículo y escucho su música no puedo evitar corear sus canciones. Es la primera vez que me sucede con un Nobel.
Voto libre
El voto personal, libre y secreto en los sindicatos es tan importante para evitar abusos a los trabajadores que sorprende que apenas ayer haya sido aprobado por el Senado.
Twitter: @SergioSarmiento