Opinion

Delegados

Pascal Beltrán del Río

2016-10-13

Ciudad de México— El PRI aún no supera las derrotas que sufrió el 5 de junio pasado y anda buscando no quién se las hizo sino quién se las pague.
El principal sospechoso es un grupo que ha adquirido un gran poder en la época de la alternancia: los delegados del gobierno federal.
Es justo decir que si bien el PRI no ha asumido muchas de sus propias culpas ante aquellas derrotas, los delegados se han vuelto una fuerza transversal e incontrolada, cuyo poder reside en manejar 95% de los recursos federales.
Los priistas tienen la impresión de que muchos delegados federales les han estado jugando chueco, ya sea porque no apoyan al gobierno o al partido como debieran o, peor, porque juegan para la oposición, principalmente para el PAN.
Las delegaciones del gobierno federal tienen su origen en las comandancias militares y las agencias del Ministerio Público, que, desde antes de la Revolución Mexicana, hacían sentir el poder central en todos los rincones de la República.
También contribuyeron al actual esquema de delegaciones federales las que estableció el viejo partido de Estado, a modo de comisarías políticas, en los estados del país.
Los delegados del PNR (luego PRM y después PRI) se crearon para maniatar a caciques y gobernadores a los dictados del centro.
Ese esquema se reproduciría eventualmente en el gobierno federal. Primero en la Secretaría de Hacienda, mediante los llamados administradores fiscales regionales, creados en el gobierno del presidenteLuis Echeverría, y, posteriormente, con la multiplicación de las delegaciones federales en el sexenio de José López Portillo, a quien, como secretario de Hacienda, le tocó echar a andar las representaciones de la dependencia fuera de la Ciudad de México.
Algunos de los lectores recordarán cómo hasta los años 80 era necesario venir a la capital para tramitar el pasaporte en las oficinas centrales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en Tlatelolco.
Ése y otros rasgos del centralismo se acabarían con la delegación de funciones.
Pero lo que en el origen fue, posiblemente, un deseo de incrementar la eficiencia del servicio público —y quizá también impulsar la multiplicación de las chambas burocráticas— derivaría en la creación de figuras de poder que, poco a poco, comenzaron a moverse con gran independencia del centro.
Esto último estalló con la llegada del PAN a la Presidencia de la República en 2000.
Los panistas vieron en las delegaciones estatales una forma de estirar su dominio político sobre el territorio nacional y llegar a lugares donde el partido no había podido hacerlo.
Luego, comprendieron que las delegaciones eran una fuente de recursos.
El PAN aprovechó la Ley del Servicio Profesional de Carrera (promulgada en 2003) para enquistarse en las representaciones de la Administración Pública Federal, al punto de que, actualmente, 60% de la estructura de las mil 500 delegaciones estatales en la República está ocupado por militantes panistas o personajes cercanos a ese partido.
De acuerdo con el PRI, esas estructuras tienen “maniatados” a los delegados estatales. Molesta al tricolor que dichas oficinas no sirvan al interés del gobierno federal y, por ello, afecten al PRI y beneficien a la oposición.
Los priistas sostienen que las gestiones de sus legisladores federales en los estados no son apoyadas por las delegaciones federales y, en cambio, las de los legisladores de oposición son atendidas de inmediato.
Más allá de que eso sea cierto o no, los delegados se han vuelto personajes poderosos que aparecen diario en los medios locales, al lado del gobernador del estado, inaugurando obras o entregando apoyos.
Con eso, muchos de los delegados y subdelegados federales han logrado hacer avanzar sus propias agendas y, con ello, sus carreras políticas. De esa manera, estos personajes se promueven públicamente como no lo pueden hacer —por las leyes electorales— los legisladores y titulares de dependencias.
En algo tienen razón los priistas que se reunieron el martes para quejarse ante el secretario de Gobernación: los mil 500 delegados estatales se han convertido en personajes incontrolables que ven primero por su propio interés.

 

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