Opinion

Blasfemos

Jesús Antonio Camarillo

2016-09-30

Hay días para todo, hasta para celebrar la blasfemia. Ayer, los medios de comunicación del mundo occidental dieron cuenta de las festividades para celebrar el día internacional de la blasfemia y en las redes sociales no faltaron las imágenes, los debates y controversias sobre la significación de la fecha.
Recorriendo algunas de las más importantes ciudades del mundo, las botargas de la blasfemia se veían alegres, festejando lo que a partir del 2009,  el “Center for Inquiry” instituyó como el día propicio para concentrar la promoción de lo que dice perseguir la organización: la ciencia, la razón, la libertad de investigación y los valores humanistas.
Sacando de todo contexto las motivaciones que impulsaron a la organización a dar pauta a la celebración del día de la blasfemia, los fundamentalistas condenan año con año y por todos los medios a su alcance la fiesta de los blasfemos, pero debemos distinguir, pues siendo cierto que en el uso habitual del vocablo, la blasfemia adquiere una significación negativa al vincularse a la noción de lo ofensivo, o al sentido de la burla o el escarnio en contra de los símbolos que las religiones han entronizado a lo largo de la historia, lo que se observa aquí no es el ataque apriorístico contra lo sagrado, sino más bien la defensa de la razón, la discusión, la ciencia y el libre pensamiento.
En ese sentido,  estaríamos de acuerdo con lo señalado por el coordinador del Día de la Blasfemia en Toronto, Justin Trottier, en una entrevista concedida a “USA Today”: “…No estamos tratando de ofender, pero si en el curso del diálogo y debate, la gente se ofende, eso no es problema para nosotros. No existe el derecho humano a no ser ofendido”. Trottier está en lo correcto, porque en el camino de la deliberación y el debate, ciertos argumentos podrían considerarse ofensivos para la otra parte que discute, pero es un costo que tiene que pagar el que entra al escenario de un diálogo racional. En este diálogo no hay ofensas ni escarnios apriorísticos, se discute para quitarnos las actitudes dogmáticas, nuestra sarta de prejuicios y nuestros asideros infranqueables. Si en el sendero de la discusión y el debate usted se siente agraviado u ofendido, es que quizá no entendió ni entenderá las reglas básicas del juego de la deliberación. Lejos de molestarse o despotricar contra mí, usted tendría que presentar mejores razones para persuadirme de que está en lo correcto y que yo he vivido o estoy en el error.
Está en lo cierto también Trottier cuando señala que no existe un derecho humano a no ser ofendido. En una recepción caritativa, creo entender en qué contexto lo dijo. No existe un derecho absoluto a no ser ofendido. La evaluación y el reproche jurídico tienen que hacerse siempre sujeto a las circunstancias en que ésta se profiere. Salir a las calles a manifestarse portando las banderas de la ciencia, la razón, la emancipación, la libertad de expresión, así como la de la libertad de investigación no es una ofensa en sí mismo, al contrario, se ve como una virtud cívica el hecho de que así como hay marchas de creyentes que salen a vociferar a la plaza pública sus pretensiones e intereses, el mismo derecho lo hagan valer  los ateos y los librepensadores, o simplemente, los que separan las cosas de “Dios” de las cosas del Estado.
De hecho, a México y a Ciudad Juárez –específicamente–  le hace falta un activismo secularizado que, como tal, salga de los ámbitos privados y académicos y se manifieste públicamente por lo que cree y por lo que no cree. El no creyente no tiene por qué seguir en la dimensión de un bicho de closet. Tiene que salir a confrontar al mundo, aun cuando la tiranía de las mayorías lo llame blasfemo o como le dé su gana. Después de todo, no deberíamos olvidar que los grandes cambios y la lucha contra el atraso y la ignorancia se los debemos a quienes, en su momento, fueron calificados, alguna vez de blasfemos.
Por mi parte, confieso que ayer fue un día especial. Y celebré jugando con una lotería especial que contiene las estampitas de muchos blasfemos, entre ellos Galileo Galilei, Newton, Russell, Kant y hasta el gran iusfilósofo Hugo Grocio, calificado de blasfemo, al desplazar a la divinidad como figura central de un objeto que no existe, pero que es llamado “Derecho Natural”.

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