Opinion

Dólar

Pascal Beltrán del Río

2016-09-27

Ciudad de México– Ayer el peso mexicano se recuperó frente a la divisa estadunidense luego de que Hillary Clinton, la aspirante demócrata a la Casa Blanca, dio la impresión de imponerse a su rival republicano Donald Trump en el primer debate que sostuvieron ambos candidatos el lunes por la noche en Hempstead, Nueva York.
El hecho confirma algo que ha sido negado por quienes sostienen –para justificar su visión ideológica– que la suerte del peso depende exclusivamente de hechos de índole nacional.
Por supuesto que hay factores locales que inciden en la cotización del peso frente a otras divisas. Pero algunos no han entendido que el régimen de libre flotación adoptado por el país hace dos décadas hace que el valor de la moneda mexicana sea vulnerable ante diferentes acontecimientos mundiales de orden económico, pero también político.
Entre ellos están el desplome de los precios de petróleo, las decisiones de política monetaria de los principales bancos centrales –como el Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos– y, aunque se niegue, la perspectiva de que llegue a la Casa Blanca un hombre que ha amenazado con poner obstáculos a la economía mexicana porque cree o dice demagógicamente que las importaciones mexicanas y las inversiones de empresas estadunidenses en nuestro país afectan la economía de su país.
Es obvio que una economía abierta como la de México, en la que la industria manufacturera de exportación es una generadora importante de empleos y divisas, el discurso proteccionista que se escucha en la campaña electoral al norte de la frontera –y no sólo de parte de Trump– es percibida como una amenaza a su estabilidad.
Hay quienes creen que el republicano no podría cumplir lo que ha dicho en entrevistas y actos en proselitismo en caso de ganar la elección del 8 de noviembre.
Sin embargo, no habría que estar tan seguros. En un estudio publicado hace unos días, Gary Hufbauer, investigador del Peterson Institute for International Economics, reveló que el presidente de Estados Unidos sí tiene facultades legales para poner trabas a los intercambios comerciales con otros países y las inversiones en el extranjero si considera que éstos afectan los intereses estadunidenses.
Por supuesto, nadie puede asegurar que Trump llegará a la Casa Blanca ni mucho menos qué tipo de políticas aplicaría, pero sus desplantes populistas son recibidos con temor por parte de los mercados respecto de cómo le iría a México si él ganara.
Todo esto no cuadra con la visión nacionalista que el país heredó de los tiempos del viejo PRI.
Aunque millones de mexicanos no tienen edad para recordar la última vez que el peso fue devaluado por decisión del gobierno (en diciembre de 1994), se sigue pensando que son únicamente factores políticos locales los que determinan el valor de la moneda.
Más aún, sigue permeando la vieja visión de que la cotización del peso frente al dólar es la única medida de la salud de la economía, sin considerar otros indicadores, como la inflación.
La bajísima popularidad del actual gobierno, encabezado por Enrique Peña Nieto, vuelve creíble que éste es responsable de todos los males, incluida la cotización del peso. Pero para eso sirve informarse: no creer cuanto rumor divulga el vecino, el amigo o las redes sociales.
Hay que recordar dos cosas en estos momentos:
1) El peso ha seguido el mismo curso de depreciación que otras monedas emergentes. Y si se ha depreciado más que otras es, entre otras razones, por la posibilidad de que gane Trump. Si no lo cree, pregúntese por qué el peso no se benefició tanto como otras monedas por el anuncio de la Fed de la semana pasada, en el sentido de que no elevaría, por ahora, sus tasas de interés, y sí se recuperó tras la aparente derrota del magnate en el debate.
2) La depreciación de la moneda no ha impactado aún la inflación. Ése es un indicador que deberíamos ver con mayor atención, pues la cotización del dólar importa sólo a quien piensa hacer transacciones en esa moneda. Y en ese terreno siempre hay dos caras: mientras no suba la inflación por causa de la depreciación del peso, un dólar caro perjudica al importador, a quien piensa viajar al extranjero o a quien se financia con dólares, pero beneficia al exportador, a la industria turística y a los millones de mexicanos que reciben remesas.
Ahora que si queremos dejar de preocuparnos por la paridad peso-dólar, también podríamos hacer como El Salvador, Ecuador y Panamá (los dos primeros tienen gobiernos de izquierda, por cierto) cuya moneda circulante es el dólar. Pero sospecho que el nacionalismo mexicano haría imposible una decisión así, aunque se concluyera que es una buena idea económica.

 

X