Opinion

Matrimonio igualitario y presidenciables

Ivonne Melgar

2016-09-25

Ciudad de México– Una de las características más decepcionantes de nuestros políticos es su conservadurismo. No hay en sus apuestas ambición de cambio y mucho menos la de representar los anhelos de la gente.
Es una clase gobernante que cede cuando la presión social se impone, como ha sucedido con la corrupción.
De manera que las estrategias de los aspirantes presidenciales a 2018 se centran en la promesa del “¡No robarás!”.
Aspirar a la honestidad es un gran avance en un país donde la riqueza producto de la política era vista con normalidad.
Pero esta competencia por la pureza le da la espalda a los reclamos de equidad.
El hecho de que ninguno de los personajes con posibilidades de ganar la elección presidencial tenga una postura firme en favor de los matrimonios igualitarios es síntoma del conservadurismo que comparten.
Las actitudes de AMLO, Margarita Zavala, Miguel Ángel Osorio Chong, Ricardo Anaya, Rafael Moreno Valle y Manlio Fabio Beltrones frente a un derecho que ya calificó de constitucional la SCJN revelan su ignorancia de lo que se vive en las calles, donde la diversidad se reconoce, se acepta y ejerce creciente y cotidianamente.
El desinterés de los aspirantes frente al acoso de las Iglesias hacia la comunidad LGBTTTI, también evidencia que la defensa del Estado laico no es prioridad de la clase gobernante.
Si bien el presidente Enrique Peña Nieto propuso darle constitucionalidad al matrimonio igualitario, sus iniciativas carecen del respaldo del PRI que ha decidido sepultarlas bajo el argumento de que la derrota electoral de junio se debe en parte a esa oferta. La valoración de los priistas es un retroceso frente la beligerancia que con el PRD protagonizaron para inhibir los ímpetus religiosos de la administración de Vicente Fox, cuya ala conservadora perdió la batalla en ese sexenio.
Ante la actual cruzada de las Iglesias y el silencio cómplice de los políticos, las universidades salieron esta semana a dar la cara.
En un pronunciamiento contra el bloqueo que la jerarquía católica y otras asociaciones religiosas y civiles impulsan, los rectores Enrique Graue (UNAM), Tonatiuh Bravo (UdeG), Salvador Vega y León (UAM) y Guillermo Garza (UANL) definieron que “el Estado laico constituye una condición necesaria de las sociedades modernas”.
Semanas atrás hizo lo propio el rector de la Universidad Iberoamericana, David Fernández, al advertir que, en este debate, su Iglesia no está respetando a la comunidad LGBTTTI.
Es cierto, entre los aspirantes al 2018, en sintonía con el partido que lo postuló, el gobernante capitalino sí se ha manifestado en favor del matrimonio igualitario, derecho que desde la administración de Marcelo Ebrard es una realidad en la CDMX.
Sin embargo, como Miguel Mancera no es el presidenciable con mayores posibilidades de la izquierda, la postura del PRD carece de la fuerza para convertirse en un incentivo de competencia electoral.
Por el contrario, al ser AMLO el principal opositor del matrimonio igualitario dentro de los presidenciables, su rechazo a la diversidad se vuelve elemento de contagio para el resto de los contendientes, ayunos de proyectos socialmente transformadores.
Así que la posición religiosa del candidato de Morena se convierte en factor de parálisis en la institucionalización de la lucha contra la homofobia y más por tratarse del único contendiente que ya tiene asegurado su lugar en la boleta.
Para colmo de males, el PAN, creciente en la intención del voto hacia los comicios presidenciales, sigue cobijándose en una pendiente revisión interna de su doctrina, tradicionalmente la más intolerante hacia la diversidad.
El gobernador Moreno Valle ha sido tajante en el no a la iniciativa presidencial. Margarita Zavala se limita a ofrecer respeto a la resolución de la Corte. Y Ricardo Anaya, dirigente del panismo y cada vez más competitivo en la carrera al 2018, se acomoda en el silencio.
Contrario al sentir del relevo generacional que dice representar, la no postura del joven presidente del PAN es señal de que el reconocimiento del Estado a la diversidad es todavía una quimera.
Y qué decir de Osorio Chong, responsable como titular de la Segob de ponerle un alto a la intromisión de las Iglesias en la política pública. Además de dejar correr sus protestas, cobija el activismo del PES –partido a él vinculado– como representante del enojo de los arzobispos y pastores.
Las voces progresistas del gabinete se han desdibujado. Ya no escuchamos la defensa a la diversidad de la titular de la Sedatu, Rosario Robles. Ni las críticas que en agosto hiciera a la Conferencia del Episcopado Mexicano el secretario de Salud, José Narro.
Mientras tanto en la vida real, en los campus universitarios donde se construye el futuro global de México, se asume y reproduce en la práctica el llamado: #TodosSomosFamilia. Y no serán las Iglesias las que puedan frenar el curso de esta historia.
Sólo hay que recorrer el México de los tumultos en el Metro, sus mercados, las instituciones de educación superior, las oficinas, los comercios, los cafés, para constatar que la diversidad es parte de nosotros.
Hoy, sin embargo, nuestros políticos caminan a contracorriente. Y ni la exclusión ni la desigualdad les quitan el sueño.

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