Opinion

La intolerancia domina el debate

Luis Froylán Castañeda/
Analista Político

2016-09-24

Durante siglos, milenios, la homosexualidad ha sido reprimida, relegada a la clandestinidad. En la Edad Media la consideraban una perversión diabólica y durante la primera mitad del siglo pasado falsas interpretaciones científicas la ubicaban entre las enfermedades mentales. En la mayoría de los países árabes, todavía hoy se pena con la muerte, los lapidan.
No siempre fue así. En la cultura helénica eran aceptados, a Sócrates lo consideran homosexual porque se juntaba mucho con jovencitos y entre ellos buscaba la perfección del ser humano, sin que fuese mal visto. También los romanos eran muy tolerantes, a Julio César lo criticaban sus detractores porque hacía “de mujer” en su relación sexual con Nicomodes, monarca de Bitinia, no porque se acostase con él.
Sin embargo siempre ha sido criticada de una y otra forma, en la misma Roma estaba prohibida en el ejército, aunque lo tolerase la sociedad. Algunos historiadores griegos asociaban la homosexualidad a la pederastia, citándola como una de las causas de su decadencia.
Su rechazo tiene una clara y evidente explicación, es anormal que personas del mismo sexo se atraigan entre sí, siendo que la evolución ha dotado a todos los seres vivos con el impulso de la procreación. Según los naturalistas, no hay mayor impulso instintivo que el de perpetuar la especie, y en ese propósito de trascendencia los humanos nos igualamos a los animales.
Manny Pacquiao lo ve con la simpleza del inculto y una lógica primaria pero irrebatible: “Es de sentido común ¿ves animales del mismo sexo apareándose? Los animales son mejores –que los homosexuales– porque pueden distinguir los machos de las hembras. Si los hombres se acuestan con hombres y las mujeres con mujeres, son peores que los animales”.
Implacable la lógica de Pacquiao y eso que andaba en campaña, probablemente en Filipinas los hombres son muy machos y las mujeres muy hembras, pues de otra forma en lugar de conseguir votos, los habría perdido.
Despojada de los conceptos políticamente correctos, puesta en blanco y negro, es sencillo llegar a la conclusión de que se trata de una condición anormal y esa anormalidad hace que hasta los más liberales, los que se envuelven en la bandera del arcoíris y defienden sus postulados, encuentran dificultades para aceptar el hecho cuando los alcanza en sus familias.
Prefieren que sus hijos o hijas sean “normales”, piensan que eso de la homosexualidad está muy bien, pero en la casa del vecino. Es algo así como los gringos que condenan el racismo “en todas sus formas” pero desaprueban el matrimonio de su hija con un hispano.
Desde luego que desapruebo la visión de Pacquiao. Conozco a varios homosexuales, hombres y mujeres, que son muy finas personas, gente honrada, esforzados que no dañan a nadie, ocupados en sus asuntos sin estar interesados en los movimientos y campañas gay. Ellos a lo suyo y que al resto los bendiga Dios.
De la histórica represión, en las últimas décadas las comunidades homosexuales han salido a las calles para expresar sus sentimientos, afirmar su orgullo, el orgullo gay, y exigir una serie de derechos que consideran negados. Lo hacen con la determinación de quien suelta de una vez sus pasiones largamente reprimidas. Bienvenidas sus campañas, aplaudible su movimiento, respetadas sus expresiones, algunas de las cuales son muy creativas y divertidas.
Han sido muy exitosos en sus movimientos, obligando a gobiernos de todo el mundo a modificar sus constituciones, ganando espacios y aceptación en casi todas las sociedades, hoy la leyes reconocen esa diversidad.
En México, no sólo en la Ciudad de México, cualquier pareja del mismo sexo puede contraer matrimonio, en la mayoría de los estados norteamericanos también, todos los gobiernos europeos actualizaron sus marcos normativos. En la conservadora España igual.
En los hechos la homofobia sólo persiste, como definición gubernamental, en los estados islámicos. Y tampoco es un asunto personal contra los gay, las mujeres están sometidas al marido casi en calidad de esclavas, todavía contraen matrimonios arreglados entre los padres de la novia y el novio. En esos temas los países árabes viven –en todos los órdenes– en una sociedad medieval. Así que no se lo deben tomar personal.
En su lucha constante por afianzar sus derechos, además de cambiar las leyes en muchos países, han ido fortaleciendo su cultura en diversas ciudades que les abren sus brazos y terminan por convertirlas en sus capitales: San Francisco, Seattle, Amsterdam, Ibiza, Montreal y muchas más.
En realidad el movimiento gay llegó tarde en México y además llega mal, exigiendo derechos mientras reprime a los que piensan diferente. Son intolerantes y algunos hasta violentos contra quienes los desaprueban, pero han tenido la capacidad de ganar los medios.
Me sorprende la intolerancia de comunicadores usualmente inteligentes, que pierden toda compostura cuando la Iglesia católica sale a las calles en defensa de la familia. A fijar su postura, como puede y debe hacerlo cualquier otra comunidad, como lo hacen la comunidad gay.
Esa intolerancia es peligrosa, cuando se mezclan las creencias religiosas con postulados basados en libertades sexuales, no hay forma de discutir sensatamente. Las posturas de unos y otros son irreductibles, no están dominadas por la razón, sino por la pasión alimentada en su sistema de creencias.
Cuando leí la declaración del arzobispo de Hermosillo, Ruy Rendón Leal, en torno la homosexualidad, quedé frío. No me remite hasta la Edad Media, pero sí a los primeros años del siglo pasado: “conozco a un sacerdote que es experto en acompañamiento en madurez humana, doctor en psicología. Él asegura que con tratamiento y terapia las personas pueden cambiar su situación y tendencia homosexual y yo le creo”, dijo el insensato como si descubriese la cura contra la calvicie o fuese iluminado con la sabiduría de los más grandes misterios revelados sólo a su avanzado entendimiento.
¿Qué motiva a un alto miembro de la Iglesia católica a formular esas declaraciones? Imposible meterme en su pensamiento, pero supongo que lo mueve cierto odio hacia los homosexuales. Mentes como la suya son las que durante siglos los mantuvieron relegados a la clandestinidad.
Es la voz de un arzobispo, sí, un alto miembro del clero mexicano, pero no es la opinión de la Iglesia, probablemente la institución más conservadora. Sin embargo en los últimos años también los pastores católicos han matizado su postura pública, especialmente desde que Francisco llegó al Vaticano.
Con toda su imprudencia, tanto Manny como el arzobispo tienen derecho a expresarse. Deberían hacerlo en mejor forma o callar, pero nadie les puede negar el derecho de opinar, a la Iglesia católica menos, se trata de una institución a la que millones de fieles entrega su fe y su respeto.
El campeón filipino fue más severo, Ruy Rendón por lo menos los quiere aliviar, no explicó si con toques eléctricos en las puntas de los dedos, terapia motivacional mostrando fotos o videos entre hombres y mujeres para que aprendan a que también el sexo entre los opuestos se disfruta.
No dijo de que manera ni en qué consistía la terapia del sacerdote doctor en psicología, pero intenta “aliviarlos”, como si estuviesen enfermos. Seguro ese arzobispo desconoce la conversación de los dos amigos de la infancia que se reencuentran en el pueblo: “¿Y se te quitó lo joto…? Si no es grupa, baboso”.
En cambio Pacquiao los calificó de ser peores que los animales y eso sí que calienta, son personas, tienen alma que salvar. No se cuelguen.
Desde luego que desapruebo esos comentarios y los trato a modo de broma con el único propósito de relajarlos, no pretendo insultar a nadie. Repruebo sobre todo tratándose de un arzobispo, él tiene la responsabilidad de opinar con mayor conocimiento, amor y comprensión hacia quienes ve diferentes.
No obstante las comunidades gay y sus defensores públicos no deben ser tan sensibles, son expresiones como muchas otras, de gente que obviamente rechaza sus conductas. ¿Estos radicales no tienen derecho a expresarse? Ellos que defienden con fiereza sus derechos, no pueden negar el de otros a disentir, incluso a rechazarlos.
Claramente en este caso estamos frente a un radicalismo, el de un prelado que piensa como en los primeros años del siglo pasado y tiene la torpeza de expresarlo. Sin embargo no por esas voces desafortunadas, la Iglesia pierde su derecho de opinar.
Es en razón, más bien, de esos radicales que la Iglesia necesita fijar su postura y lo hace en defensa de la familia tradicional. Son millones de mexicanos los que piensan de esa manera. Según el Inegi, en México el 83.6 por ciento de las personas se declaran católicos y aunque entre ellos existen diferentes posturas, la mayoría está a favor de la familia como la hemos conocidos siempre.
La discusión está desenfocada, no es la reforma propuesta por Peña lo que está en juego, sino la aceptación y tolerancia entre los diferentes y en esa parte las minorías también tienen responsabilidad, sus críticos merecen respeto.

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