Cecilia Ester Castañeda
2016-09-21
La casa fronteriza de Juan Gabriel ubicada sobre la avenida 16 de Septiembre siempre ha sido punto de visita obligado para los seguidores del cantautor desde que se supo quién la había adquirido. Ahora, según notas informativas, las cenizas del Divo de Juárez serán el punto focal del futuro museo anunciado en la residencia situada entre las calles Perú y Colombia. ¡Bien por esta tierra!
Pero ese domicilio de alto enrejado que abarca una cuadra entera también se encuentra en el corazón de otro tesoro juarense digno de ser preservado y admirado. Construida originalmente para el agente aduanal Manuel M. Mora, es una de las mansiones tipo californiano neocolonial que caracterizaron una época de auge muy de la frontera.
En el transcurso de los años 40 la población de Ciudad Juárez creció a más del doble. A decir de los historiadores el impacto económico generado en Estados Unidos por la Segunda Guerra Mundial y la postguerra, aunado a los divorcios exprés permitidos por las leyes chihuahuenses, se traducían en un mayor número de visitantes extranjeros. En otras palabras, ingresaban más dólares.
Las residencias blancas con teja de barro, arcos, ventanas altas, rejas de hierro y decoraciones barrocas empezaron a bordear ese símbolo del porvenir representado por la recién ampliada –¡y pavimentada! – 16 de Septiembre. Según el cronista de Ciudad Juárez, Filiberto Terrazas Sánchez, los juarenses pudientes imitaban el estilo de moda en el cine de Hollywood con casas que generalmente tenían huertos o jardines en la parte posterior.
Quizá la llamada Quinta Anita, en 16 y Uruguay, del presidente municipal 1942-43 Antonio J. Bermúdez, y la hoy residencia de Juan Gabriel sean los ejemplos más prominentes del estilo común en una zona que abarcaba desde la Lerdo hasta las Américas, no nada más sobre la 16 de Septiembre. Pero poco a poco ha ido desapareciendo, víctima del tiempo, la apatía y la falta de memoria de una comunidad sin arraigo.
Cuando yo trabajaba en 16 y Guatemala veía por la ventana a un pastor alemán retozando en el amplio jardín de la casa tipo California que se encontraba enfrente. Probablemente no estaba muy ocupada, pues recuerdo como uno de mis pasatiempos ponerme a imaginar el futuro de esa bonita vivienda antigua. “Lo más probable es que el jardín se convierta en el estacionamiento de algún despacho, pero sí dejarán esa arquitectura tan original”, era mi teoría favorita.
Y un día desaparecieron el perro, el jardín… la fachada. La construcción se amplió de la manera más burda hasta la banqueta para abrir paso a una clínica sin espacio siquiera para la ambulancia, rampas ni nada parecido, claro. “¡Lástima de edificio histórico!”, pensé.
Lo más triste es que esa clínica al vapor, desocupada desde hace años, no es el único negocio que cierra sus puertas después de destruir una fachada californiana neoclásica. En Honduras y 16, por no alejarnos mucho, está abandonado un bar con nombre y hasta logo plagiados de un hotel de Las Vegas aún visibles sobre una pared reciente en lo que fue una casa antigua. Algunos minisúperes, notarías y otros negocios también han modificado parcial o totalmente construcciones históricas. Hoy mismo está remodelándose una vivienda estilo California localizada casi junto a la Gregorio M. Solís. Y, si de alcaldes hablamos, en la esquina nororiente de la Panamá ya no queda nada de la casa de Carlos Villarreal (1947-49).
Sin embargo aún es tiempo de rescatar ese trozo de historia. Declarar patrimonio histórico dicho tipo de construcción y complementarlo permitiría crear un nostálgico paseo que se sume al circuito del Divo de Juárez —porque ya hay alguien preparando éste ¿o no?— y abra un camino para revivir el centro.
Si en Memphis planearon una zona turística, con todo y enorme tienda de recuerdos, en torno a la casa de Elvis no veo la razón de que en Juárez no podamos ofrecer un marco digno al legado de Juan Gabriel, a pesar de ya no haber álamos decorando la avenida. Aunque quién sabe, probablemente no tarden tanto en crecer…