Opinion

La vejez que nos espera

Samuel F. Velarde

2016-09-12

Pensar en la vejez está fuera del plan de vida de la mayoría de los seres humanos. Nuestra cultura hedonista nos enseña que la juventud es eterna o al menos la madurez, que por lo general llega hasta los cincuenta y siete años. Pero de los sesenta años en adelante el esquema de cada uno de nosotros deja fuera un proyecto de vida para la etapa que sigue, digamos que cuando se llega a los setenta años, pocos tienen calculado un proyecto diferente, aunado a si eres jubilado o no, es decir a tus posibilidades económicas.
En un país donde el envejecimiento va rápido, las políticas públicas destinadas al adulto mayor se ven cada vez más diluidas.
Sin entrar en cuestiones demográficas, la vejez representa un estado de cosas donde tu humanidad va en decadencia y en donde sistémicamente ya no eres productivo. La vejez se observa como la pérdida paulatina de habilidades y en donde en cierto momento, se llega a la decadencia total: una demencia senil.
Hablar de esta etapa de la vida para muchos aún está lejana, sobre todo para los jóvenes que todavía viven su extrema juventud y gozan del éxtasis de esta edad, la vejez la conciben tal vez a través de sus abuelos o abuelas, pero muchos la observan como algo muy lejano y a los viejos, como entidades bondadosas y llenas de sabiduría. Para otros ellos son sencillamente personas dignas de lástima.
Escribió el destacado sociólogo judío Norbert Elías en su libro “La soledad de los moribundos” a propósito de la vejez: “No resulta fácil imaginar que el propio cuerpo, tan fresco, y a menudo tan lleno de sensaciones placenteras, pueda volverse lento, cansado y torpe. No es posible imaginarlo, ni en el fondo se quiere imaginar”. Elías al escribir lo anterior lo hace desde su perspectiva de viejo y de sociólogo, por supuesto que desde la perspectiva del hombre común, es difícil reflexionarlo.
Muchos de los que alguna vez fuimos jóvenes y estamos cerca de llegar a la vejez, vivimos una etapa donde se experimenta en ocasiones una crisis existencial, pues no sabemos si la salud nos ayudará para llegar al menos relativamente bien a esta etapa crucial en el individuo, pero también si tendremos los recursos suficientes para cubrir nuestras necesidades de viejo, o si seremos un estorbo en la vida cotidiana de los más jóvenes. Muchos evaden por miedo estas reflexiones, pero indudablemente la mayoría llegaremos a esta etapa de la vida, en mejores o peores condiciones.
Pero también los jóvenes, ni tienen idea del qué hacer cuando sus padres lleguen a esa edad, cómo tratarlos, cómo no vulnerar sentimientos, compartir responsabilidades cuando son varios hermanos y cómo cada uno colaborará en el objetivo de “cuidar” a los padres. Pero también en eso no se piensa.
Indudablemente como política pública, el asunto del envejecimiento debe ser abordado por los gobiernos, que por supuesto poco hacen al respecto, por falta de recursos, por la corrupción o sencillamente porque el anciano ya no importa en una sociedad que no piensa en ellos, en una sociedad que cree que la ancianidad tardará mucho en llegar.
Y los que estamos cerca de esa etapa vulnerable, pensar nuestro destino, como algo inevitable en la vida humana, como simples mortales.

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