Luis Alfonso Arenal
2016-08-30
En la anterior entrega habíamos comentado acerca de los fines del Gobierno y con mayor énfasis en qué destino debe tener el dinero de nuestros impuestos. Gracias a la retroalimentación pudimos recibir un hipervínculo que nos permitía escuchar uno de los discursos de Margaret Thatcher respecto al uso del dinero “del Gobierno”, o como deberíamos llamarlo “nuestro dinero”. Más allá de las filias y fobias que el personaje despierta en ciertos sectores de nuestra sociedad, lo cierto es que debemos empezar por considerar que no hay tal cosa como el dinero “del Gobierno” sino que ese es el dinero de los contribuyentes, o sea, nosotros. Eso lo incluye a usted estimado lector.
Me preguntan que para qué sirve el gobierno entonces. Pues de acuerdo con mi filosofía personal (ya cada quien tendrá la suya propia y en algo coincidiremos), la función del Estado es la gestión del Bien Común. Y ese concepto ya lo habíamos explicado en el artículo anterior, por lo que me limitaré a definirlo de manera simple: es el bien de todos. El problema no es la definición sino cómo llevarlo a la práctica. Y ahí es donde empiezan las controversias y hasta los conflictos por la diferencia de creencias, valores e intereses.
La ocasión anterior cerramos con el caso de aquel terreno baldío en la colonia Infonavit Casas Grandes. Hasta donde yo recuerdo, era un terreno baldío que cobró especial interés cuando un grupo religioso lo solicita para construir un templo y, en contraparte, otro grupo lo pide para unas canchas deportivas.
De entrada se antoja que unas canchas deportivas deberían tener prioridad ya que benefician a cualquier persona de cualquier denominación religiosa (o sin ella) mientras que un templo sólo beneficia a los que profesen ese credo específicamente.
Quizá la solución salomónica que se le dio contribuyó a evitar un conflicto y quizá haya logrado un bien superior como la tranquilidad y la armonía. A final de cuentas quienes deseaban el templo ahí lo tienen y junto a un espacio deportivo. Y nunca se volvió a hablar de ese conflicto.
Por otro lado sigue vigente la polémica generada por los semáforos que se instalaron sobre la ruta del papa Francisco y que serán comprados con nuestro dinero. Por supuesto que debe analizarse si dichos dispositivos cumplen con las normas vigentes pero también la cuestión de si son aptos para personas daltónicas. A varios nos ha tocado la oportunidad de leer signos y hasta notas musicales en lugar de letras en dichos semáforos, lo que quizá sea un problema menor para quienes podemos distinguir el rojo del verde. ¿Y los daltónicos? Regresando al tema, no creo que sea buena idea gastar en nuevos semáforos cuando la ciudad tiene tantas carencias. Creo que la raíz de la solución está en lograr un gobierno abierto que permita discutir en forma oportuna estas cuestiones. Si es nuestro dinero de lo que se habla, debería ser de interés para todos.
Otro caso es el del Programa de Movilidad Urbana (PMU). Cuando el colectivo “Ciudadanos Vigilantes” denunció irregularidades en la administración del programa, pocas fueron las organizaciones intermedias que hicieron eco de esta situación. La mayoría de los juarenses ignora los detalles tanto del PMU como de las irregularidades denunciadas. La política sirve precisamente para llegar a acuerdos acerca de cómo gastar el dinero de todos. Conciliar intereses es función de la política y la falta de política es lo que causa los conflictos violentos en realidad.