Samuel F. Velarde
2016-08-29
Ciudad Juárez como frontera, siempre ha tenido sus características muy representativas, que van desde lo anecdótico hasta la realidad lacerante.
Desde aquella leyenda de que Jim Morrison interpretó una melodía en un antro del centro de la ciudad, hasta los crímenes patéticos que se suscitan por doquier. Pero también la frontera se observa desde su vida cotidiana.
La cotidianeidad fronteriza, esa la lucha por la sobrevivencia de los que trabajan a diario bajo un sueldo limitado y que realizan con calidad productos globales, personas que se desempeñan con un alto rendimiento y pasan al anonimato y a la masa de gente sin perfil. Sin embargo, esto es parte de un sistema social, de una relación social donde cada quien cumple y punto.
También está la vida cotidiana de aquel malabarista, vendedor de limpiacristales, chicles, macetas, fruta, donde cada quien desde su perspectiva ofrece sus productos para sobrevivir, en un mercado competido, pero donde cada uno tiene su islote personal para ofrecer sus cosas.
La frontera acoge también al indígena desarraigado, los sin tierra y sin bosque, que se suman a los miles de migrantes con esperanza de llegar a esta aridez de polvo y concreto, una ciudad tremendamente deteriorada pero cálida a la vez, que arropa cotidianamente la escasez o la desesperación humana.
Si cada uno de nosotros tuviéremos la empatía de conocer la vida cotidiana del otro, las cosas serían mejores, pues tendríamos la oportunidad de entendernos más, de solidarizarnos, de vernos realmente como seres humanos, ya que la vida cotidiana es la esencia de nuestro papel social.
Meterse en la vida cotidiana es internarse en el “modus vivendi” de las personas, es desenredar lo que aparentemente es normal y percatarse de lo simbólico de cada estilo de vida, es darse cuenta de que existe un sistema social que atosiga con una serie de normas a cumplir, o que nos obliga a disminuir la capacidad de asombro. Pero también es comprender los nudos que mantienen la red social, entender cómo cada ser humano actúa para construir su realidad o la de todos.
Y esta reflexión es con un propósito: pensar hasta qué punto la vida cotidiana nos facilita como fronterizos ser personas libres y que podamos diseñar proyectos de vida en conjunto. Es decir, revolucionar nuestras vidas cotidianas es promover o exponer visiones diferentes de comportamientos y compromisos, propios de una cotidianidad más intensa y llena de perspectivas personales y sociales.
Una ciudad como esta necesita facilitar la vida cotidiana de sus habitantes, al menos en términos de infraestructura, por desgracia (como ejemplo) es la ciudad donde el peatón y las banquetas se ignoran; el peatón es invisible y sus banquetas disfuncionales. Muchas vidas cotidianas dependen de banquetas y buena movilidad.