Opinion

¡Juaritos Rifa!

Carlos Murillo M./
Analista Político

2016-08-20

De vez en cuando, la implacable rutina nos da un receso, en uno de esos momentos me puse a pensar en un plan divertido para el fin de semana, así, imaginé un tour alternativo para turistear en Juárez y de inmediato armé la agenda que no se podía llamar de otra manera: “¡Juaritos Rifa!” –pensé–, inspirado en los lugares que más disfruto del Centro Histórico.
El agasajo debía incluir tres escalas para poder considerarlo cosa seria, así que pensé en el Kentucky Bar como punto de partida, la Nueva Central como preámbulo del platillo fuerte y el cierre maestro en la Arena Kalaka donde se presenta lo mejor de la Lucha Libre local.
Abro paréntesis. A propósito de este arte-deporte-ciencia popular, ahora con los Juegos Olímpicos creo que vale la pena reflexionar sobre una propuesta auténticamente mexicana para que se agregue la Lucha Libre a la lista de deportes en competencia, seguramente esto nos permitirá alcanzar más medallas en esa disciplina. El único detalle es la evaluación de la calidad de la lucha, porque –según mi opinión– considero injusto y poco lógica la regla de que gana “quien se lleva dos de tres caídas” –como se hace ahora–, cuando en realidad, el espectáculo es una parte sustanciosa de la Lucha Libre que hasta ahora no se evalúa. En todo caso podría haber jueces, tal como en los clavados, con una calificación del uno al diez y que se presenten las tarjetas al público. Dejo este apunte para que la CONADE revise mi propuesta, que seguramente nos haría pioneros al transformar a la Lucha Libre como deporte olímpico. Cierro paréntesis.
Regresemos al tour. Atendiendo a mi vocación de demócrata, decidí lanzar una convocatoria para que se unieran todos los interesados en recorrer el circuito que tiene como epicentro la histórica Manzana 40 que tanto presume Alex Ramírez.
El día del evento “¡Juaritos Rifa!” y como antesala del arranque oficial, fuimos a buscar al Richy, un artesano que tiene una práctica muy particular, es un experto en hacer máscaras –y todo tipo de equipo para luchadores profesionales–, su taller está a una cuadra de la famosa Escuela Revolución en las inmediaciones de la colonia La Chaveña, sobre la avenida Insurgentes.
Fuimos ahí, porque Javier, de 5 años, al saber que íbamos a las luchas, pidió una máscara nueva para llegar a la arena estrenando capucha, debo decir que ya tiene una colección privada de cuatro o cinco máscaras, pero es necesario renovar el inventario para mantenerse en la onda. Hasta ahora su máscara favorita es la de Fishman, también conocido como “El Veneno Verde”, un gladiador originario de La Laguna, quien fue uno de los más famosos ídolos en Ciudad Juárez, cuando la época de oro.
Mi papá también era aficionado a la Lucha Libre, pero disfrutaba más que yo fuera fanático de hueso colorado, por lo que me alentaba a mantener la bonita tradición que nace en el cuadrilátero. Lo mismo me pasa ahora con Javier, creo que yo me emociono más –que él– cuando vamos a la Arena Kalaka y la gente lo nota.
Las máscaras del Richy son un poema, realmente es un trabajo que requiere de mucho detalle, si hubiera que encontrar algo similar, diría que es como los alfareros de Mata Ortiz, que son famosos mundialmente por las ollas pintadas con una precisión perrota.
La gente entra al taller del Richy y es como ir a un museo de la lucha libre, su colección de máscaras autografiadas, rotas y ensangrentadas que cuelgan en lo más alto de la pared son un tesoro incalculable para cualquier fanático del ring, ninguna tiene precio, simplemente no se venden, pero deberían estar en un museo de arte popular como El Estanquillo de Carlos Monsiváis en la Ciudad de México. Así de loco es el arte, a las máscaras en el taller del Richy no se les da el mismo valor que si estuvieran en un museo fondeado por empresas “jaitonas”, pero si Monsiváis las exhibe, entonces se convierten en algo “chic”. ¡Cómo no tenemos un Monsiváis aquí que le haga justicia al Richy!
Después de una reflexión sesuda por casi veinte minutos, Javier se nota pensativo, observa, hace un ejercicio de introspección, busca algo de inspiración en la filosofía posmoderna, camina de aquí para allá entre máscaras, cintas, pieles y retazos de tela, después de darle vueltas al asunto, Javier decidió llevarse una máscara que es un nuevo clásico: “La Parka”. La decisión no pudo ser mejor, simplemente fue genial, por una razón muy simple, a mí me encanta esa máscara.
El Richy le hizo un par de ajustes con su máquina de coser marca Singer, mientras un par de cristianos fumaban y platicaban sobre los últimos chismes de la lucha. Alcancé a escuchar que Pagano le pidió unas mallas al Richy, por cierto que este luchador extremo es de Juárez y será la estrella de Triplemanía la próxima semana, enfrentando al temible Psycho Clown, del clan de los payasos sicópatas, en un duelo máscara contra cabellera, quizá use las mallas ese día.
Una vez, mi amigo Jorge y yo encontramos a Pagano comiendo en la barbacoa de El Güero, por la Lago de Pátzcuaro, casualmente un día antes lo vimos en el Gimnasio Neri Santos enfrentando al mentado Aéreo, otro luchador local con el que traía tiro cantado, hasta que Pagano perdió la cabellera con el encapuchado. Ojalá que no se repita la historia la próxima semana con el Psycho Clown.
Regresando al tour, el día del evento logramos reunir a la –nada despreciable– cantidad de nueve adultos y cuatro menores (ya quisieran varios políticos aglutinar a tantos sin acarreo).
Como lo planeamos, la misión comenzó con unos tacos en el Kentuky Bar, el emblemático lugar que tiene una hermosa barra de madera fina –algunos dicen que ese mueble lo sacaron de un barco, pero el Kentucky es más conocido porque vio nacer a la popular bebida “Margarita”–.
Al terminar con los taquitos, salimos caminando por la avenida Juárez rumbo a la 16 de Septiembre, conocida por la generación sesentera como la “sixteen”, donde cotorreaba la raza dando vueltas en los autos de la época.
A esa hora y abriendo los ojos, es posible echarle un vistazo al lado más oscuro de la ciudad, y no me refiero a que sea de noche, más bien lo digo porque están presentes todos los giros negros, legales e ilegales, que cohabitan en la normalidad demostrando que la mafia es parte del ecosistema urbano.
Afuera del Café la Nueva Central hay una orquesta tocando rolitas de los años del rock clásico en español, mientras familias enteras disfrutan de un “dancing” a la luz de la luna. Como si hubiéramos reservado, en el restaurante de origen chino estaba disponible una fila de sillas frente a la barra del centro, ahí nos sentamos y pedimos con singular gusto, a mí me gusta echarme el pay de crema y el café con leche de cajón.
Ya se nos quemaban las habas para llegar a la Lucha Libre, entonces, nos fuimos caminando por la legendaria Mariscal hasta la Segunda de Ugarte. En la mera esquina nos esperaba el pancracio tronando cada vez que los luchadores se aventaban. Cuando llegamos al recinto, una sorpresa que habían anunciado en Facebook: Pagano estaba de visita y lo vimos en la puerta sacándose fotos con los fans, adentro había casa llena, síntoma inequívoco de que las vacaciones casi terminan… y que es quincena.
En el cuadrilátero los luchadores, alumnos del Profesor Rabia, se aplican llaves y saltan de una cuerda a la otra. El réferi vigila o mejor dicho, simula que vigila para legitimar el duelo, la verdad es que, en eso, no hay engaño, el réferi siempre es parcial. Todo es parte de un ritual donde el bien y el mal se enfrentan con diferente máscara.
La Lucha Libre es cultura, es tradición, es identidad, pero este espectáculo no se entiende sin el ciclo del fanatismo que comienza con la formación de audiencia, el público se nutre de sangre nueva cuando, en el intermedio, los niños se suben al ring y juegan a que son luchadores, así que Javier se aventó a las cuerdas con su máscara de La Parka y levantó el puño izquierdo en señal de triunfo. Quien gana es la Lucha Libre.
Antes de la última lucha salimos de la Arena Kalaka y pedimos un Uber para regresar al estacionamiento que está enseguida de la ex-Aduana. El tour había finalizado. Por un día fuimos parte de la tradición y testigos de que está más fuerte que nunca.
Y sí… ¡Juaritos Rifa!

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