Cecilia Ester Castañeda/
Escritora
La recuperación de la ciudad tiene muchos frentes, sin duda. Pero cuando se han visto a tal magnitud los estragos que las drogas son capaces de provocar a nivel comunitario, las políticas al respecto adquieren nuevas dimensiones. No, no se puede dejar de soslayo la atención a los adictos en una plaza históricamente clave para el trasiego de estupefacientes donde casi a diario se reportan casos dramáticos asociados con el consumo o la compra-venta de drogas.
Todos los casos son dramáticos. El costo en tiempo de vida, salud, dinero, relaciones familiares y laborales, oportunidades perdidas y peligro para un adicto siempre es demasiado, para él o ella y para la sociedad. A las muertes accidentales y los crímenes cometidos bajo el influjo de las drogas o por el narcotráfico ahora se suman tragedias como la del hijo que asesinó a su madre por reclamarle –a golpes, según reportes periodísticos– su vicio.
Ese caso en particular refleja los diversos factores involucrados en el proceso de rehabilitación. Un adicto de 21 años con amplios antecedentes delictivos no concluyó por falta de recursos económicos un tratamiento de meses que requería permanecer internado. Al parecer, no se cuenta con apoyo oficial directo para remitir a centros especializados a personas cuyo historial está asociado con el consumo de estupefacientes desde temprana edad. Y todo indica que la familia no tuvo acceso a información para facilitar la recuperación de su hijo. Eso, desde luego, sin contar con el entorno de drogas lícitas e ilícitas y la falta de oportunidades.
Mientras tanto la respuesta gubernamental dista con mucho de abordar la situación como un problema de salud pública e inclusive, dicen especialistas, en muchas familias el consumo de drogas se admite como algo socialmente aceptable. Entonces, si uno de los métodos más comunes para relajarse es beber licor y desde temprana edad tantos jóvenes prueban drogas a fin de ser parte del grupo sin existir un sólido sistema institucional de atención, ¿de qué manera va a mantenerse alejado de los estupefacientes alguien que empieza a perder el control? Como sociedad, necesitamos difundir medios más constructivos de convivir y de responder a las tensiones. Nos conviene, nos sale mucho más barato en todo sentido, implementar programas preventivos.
Y cuando la adicción sea un hecho –cuando haya una dependencia fisiológica o sicológica de alguna sustancia o su consumo esté afectando el nivel la vida de la persona– el acceso al tratamiento debe ser lo más rápido posible.
En Ciudad Juárez existen más de 50 centros de rehabilitación. Sin embargo, el manejo es poco profesional. De acuerdo con la Junta Mexicana Certificadora para Profesionales en Adicciones, Alcoholismo y Tabaco, sólo el 7 por ciento ofrecen tratamiento integral mientras que el porcentaje que cuentan con médico o sicólogo especialista en adicciones es de apenas 13. De hecho, según la misma fuente, el 51 por ciento desconocen la existencia de médicos especializados en adicciones. Los datos de la asociación muestran ser los propios rehabilitados quienes ofrecen el tratamiento en el 41 por ciento de los centros, siendo la técnica preferida la cristoterapia, empleada en más de la tercera parte de los casos.
Yo no veo nada de malo en compartir con otros la experiencia de superar alguna adicción, incluso si se hace de ello una fuente de ingresos o se reciben fondos gubernamentales. Lo trágico, me parece, es que en esta ciudad símbolo de batalla contra las drogas y de resiliencia no se estén implementando en serio políticas para afrontar esta guerra con herramientas al alcance de la población más vulnerable. Y durante el último año creció a nivel local más del 30 por ciento el consumo de las metanfetaminas mientras que los estudiantes juarenses de secundaria y preparatoria ocupan el cuarto lugar del país en diversas drogas, según notas periodísticas.
Pero si como usuarios estamos al día en adoptar las últimas tendencias de estupefacientes en el mercado, en cuanto a los avances en tratamientos vamos muy, muy rezagados.
De acuerdo con el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas de Estados Unidos un programa eficaz de rehabilitación implica, entre otras cosas: la duración que haga falta, abordar todas las necesidades de la persona, acceso a medicinas, variedad de metodología, terapia sicológica y seguimiento.
En otras palabras, puede tratarse de un complejo proceso tan prolongado como el de otras enfermedades crónicas. Puesto que las adicciones tienen efectos cerebrales y metabólicos, muchas veces los pacientes requieren atención en la reacción fisiológica-funcional a raíz del abandono de la sustancia y en otros padecimientos ocasionados o intensificados por el consumo de drogas.
¿Entonces por qué dejamos el grueso de la rehabilitación en manos de “padrinos” sin capacitación profesional? Los centros locales donde se atiende a los adictos a las drogas sí están acreditados por el Centro Nacional para la Prevención y Control de las Adicciones. Eso significa cumplir con criterios de calidad básicos. Pero si usted pregunta a quienes hayan permanecido internados el tiempo estándar de tres meses en un “anexo” si había médico de planta o conocieron a algún sicólogo, quizá la mayoría de las respuestas sean negativas.
Afortunadamente se han empezado a realizar esfuerzos por profesionalizar al personal de los centros de rehabilitación. En los últimos años, instancias oficiales y organizaciones ciudadanas han capacitado especialistas en salud física y mental según modelos tanto del país como internacionales.
Ésa es la clave. Aprovechar las aportaciones de todos en vez de enfrascarse en luchas provocadas por los celos profesionales. Sólo así podrán rendir frutos proyectos de la magnitud del tan anunciado Centro de Formación Integral y Profesional en la Prevención y Atención de las Adicciones (CFIPAA), que ni siquiera ha empezado a ofrecer servicios pero desde su construcción en el 2010 ha cambiado varias veces de manos y de función.
El CFIPAA es ya emblemático de la guerra contra las drogas: presentado con bombo y platillo pero vacío por dentro. O puede llegar a representar la voluntad por vencer un problema grave recurriendo a todos los recursos de una sociedad dispuesta a asumir las riendas de su destino, de dar a sus habitantes –a sí misma–una nueva oportunidad.