Jesús Antonio Camarillo
2016-08-19
Tiene la sonrisa de un niño, pero en estos momentos encarna el “milagro” del deporte mexicano. A poquísimos días de que termine la justa olímpica, cayó la medalla que urgía. El patético grito de ¡sí se pudo! retumbó en las cabinas de muchos comentaristas mexicanos que narraban la pelea de Misael Rodríguez, el jovencito de Parral, quien pese a que perdía su pelea ante el uzbeko Bektemir Melikusiev, ganaba oficialmente la medalla de bronce en la categoría de los pesos medios.
Ayer cayó otra medalla, de plata para la marchista Lupita González, pero antes de ese triunfo, la presea de Misael fue un signo que irrumpió como del más allá. Los hombres de saco y corbata del deporte mexicano habían encendido muchas veladoras para que alguien –y el nombre es lo de menos para el burócrata del deporte– lograra aunque sea una de bronce. Se hablaba de “sequía de medallas”, como si nuestro deporte se significara históricamente por ser una muestra exuberante de la cosecha de ellas en los juegos olímpicos.
Lo que sí es cierto es que temían regresar, de plano, con las manos vacías, pues siempre con dos o tres de ellas, del metal que fuese, se colmaban las expectativas de todos. Y es que el transcurso de las actividades en Río de Janeiro indicaba que en esta ocasión ni para eso iba a alcanzar. Por eso, cuando Misael aseguró el bronce, los hombres de traje del deporte mexicano se volvieron Misaelistas y Parral, por un instante fue, en efecto, la “capital del mundo” para el deporte “organizado” en México.
Pero, había que sacarle jugo a todo esto. Pronto, medalla y atleta se convirtieron en instrumento. Era necesario sacar del pasado cercano la evidencia de cómo anduvo junto con otros pugilistas “boteando” para allegarse recursos para ir a un evento internacional que precedió a los juegos olímpicos.
Todos lamentamos la precaria situación de ese grupo de pugilistas que trepados en los camiones pedían dinero para sufragar los gastos de su viaje. Sin embargo, Misael y sus compañeros en realidad fueron utilizados como piezas prescindibles en medio de la disputa entre el Comité Olímpico Mexicano, las federaciones –en este caso la de boxeo– y la Conade (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte).
En esas protestas, los deportistas se quejaban de que la Conade, cuyo titular es Alfredo Castillo, les había retirado el apoyo económico para acudir al Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado, en Qatar, sede en la que los seleccionados mexicanos buscarían su pase a los juegos olímpicos. La protesta fue calificada por Castillo como un vil chantaje, orquestado por la federación de box dirigida por Ricardo Contreras desde hace 23 años y a la que Castillo previamente había hecho serios cuestionamientos en el manejo de los fondos, a tal grado de considerarla un verdadero lastre.
Sin hacer una defensa en abstracto de Castillo, lo cierto es que históricamente muchas de las federaciones deportivas en este país, trabajan muy ajenas a la cultura de la transparencia y la rendición de cuentas. Los dirigentes hacen lo que quieren con los recursos sin que nadie se atreva a exigirles ya no digamos resultados en las competencias, sino simplemente buenos manejos administrativos.
En este sexenio, se ha otorgado el mayor presupuesto de la historia al deporte mexicano. Se trata de la nada despreciable cifra de 25 mil millones de pesos. Competencialmente, es la Conade la que asigna ese dinero, pero es el Comité Olímpico Mexicano el que realiza el trabajo directo con las distintas federaciones.
¿Qué hacen las federaciones con la tajada de ese suculento pastel? ¿Por qué seguimos esperando los mexicanos el diseño y la puesta en marcha de una auténtica política de Estado en materia deportiva? ¿Se gana algo con la comparecencia de Castillo al Congreso? ¿Por qué no entrar hasta las entrañas de las federaciones, cubiertos con tapabocas, para ver el manejo financiero de cada una de ellas? ¿Tiene sentido esperar “milagros” cada cuatro años, producidos por atletas que hacen del coraje y la pasión sus manifiestos programáticos?
El “sí se puede” de los mexicanos seguirá siendo un grito irracional, mientras forjemos todas nuestras expectativas en el sentimiento y la pasión de cada uno de nuestros atletas y no apostemos por las reglas claras, la optimización de los recursos, el ataque frontal a la corrupción en el deporte. Todo ello en el marco de una auténtica cultura deportiva.
En tanto y por lo pronto, todos somos Parral.