Opinion

Niños y violencia

Cecilia Ester Castañeda

2016-08-17

Alguien me preguntó cuáles eran los efectos en la niñez de los peores años de violencia en Ciudad Juárez. Es difícil decirlo con precisión. No conozco estudios que midan de manera científica las consecuencias de la reciente crisis en los juarenses en sus años formativos.
Sin embargo existen versiones anecdóticas, reportajes, opiniones de especialistas y estadísticas gracias a las cuales resulta posible hacer un bosquejo sobre el impacto de esa época aciaga en los más jóvenes. Por lo tanto, me aventuro a ofrecer una teoría general en torno a un tema que merece toda nuestra atención.
Al igual que en los ciudadanos de cualquier edad, la violencia se reflejó de distintas maneras y grados en los menores. Mucho dependió también de la reacción de los adultos a su alrededor: no es lo mismo cambiar hábitos a estar oyendo hablar constantemente respecto a la inseguridad, ni se responde igual a ver enfermo a un pariente preocupado que a oír recordar con orgullo a un padre asesinado por motivos laborales.
Fuera de los efectos tangibles ocasionados por la pérdida de un ser querido, una fuente de ingresos o la libertad de movimiento, los menores juarenses se encontraron vulnerables a la falta de preparación de la sociedad en general para afrontar contingencias colectivas con cuyas réplicas prácticamente sísmicas aún estamos luchando.
Su nivel de vida se vio afectado, lo mismo que el de todos, pero a ellos ese endeble sistema de respuesta les tocó en una etapa cuando están definiendo su concepto sobre el mundo. Si muchos nos quejábamos de abandono, a nuestros hijos eso los marcó con creces.
La infancia desatendida ya era un problema añejo en Ciudad Juárez. Esas generaciones de niños criados solos en las calles mientras sus padres –o madres nada más– trabajan me parecen uno de los principales factores para que la frontera se volviera caldo de cultivo de una delincuencia organizada dispuesta a ofrecerles la sensación de pertenencia, logro y reconocimiento al parecer inaccesible en otra parte.
Sin embargo, entre el 2008 y el 2012 gran número de menores juarenses crecían por sí mismos en medio de un verdadero campo de batalla. Otros, “más protegidos”, fueron criados por una televisión o un internet poco capacitados para contribuir a la formación de ciudadanos con un sentido básico de confianza mientras sus figuras paternas se debatían en sus propias incertidumbres.
La pérdida de libertad de los más jóvenes asume diversas formas. No hace una semana casi se dio un enfrentamiento con la policía cuando unos padres salieron a defender a sus hijos subidos a una patrulla por estar jugando afuera. Al menos ahí había adultos y alcanzaron a intervenir. Pero en el caso de muchos adolescentes de apariencia humilde que transitan solos por las calles la estigmatización alcanzó niveles alarmantes con el pretexto de la inseguridad. Como mínimo, la falta de criterio y los abusos policiales han alimentado en un sector de la población la desconfianza hacia las instituciones. 
Luego están los menores a quienes se les restringió la movilidad a raíz del temor de sus padres. A ésos –sobre todo a las mujeres– no se les veía caminando ni a la esquina sin compañía de un adulto. Perdieron oportunidades de gozar del aire libre, de convivir con sus vecinos, de sentirse parte de un vecindario y de desarrollar la confianza para actuar por sí mismos. Son niños a quienes dejan y recogen a la puerta de la escuela. Están acostumbrados a vivir bajo techo con clima artificial dedicándose a entretenimientos que los alejan del mundo verdadero. Más importante, los menores sobreprotegidos han aprendido a no acercarse a los demás.
Todas las generaciones recientes, las juarenses incluidas, se han visto sobreexpuestas a escenas violentas reales o ficticias a través de los medios de comunicación. La desensibilización a consecuencia de ello es un tema poco abordado que se intensifica en un entorno como el de la frontera en los últimos años. Cuando la agresividad es la norma en la etapa formativa, se aumenta el riesgo de reproducirla sin más. 
Eso sin contar a los menores víctimas directas de la violencia.

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