Opinion

Gastar en pocos el dinero de todos

Luis Alfonso Arenal

2016-08-16

Es común decir que el Gobierno debería gastar en promover el deporte, la cultura, el sano esparcimiento, el desarrollo social y cuanta cosa se le ocurra a cada quien.  De entrada podría ser plausible y hasta recomendable. Seguramente sería más útil que el gobierno gastara en ello en vez de otras cosas de utilidad aún más dudosa.  Pero debemos de ir más allá de lo obvio.
¿Realmente es función del Estado el promover o financiar la cultura o el deporte?  A raíz de los resultados obtenidos por la delegación mexicana en Río de Janeiro, las críticas a la Comisión Nacional del Deporte (Conade) se han multiplicado y ya hasta se inició en el sitio change.org una colecta para solicitar el cese del actual titular. 
Un amigo nos hace el favor de compartirnos la misión y la visión de la Conade y volvemos a caer en el terreno de lo políticamente incorrecto: no es una función de la Conade financiar atletas olímpicos. En realidad está más enfocado al fomento masivo del deporte. No pretendo defender a Castillo pero si lo vamos a juzgar o evaluar, hagámoslo de acuerdo a lo que sí son sus funciones. Si usted estimado lector está interesado en ello, puede consultar el sitio http://conade.gob.mx/ y  formar su propia opinión.
Podemos celebrar la medalla obtenida por Misael, quien salta ahora a la fama gracias a este logro. Pero también hay que cuestionarnos y analizar seriamente si sería justo que el Gobierno gastara nuestros recursos en enviar atletas a una competencia deportiva.
Para todo lo anterior debemos partir primero de cuál es nuestra filosofía sobre lo que debe ser el Estado y otros conceptos como bien común, solidaridad y subsidiariedad. Por razones de espacio, trataré de explicar estos conceptos de la manera más simple posible.
Soy de la opinión de que el Estado tiene como función proteger nuestra vida, nuestras propiedades y nuestra libertad. Tengo amigos cuya filosofía política concibe a un Estado que incluso debe garantizar el ejercicio de derechos sociales, lo cual suena muy bonito (y lo respeto) pero la realidad suele imponerse de una manera muy poco “políticamente correcta”. Líneas más abajo abordaré esta controversia.
El bien común es el ambiente que permite que cada individuo pueda desarrollarse a plenitud (no es un concepto individualista ni colectivista). La solidaridad es unirnos a una causa que nos es común (no es unirse a causas ajenas como Carlos Salinas nos quiso hacer creer). La subsidiariedad es tanta sociedad como sea posible y tanto gobierno como sea necesario.
Entremos ahora en materia. ¿Es más importante que el gobierno gaste en nuevos semáforos o que arregle nuestras calles? ¿Es más importante que arregle las calles o que mejore los servicios de emergencia?  Siempre habrá voces que den respuestas diferentes a éstas y otras preguntas. ¿El gobierno debe gastar en enviar atletas a una olimpiada o promover el deporte en las escuelas primarias? Voy más allá: si en Juárez hubiera muy pocas personas aficionadas al hockey, ¿debería el gobierno gastar en financiar un equipo de hockey local que promueva nuestra ciudad y atraiga turismo de Canadá?  Creo que es la sociedad la que debería apoyar a los atletas y equipos deportivos de nuestra ciudad. ¿Es más importante que el gobierno financie un equipo de futbol soccer o un partido político?  Cualquier respuesta, habrá alguien que no la considere políticamente correcta.
Aplicado a otros aspectos de la ciudad, tenemos una gran cantidad de terrenos que la ciudad dona a organismos intermedios que realizan un trabajo importante para el tejido social de nuestra ciudad. ¿Hasta dónde es válido que esas organizaciones reciban el dinero de todos los contribuyentes o parte de nuestro patrimonio? Allá por 1992 hubo una controversia entre vecinos sobre el destino de un terreno baldío en Infonavit Casas Grandes. ¿Era más importante la construcción de un templo religioso o de una cancha deportiva? El bien común nos diría que debería ser lo que beneficie a más personas, independientemente de su credo religioso pero aquella vez se optó por una solución salomónica (que a la larga evitó conflictos).

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