Opinion

Orlando, México y el odio

Yuriria Sierra

2016-06-14

Ciudad de México– Seguramente cuando se tiene el temor y, en muchos casos, la certeza del fin, la mente y el corazón se dirigen a lo que más importa, a lo que en definitiva es esencial para cualquier ser humano: el amor. Porque son esos momentos de adrenalina lo que ponen todo en debida perspectiva. Tal vez por eso una de las víctimas de la masacre de Orlando le escribió a su mamá en los minutos previos a su muerte. Es increíble –y también injusto– pensar que es hasta entonces cuando nos llenamos de sensatez, cuando verdaderamente actuamos sin que importen las cosas que generalmente nos importan, porque sabemos que ya no habrá mañana y es ahora o nunca el momento para tomar la mejor decisión. Y en este tristísimo caso, para despedirse de la gente que se ama.
Aquí estamos: en este impensable momento de la humanidad (es el siglo XXI) en que aún discutimos la manera en la que podemos y debemos amar. Todavía atorados en si debemos comportarnos de tal o cual forma, reprobando a quienes no cumplen con lo que queremos y/o creemos que deberían hacer o dejar de hacer. Como si llegáramos a este mundo sólo para realizarnos a través de la mirada ajena. Malinterpretando mensajes que, nos dicen, fueron escritos por alguien hace miles de años; mensajes que se resumen en eso tan esencial para cualquiera y que olvidamos cuando nos conviene, pero recordamos en el momento del fin: el amor. Para todos los fanáticos que no se cansan de argumentar con la palabra de cualquiera que sea su Dios, ¿no es acaso el amor el centro de su discurso? ¿Por qué condicionarlo a lo que han querido (mal)entender sus seguidores en la vida terrenal? ¿Acaso alguien con un mínimo de corazón cree que es una buena forma de halagar a Dios (insisto, cualquiera que éste sea) el odiar al prójimo?
Lo que ocurrió en la discoteca Pulse en Orlando puede ser leído como un crimen de ISIS, porque sabemos que la suya es una sociedad que ha cometido crímenes terribles en nombre de su Dios. Pero sobre todo, con ISIS o no mediante, fue un acto de odio hacia la comunidad LGBT, que no ha logrado ocupar su lugar en la sociedad porque seguimos atorados ahí, en el prejuicio y la ignorancia. Pienso en el monstruo que terminó con la vida de 50 personas e hirió a otras 53: Omar Mateen. Pero también en todas las voces de la semana pasada en nuestro país. Cuántos de esos grupos radicales o personas supuestamente moderadas vociferaron que la iniciativa de EPN sobre el matrimonio igualitario había sido la causa de la derrota del PRI el 5 de junio. Una explicación falaz y desmentida en ésta y otras columnas (algunas imperdibles con números mediante). Así tan campantes alimentando un discurso de odio que han propagado desde hace años y que, al paso del tiempo, no se ha podido erradicar. Así lo ha hecho la Iglesia católica: señalando lo que no les acomoda, pero ocultando a las decenas de sacerdotes pederastas y solapando actos de corrupción (o siendo parte de ellos), pero que no se le ocurra al Presidente enviar una iniciativa donde por fin se reconocen derechos que, por fortuna, él ya entendió que no deben estar sujetos a consenso. Justo iniciativas como la de EPN abonan muchísimo a que los discursos de odio dejen de tener un lugar (y justificación) en el cotidiano de nuestra sociedad.
Me pregunto si alguno de esos 50 jóvenes que murieron a manos de la homofobia de Omar Siddique Mateen habría sido uno de esos tantos millones que viven la homofobia desde casa, con el rechazo de sus padres que, tal vez, hoy lamentan el saber que no volverán a tener a esa hija o hijo en sus brazos. Porque el odio que llenó de sangre las manos de Mateen, se repite en el colectivo, pero su semilla germina desde casa. Por eso es importante que los gobiernos garanticen los derechos básicos a todos los integrantes de su comunidad, porque es la única manera de frenar, desde su trinchera, que discursos como éste se propaguen de formas tan demagógicas como lo hace Donald Trump o tan cotidianas como lo hizo Mateen. Porque, a decir verdad, en México hay montones de Mateen: homófobos, misóginos y fanáticos. La diferencia es que no tienen armas. Afortunadamente, este gobierno, como tantos otros en el mundo, piensa otorgar a todos el arma de legalizar su forma de amar y protegerlos de tanto odio. Eso es lo que debe hacer un Estado. Es lo que genera civilización (y destierra la barbarie).

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