Opinion

Violencia intrafamiliar o decadencia social

Samuel F. Velarde

2015-07-05

Los que nacimos en los años cincuenta y sesenta vivimos un país diferente, si bien se padecía el mismo o peor autoritarismo gubernamental, con presos políticos, represión de ferrocarrileros, maestros y campesinos, con caciques como el famoso general Santos en la Huasteca potosina y los excesos del poder de la eterna cúpula del partido hegemónico, los valores familiares permanecían más sólidos y fraternos. Por supuesto que la globalización e internet aun no aparecían y no existía su influencia negativa. Por otro lado, las Ciudades eran menos inhumanas. Lo anterior, tal vez es afirmado con aires de nostalgia y puede ser cuestionado por cierto, pero al menos la decadencia familiar no se presentaba como lo es en la actualidad.

El asesinato de una mujer por su marido y después el suicidio de éste, ocurrido hace unos días, no es más que otro homicidio con una característica que ya debe ser un foco rojo para las autoridades: la violencia intrafamiliar en extremo, una violencia que cada vez más se extiende por nuestra apaliada Ciudad Juárez.

Y esto es para alarmarse, porque pareciera ser que en nuestra Ciudad existen algunas variables que han empujado a este tipo de conductas patológicas, propias de una sociedad en decadencia o donde se ha perdido la solidaridad, el respeto por la vida, la conciencia y la condición del ser humano. Es decir, existen variables que rebajan a la barbarie a muchos habitantes de esta ciudad.  Sin caer en especulaciones o evitando análisis superficiales, es un hecho que la Juárez ha pasado por una crisis de violencia demasiado grave, donde su estela ha dejado consecuencias muy peligrosas, como el devaluar a la vida misma, donde se pierde el sentimiento de afecto hacia el otro, donde el odio está presente en muchas personas.

Se tendría que estudiar y analizar si algunos espacios urbanos generan violencia per se, espacios olvidados, agrestes, sin perspectiva de un desarrollo humano, pero también habría que ver las condiciones económicas de los que han padecido la violencia intrafamiliar, pues en ocasiones las presiones económicas llevan al individuo a la desesperación y a prácticas violentas. Por supuesto que el materialismo también influye demasiado: donde el dinero y el tener es más importante que cualquier otra cosa. Luego, los buenos sentimientos se ven socavados. Lo más grave del asunto es que nuevamente nadie está interesado en el problema de la violencia intrafamiliar, ni siquiera el discurso religioso dominical lo está.

Nuestra ciudad en los últimos tres años ha padecido crímenes de la naturaleza antes descrita, donde familias enteras han muerto por la violencia que lleva a la locura total. No sé si haya algunas políticas públicas destinadas a combatir este tipo de violencia, pero al menos a ojo de buen cubero no se ven por ningún lado, ni siquiera anuncios preventivos en la televisión con una línea telefónica abierta para asistir a posibles víctimas.

La pujante Ciudad Juárez, de inversión extranjera directa, llena de migrantes con necesidades, con juarenses apáticos a su realidad, con personas que intentan darle una imagen de “no pasa nada” y “todo está bien, la gente se divierte” puede ser una ficción, ya que detrás de eso está una realidad que nadie toca o desea tocar. Sin embargo, si no se logra hacer algo, no pasará mucho tiempo en que nos convirtamos nuevamente en noticia, ya no por lo que ha sucedido anteriormente, sino por los altos índices de violencia intrafamiliar.

Por lo pronto, insisto, las religiones tienen mucho que hacer, más allá de anunciar apocalípticamente el final de los tiempos, lo cual es muy cómodo, en lugar de combatir y ayudar a solucionar parte de esta crisis terrenal, dejando también el discurso estático de los viejos tiempos como si viviéramos en la edad media. Las autoridades, por otro lado, tienen más que hacer al respecto y bueno, las instituciones de educación media y superior no se diga, aunque da la impresión que no encuentran el cómo.

Entonces, es necesario no convertir a este terruño querido por muchos en un coctel molotov de la multivariada violencia humana. En todos nosotros hay responsabilidad en el qué hacer.

       

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