Opinion

Y ahora, los tianguis

Adela S. González

2015-07-05

No hay duda de que la ciudad funciona con desorden permitido por las autoridades que poco actúan en favor de  la convivencia ciudadana y para mejorar cualitativamente el entorno donde nos encontramos, complicado por los miles de carros en circulación, el desastroso estado de las calles y un transporte público que tanto deja a desear.

Recientemente se emprendió una campaña para obligar a peatones a cruzar por donde se debe; por enésima vez se ordenó el retiro de pedigüeños en los puentes; se emprende contra los que tiran basura y destruyen parques, y contra guiadores ebrios con acciones tan efímeras que permiten  desobedecer leyes, reglamentos y llamados al orden, normalmente interpretados como recaudatorios.

Ahora son los tianguis o mercados semifijos los que agregan otro frente a lo que no se resuelve por debilidad o falta de autoridad. Debilidad en cuanto a permitir la ocupación desordenada de espacios de uso ciudadano general sin que nadie lo note, y falta de autoridad porque, aunque no se crea, existen en papel reglamentos incumplidos que la administración municipal pasa de largo.

Los tianguis se han multiplicado sin apuntar a las características de los mercados tradicionales y con lejana intención de establecerse en inmuebles, sujetarse a estamentos legales y aceptables en funcionamiento. Son simplemente filas de vendedores en instalaciones improvisadas, apostados  sobre terrenos baldíos y, como ya ocurre, extendidos a calles de zonas habitacionales cuyos moradores tienen que aguantar toda esa improvisación.

Los llamados tianguis son muestra de complacencia gubernamental por la poca y nada efectiva vigilancia que se ejerce, permitiendo además la venta  de mercancías variadas sin control sanitario (ropa usada, muebles, electrónica, alimentos y todo lo que pueda imaginarse) que los consumidores, sin temor al riesgo de afectar la salud, adquieren de acuerdo a su preferencia y a lo que están dispuestos a pagar.

Han ido surgiendo bajo una misma justificación: la búsqueda de ingresos ante la falta de empleos suficientemente remunerados para garantizar el sustento familiar y, también, satisfacer necesidades al comprar a bajo precio, aunque sean reestrenos o segunda mano y sin garantía. Visto así, son de utilidad para grandes segmentos de la población.

Esos enfoques justifican su existencia mas no su proliferación desordenada, como ha sido hasta ahora. El pasado 25 de junio, el director de Comercio Ramón Mario López López anunció el retiro “por invadir la vía pública” de los tianguis ubicados en las colonias Parajes de San Isidro y Manuel Gómez Morín, y en la avenida Miguel de la Madrid afirmando además que se agotaría el diálogo de convencimiento para quienes infringen las normas, apuntalando la disposición del Secretario del Ayuntamiento Jorge Mario Quintana quien dio 15 días “para desocupar la vía pública”. De acuerdo a sus propias declaraciones hay 138 zonas de colonias y fraccionamientos invadidas de vendedores cuya reubicación será difícil en el plazo concedido. Mucha tarea para una dependencia (Comercio) que no cuenta con el personal necesario. En fin…

Hay otro aspecto que considerar sobre los tianguis y es la utilidad política y económica que dejan. Política, por cuanto a la obligada adhesión al partido que ampara a los vendedores, utilizados de manera efectiva en los períodos electorales. Económica para los líderes, dueños reales de la informalidad, pues sin su anuencia no se puede ocupar ningún espacio. Las cuotas, según la Dirección de Comercio superan el millón de pesos diarios y son pagadas por 38 mil vendedores. “Pero son más”, admiten.

Paulatinamente, los espacios públicos tienden a la privatización. Lo demuestran los vendedores ambulantes posesionados de espacios comunes de los que son inamovibles. Los “parqueros” que consideran las calles de su absoluto dominio, los pedigüeños en los puentes, los deportistas apoderados de lo que queda de aquellos “hoyos” del Chamizal, y agrupaciones adscritas al partido en el gobierno que han fomentado hasta hoy la cultura del desorden emparejada a la apatía ciudadana acostumbrada a estas anomalías sin exigir el derecho de vivir en mejores condiciones.

Con todo, los gobernantes no se cansan de promover Juárez como una ciudad moderna (¿?) que vale la pena visitar. Ciertamente, pero podrían presumirla más si ordenaran su funcionalidad evitando los lastres mencionados.

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