Opinion

Los objetivos ‘menores’ ¿Para cuándo?

Víctor Orozco
Analisa Político

2015-07-04

Hace poco, se provocó una polémica a propósito de unas palabras de Andrés Manuel López Obrador en las cuales calificaba los temas de la despenalización del aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo como poco importantes en la agenda social y política mexicana actual. La periodista Denisse Dresser hizo una crítica a la posición del dirigente de MORENA, que  sólo en algunos casos fue respondida ateniéndose a los argumentos esgrimidos y más se acudió a la descalificación personal.
Regreso al asunto, porque estimo que posee otras relevancias, además de la que tienen de por sí los dos tópicos específicos. Me refiero a los distintos objetivos trazados en el curso de luchas emprendidas para alcanzar transformaciones sociales. Podría exponerse la problemática a partir de varias cuestiones:
¿En las estrategias para lograr la transformación de una sociedad, la lucha por metas "menores" deben posponerse hasta haber alcanzado las "mayores"?. ¿Hasta que punto deben subordinarse objetivos específicos formulados por sectores particulares de una colectividad, a propósitos "mayores" que generalmente se refieren a la toma del poder político por las fuerzas sociales y políticas que postulan modificaciones sustanciales en los modelos económicos y maneras de dirigir al Estado? ¿Una vez en el poder estatal, sobre qué bases se pueden hacer descansar el conjunto de cambios a los que se aspira?
El debate es antiguo, desde luego y dividió a los partidos y grupos de la izquierda en "revolucionarios" y "reformistas". Los primeros acusaron siempre a los segundos de que se proponían únicamente maquillar al sistema capitalista sin alterar su esencia explotadora y los segundos respondieron que tras la fraseología radical se ocultaba un maximalismo del todo o nada, conductor de derrotas interminables. Como sucede siempre la razón completa no la tenían ninguno de los disputantes y sobre todo en el siglo XX, se produjeron toda clase de ejemplos históricos que enriquecieron el conocimiento del problema. Así que ahora existe material histórico en abundancia. Pensemos en varios ejemplos:
A finales del siglo XIX y principios del XX, en el seno de los grandes partidos obreros o socialdemócratas surgieron los primeros grupos de mujeres que reivindicaron la igualdad entre los sexos. No obstante ello, la lucha que emprendieron fue desdeñada por las direcciones de estos agrupamientos. Las sufragistas inglesas, pioneras en la batalla por el derecho al voto, tuvieron que enfrentarse con el milenario sistema discriminador casi solas. En otros países, donde se libraron duras batallas para conseguir, según el caso, reformas agrarias, derechos laborales, no fue infrecuente que las pugnas de las mujeres recibieran desplantes negativos. Primero, era lo primero, se decía. Hay que acabar con la explotación de los terratenientes, de los grandes capitalistas. Redimir al hombre, en sentido genérico y luego ya veremos.
El partido de los bolcheviques, idealizado por revolucionarios de todo el mundo, brinda un caso ejemplar. Ellos trazaron una estrategia de eficacia extrema para tomar el poder. Lenin y los suyos, lograron hacer una lectura completa y válida de la coyuntura brotada de la Gran Guerra para derrotar al régimen zarista, la principal fuerza de la reacción mundial en su tiempo y luego a los intervencionistas extranjeros aliados con enemigos internos. Su propuesta de primero tomar el poder y luego iniciar las grandes transformaciones indispensables se prestigió tanto que intentó copiarse por todas partes.
Muy pronto, los cerebros de mayor lucidez se percataron que sería imposible construir la nueva sociedad sobre las bases sociales y culturales existentes en el imperio ruso. Antonio Grasmsci, el dirigente y pensador del partido comunista italiano, formuló desde los años veintes varias ideas capitales. En alguno de sus ensayos, sostuvo que el socialismo, esto es, una sociedad de hombres y mujeres libres, no sometidos a los grandes aparatos del Estado o de las iglesias y a sus dogmas, con igualdad de oportunidades para acceder a los bienes culturales y económicos, era impensable allí dónde faltaban las organizaciones y los movimientos de muy diversa índole en los cuales se representaban intereses colectivos. Hablaba de luchas por la cultura y la educación, de agrupaciones variopintas: artísticas, sindicales, estudiantiles, cooperativistas, deportivas, círculos de lectores, de conferencias, de debates, etcétera. Muy escaso era todo este bagaje en la flamante Unión Soviética que reemplazó al zarismo y heredó el vacío existente entre el poderoso Estado autoritario y la sociedad. La nueva burocracia siguió en el mismo camino que sus enemigos, porque no tuvo nada que contrarrestara su poderío y quienes pretendieron recuperar los ideales animadores para la edificación de la nueva sociedad, no encontraron en qué apoyarse, salvo en la máquina estatal, que se reproducía a sí misma.
Entre otras cosas, el ejemplo soviético muestra la peligrosa ilusión de pensar que una vez con los "buenos" ocupando los altos sitiales del Estado, todas las reivindicaciones y demandas sociales serán alcanzables. Es seguro que la fragilidad o inexistencia de organizaciones  y movimientos sociales autónomos en la historia rusa, es una causa fundamental para explicar la hondura del retroceso ocurrido  después de 1990. Nunca como en estos tiempos fueron tan poderosas las élites capitalistas y los intereses de los derechistas que controlan el Estado ruso, nunca tan extendida y profunda la corrupción.  Putin, habla ahora como lo haría un primero ministro del Zar hace cien años. Dice que el matrimonio entre los homosexuales "corroe las bases cristianas del Occidente" y hace la declaración asociado con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa. ¿Sería posible esta posición cuasi medieval del Gobierno ruso si en la antigua Unión Soviética, hubieran florecido movimientos que defendieran los derechos, entre otras a la diversidad de preferencias sexuales? *seguramente no.
Es entendible que los dirigentes jerarquicen los objetivos y los temas en su estrategia para llegar al poder. Están obligados por la competencia electoral. Lo que no debe aceptarse es el abandono de los esfuerzos liberadores por comunidades, organismos, movimientos o personas individualmente consideradas, en aras de aquellas estrategias. En Estados Unidos, los candidatos presidenciales pueden estimar en su camino a la Casa Blanca, que la cuerda que deben tocar es la de los ingresos y los impuestos, pero los latinos y los afroamericanos cometerían un suicido político si admiten postergar sus demandas igualitarias hasta los anuncios de la siempre fugaz recuperación económica. Lejos de ello, tienen que hacerse de magnavoces de mayor potencia para ser escuchados e influir en las decisiones.
Andrés Manuel López Obrador es uno de los líderes con mayor apoyo social en México. Ha puesto en el centro de su estrategia la lucha contra la corrupción que tanto lacera a México, posición compartida por millones. Tiene probabilidades de llegar al Palacio Nacional en 2018, pero, ni derechohumanistas, ni ecologistas, ni feministas, ni intelectuales, ni maestros, ni estudiantes, ni quienes están a favor de la despenalización del aborto y la igualdad de derechos entre personas de distintas preferencias sexuales, ni trabajadores del campo y de la ciudad, debemos arriar banderas para subordinar las demandas propias o generales, a su modus operandi en la política. El rumbo de una nación, es la resultante del empuje de múltiples fuerzas sociales, políticas, culturales, que se apoyan o contrarrestan unas a otras. En esta pugna incesante, la mejor garantía de que en el mañana existan espacios amplios de libertades, de mejores condiciones de vida, de una sociedad igualitaria, es conquistarlos hasta donde se pueda, ahora y aquí.
Leí a militantes de Morena honestos e inteligentes que, reaccionando con desmesura en defensa de lo dicho por el líder, cayeron en la vieja trampa tendida por quienes dejan aquellos objetivos a merced de la gran promesa de una vida ulterior, una actitud cercana a las religiones y sus paraísos del mas allá. El nuevo partido ha concitado esperanzas para muchos, pero éstas quedarán canceladas si en su seno la diatriba sustituye a la argumentación racional, si no se entiende que su destino como organización constructora de un México más justo, depende de la rapidez con las cual se mueva hacia la conformación de una corriente histórica, con variados liderazgos y capaz de asumir todas las reivindicaciones progresistas, sin temores ni complejos.

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