Opinion

Córdova y las miserias de la aristocracia

Carlos Murillo

2015-05-23

Érase una vez en México, un muy, muy lejano y hermoso país en pleno subdesarrollo, que se hallaba un joven entusiasta, blanco, alto y de ojos azules, el prototipo de la nobleza europea. Su nombre, Lorenzo Córdoba Vianello que, cuenta la leyenda, ganó su linaje a pulso, primero estudió la licenciatura en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, y como miles de soñadores, iba a las clases a recibir la cátedra de sus maestros que le enseñaron las reglas mínimas de educación para poder interactuar con los seres inferiores, seres sin conciencia ni alma que viven como salvajes en las selvas y los llanos. Mientras a Lorenzo y sus compañeros discípulos los educaban los grandes maestros del derecho romano-germánico, ellos construían en su imaginación un castillo lleno de progreso y modernidad para aquella ínsula dejada de la mano del Creador.
En el mismo país, pero como si fuera del otro lado del mundo, Mauricio Mata Soria, indígena de Guanajuato, de la etnia otomí, no estudió en las escuelas que enseñan los buenos modales occidentales, no fue a las aulas donde adoctrinan a las clases populares en las bondades de la ciudadanía y el nacionalismo basado en las mentiras de los historiadores, que convencen a los jóvenes del valor que trae consigo la ética del trabajo, porque si no se trabaja y no se produce el hombre es inútil, el no conocer esto no le permitió a Mauricio asomarse por la ventana del capitalismo con unas monedas en la bolsa, que al final de cuentas es lo que vale en este mundo dominado por el neoliberalismo, Mauricio, no conoció la importancia de traer traje y corbata para ser un hombre completamente civilizado y exitoso, además que le es ajeno cualquier sinónimo de explotación del prójimo, pero nada de estas frivolidades le son necesarias, porque tiene una cosmovisión del mundo completamente diferente a la de la sociedad moderna que ya ha sido domesticada a través de, la religión hispana, el mestizaje cultural y la urbanización de la conducta.
Lorenzo Córdoba, en cambio, pronto fue destacando como un brillante abogado que quería un país lleno de prosperidad, entendiendo que esto, sólo se alcanza con el conocimiento, la industrialización y la tecnología, fuera de eso no hay nada. Después de estudiar la licenciatura, Lorenzo, que prohibía a sus amigos llamarle lincho, porque se oía muy ñero, continuó con la maestría y después cursó un doctorado en Italia, donde se terminó de formar como todo un aristócrata gracias a las becas del gobierno mexicano. Viviendo en Europa constató que su visión era correcta, treinta siglos de civilización no podían compararse con el atraso de los pueblos indígenas de su país. Cuenta la historia que un día, cuando el joven Lorenzo conoció Roma, lloró por observar majestuosidad de la cultura occidental, añorando que algún día su tierra fuera al menos parecida a la gran civilización del Imperio Romano.
Así fue como una tarde, sin proponérselo, comenzó una metamorfosis más profunda, en la UNAM le empezaron a llamar doctor a su regreso de Italia y adquirió un título de nobleza equivalente a un Duque de la realeza, sus bastos conocimientos en teoría y filosofía del derecho occidental lo posicionaron como una raza superior dentro de un país lleno de ignorancia y pobreza, Córdoba era casi, casi un semidios en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Mientras tanto, Mauricio Mata en Guanajuato comenzaba a organizar a un grupo de otomíes que decidieron dejar de ser invisibles y crear su propia nación, porque no compartían ni tradiciones, ni lenguaje, ni vestimentas, vaya ni siquiera la gastronomía, ni la religión, en nada se pueden comparar con los mestizos occidentalizados que se creyeron el churro de la raza cósmica, donde los pueblos originarios, es sólo la fantasía de un mundo imaginario como en la película de Avatar.
Mauricio ayudó a organizar a su etnia que, cansados de la discriminación y la indolencia del gobiernos, hartos de la camisa de fuerza que llaman nacionalidad, que no ha todos les queda, se unieron decididos a luchar por los Derechos Humanos de los pueblos originarios y establecieron una agenda contra corriente con un grupo de indígenas que se autoproclamaron nación autónoma, un proyecto destinado al fracaso por la falta de recursos, el principal de ellos, el conocimiento occidental y la comunicación, ya que, el hablar un lenguaje distinto y no conocer los significados de lo que se observa es como estar en otro planeta, Mauricio ve como marcianos a los mestizos y lo mismo sucede cuando es al revés, la gran diferencia es que Mauricio no tiene el poder y los mestizos sí.
Un día, gracias a las negociaciones con los partidos políticos, el Duque Lorenzo Córdoba fue electo presidente del INE y, en otro mundo, Mauricio fue designado secretario de una asociación nacional de indígenas, entonces el universo conspiró para juntarlos. Como dos caras de la misma moneda, pero completamente opuestos, llegaron a la cita con el destino. La misión del Duque en ese momento era fingir, porque así es la aristocracia que vive de los privilegios, finge a cada rato que le interesan las enfermedades sociales, pero ellos mismos son quienes construyen la enfermedad y el antídoto, sólo así pueden sobrevivir como becerros aferrados a la ubre. Por otro lado, Mauricio deseaba hacerse visible y con ello hacer visible a todo un pueblo, pero no en el discurso, ni en la desgastada retórica del pasado, no, en el indígena del presente que vive en un país de profundas desigualdades, no en el país que quiere a sus pueblos originarios, pero sólo impresos en los libros de historia o convertidos en fantasías de mitos, que prefieren rendirle culto al indio muerto, bañado en cobre o en yeso, en lugar de escuchar y comprender al indígena que sobrevive al capitalismo salvaje, pidiendo limosna en nuestras calles de ciudades mal trazadas.
En el encuentro, entre Lorenzo y Mauricio, se presentó el ritual mediático de rigor en tres tiempos, habla el bueno, habla el malo y foto para el periódico, los indígenas dijeron "queremos representación", el Duque dijo "ya los escuchamos", nada interesante pasó en esa entrevista, nada que alterara el orden preestablecido de las cosas.
Pero después el mundo colapsó, no cabe duda que el cosmos pende de un hilo delgado, y en un instante se convierte en caos, al Duque Córdoba le grabaron una conversación donde se burla a sus anchas de Mauricio y entonces todo cambió.
El representante de una institución que conservaba algo de credibilidad, en un país donde no abunda la confianza, había echado a la basura su imagen pública, Córdoba de hoy en adelante será recordado por el escándalo como el Gentleman del INE, comparable con el Señor de las Ligas René Bejarano en los noventa o un clásico, El Negro Durazo, el emblemático director de policía de los ochenta. 
Hoy el Duque Lorenzo Córdoba ha puesto por el suelo sus apellidos, manchados por su tono despótico y nefasto, que parece el sonsonete de cualquier adolescente adinerado y malcriado que se burla de la servidumbre, Córdoba es un auténtico idiota que comprueba la ley académica de que el doctorado no quita lo pendejo, ni la UNAM, ni el INE. Córdoba representa la doble moral de los aristócratas que salen a denunciar la ilegalidad en lo personal, cuando en público su comportamiento obviamente no se muestra como en verdad es, pero en privado se mofa del pueblo mexicano, esa forma de denigrar no debe existir ni cuando duerme un funcionario público, su disculpa de haber sido un promotor de los derechos indígenas en su actividad académica es otra muestra de su hipocresía, porque no tiene los pantalones para aceptar que sus expresiones plagadas de "no mames" y "cabrón" burlándose del lenguaje de un indígena, son la mierda del mundo puestas en la boca de Lorenzo Córdoba.
Sí, esas fueron las crónicas marcianas del INE, porque son dos mundos ajenos, el de los pueblos originarios y los miserables aristócratas del gobierno, discriminados y discriminadores puestos en la misma mesa, sin diálogo, sin consenso, posando para la prensa, simulando, fingiendo, esta historia tiene más de quinientos años, uno de los dos grupos morirá antes de que logren la comprensión del Otro. Es por eso que esta pequeña crónica no tiene punto final, porque lamentablemente continuará...

X