Opinion

Los asesinos del niño ante Themis y Némesis

José Elías Romero Apis

2015-05-22

Distrito Federal- Un niño fue brutalmente asesinado, después de ser bestialmente torturado. Una ley irracional perdona a los asesinos porque también son niños, aunque sean asesinos. Una sociedad indignada exige castigo. Una madre ingenua espera justicia. Unos espectadores desconcertados no entendemos qué hemos hecho mal. Una autoridad impotente no puede actuar. Una realidad muy cruel nos dice que no hay nada que hacer.

A la barbarie del crimen se añade la barbaridad de la ley. Los menores no son castigados aunque asesinen. Pero cambiar la ley para encarcelar a criminales infantes y fundar el kínder prisión, tampoco sería una solución. Ni para este caso, por imposible retroactividad, ni para evitar la perversión en algunos futuros niños. Con esto entendemos, una vez más, que la ley no tiene la solución para todo, aunque nunca se ha pretendido que sea la panacea, salvo en el discurso de los demagogos.

Así, pues, no pasará nada y nadie será castigado porque nada puede pasar y nadie puede ser castigado. Esto me ha recordado que, en la teología helénica, existían dos deidades que representaban a la justicia.

Una de ellas era Themis, que simbolizaba a la ley. La otra era Némesis, que representaba a la venganza. La justicia de los hombres y la justicia de los dioses. La justicia relativa y la justicia absoluta. La justicia parcial o temporal y la justicia total o eterna.

La ley de Themis, la ley positiva o humana o trascendente, ya desde aquel lejano entonces era muy vulnerable. Ya los hombres habían encontrado muchos métodos para derrotarla. La impotencia de la ley, la corrupción, la consigna, el abuso, la amenaza, la astucia, la trampa, la ignorancia, la pobreza, la indefensión, la componenda y hasta la política, entre muchos otros.

Pero la ley de Némesis, la ley natural o divina o inmanente, era invencible por naturaleza. Themis y Némesis no eran hermanas, pero actuaban como si lo fueran. Cada vez que la primera era burlada, engañada y vencida, la otra aguardaba al licencioso para cobrárselas, por la buena o por la mala, en ésta o en otra vida, pero sin el menor descuento y, antes más, con los más usurarios réditos. Quizá por eso identificaron a Némesis con dos atributos: lo invicto y lo vengativo. Ambos privilegios eran ajenos a los hombres porque sólo a los dioses se les consideró invencibles y sólo a ellos se les permitía vengarse.

Sin embargo, en el caso concreto que nos ocupa, nada podrán hacer los procuradores ni lo gobernadores ni los presidentes ni las supremas cortes ni los protectores internacionales ni la opinión pública ni los comunicadores ni todos los abogados del planeta.

Ante la injusticia de lo que no puede hacer la ley, algunos pensarán en la justicia de lo que podría hacer la venganza. Pero, como hace 30 siglos, la venganza es potestad exclusiva de los dioses y no estaría al alcance de la madre, una mujer viuda, pobre y débil. Como en aquel entonces, en un mundo injusto y corrupto, la justicia es muy cara. Y la injusticia, también lo es. Y la venganza es, a veces, mucho más cara.

Por mi parte, desde muy joven abracé la doctrina positivista del Derecho y de la justicia con lo que, paulatinamente, me fui alejando del pensamiento naturalista. Me apliqué a entender y a defender las leyes de los hombres y consideré que la ley natural era una confusión del intelecto y la venganza era una perversión del alma. Deposité todas mis esperanzas en la justicia de los hombres, a la que nunca creí ver tan derrotada, tan humillada y, en ocasiones, tan odiada como lo está en nuestros días.

Sin embargo, debo confesar que algunas veces entré en duda casi irresoluble. En los casi 20 años que serví gubernamentalmente a la justicia, muchas veces me laceró la impotencia de la ley y me asaltó el susurro de la venganza. Me sirvió que, casi siempre, tuve en mi oficina las figuras de Themis y de Némesis. Junto a ellas procuré que no hubiera libros ni leyes. Ellas no necesitan de normas ni de doctrina. Pero no las tenía aisladas del todo. Las acompañaba una tercera figura mitológica. Ésta era la de Cratos, el símbolo del poder. Éste las equilibraba a ellas y me inspiraba a mí. Con el poder que me había sido prestado, todos los días pude servir a mis anhelos de justicia y todos los días pude refrenar a mis impulsos de venganza.  

A la justicia de los hombres me he consagrado y, si existiera la reencarnación, lo volvería a hacer cuantas veces tuviera la ocasión. Pero, cuando me entero de un asunto como el que hoy nos ha ocupado, debo reconocer que a veces me gustaría creer en la inmanencia de la justicia. Bella ensoñación que promete una justicia que no se tuerce, que no se cansa, que no se asusta, que no se equivoca, que no se arrodilla y que no se vende. Bella ensoñación que le promete mucho y le cumple poco a Themis, pero que todo lo que promete se lo cumple cabalmente a Némesis.

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