Javier Cuéllar
2015-05-19La existencia de una nueva legislación en materia electoral según la cual los propios partidos, por medio de sus bancadas en el congreso, se ataron las manos para emprender las futuras y las presentes campañas de proselitismo electoral, ha traído graves consecuencias que tal parece no importarles a los diversos institutos políticos, debido a que en ellas se está desperdiciando el dinero del pueblo y no el suyo. De acuerdo a una interesante tesis del doctor en ciencias políticas señor Luis Estrada, teóricamente, las campañas son el tiempo que todos los partidos políticos se dedican a convencer al electorado nacional de la bondad de sus propuestas con el fin de ganar votantes para su causa, y lo cierto es que tal parece que se ha logrado todo lo contrario.
En un conteo sumario, donde se tomaron en cuenta todas las encuestas realizadas en el país durante este tiempo electoral, las preferencias electorales prácticamente no se han movido y al respecto tenemos dos situaciones determinantes: Una, el voto duro que tienen los partidos sigue siendo el mismo, lo cual no es de extrañar porque ese conjunto ciudadano se encuentra aferrado a su convicción y, por el contrario, busca argumentos para justificarse más en su postura; dos, el voto de los indecisos, que representa claramente un tercio de todo el electorado, si no es que hasta un poco más, ése, que debiera ser el objetivo a conmover en las presentes campañas, sencillamente no se ha desplazado un milímetro en ningún sentido, lo cual prueba que todo el esfuerzo publicitario ha servido de nada.
Se aprecia por todos los comunicadores que el actual sistema se encuentra muy regulado, los partidos y sus publicistas tienen escaso margen de maniobra, y cuando existe una posibilidad de ganar alguna ventaja por la incidencia de un debate, que hasta ahora han sido inexistentes, los mismos partidos se autoimponen reglas que convierten en soso el evento, nulificando toda posibilidad de llamar la atención de los electores y, así, la misma confrontación personal se ve despojada de cualquier elemento de impacto.
Se están destinando un aproximado de mil doscientos millones de pesos para financiamiento público de todas las campañas y, si contamos todas las prerrogativas, se dice que el presupuesto puede andar por el orden de los cinco mil ochocientos millones de pesos, lo cual son cifras impresionantes, más si tomamos en cuenta el nulo impacto que estas promociones políticas han tenido en el electorado. En estas campañas se ha producido un redondo índice de diecisiete millones de anuncios que son una cifra demencial si la comparamos con los alrededor de un millón de impactos publicitarios efectuados por los partidos demócrata y republicano de la última campaña electoral de los Estados Unidos, que dio como resultado la elección de Barack Obama a la presidencia de la Unión Americana.
Aún más, como son concesiones públicas del estado que se ceden a los partidos políticos, no tienen un costo para ellos aunque no se puede decir que nada cuesten y entonces las televisoras juntan todos los mensajes en un solo bloque que pasan de un tirón a intervalos regulares y está sucediendo que el televidente simplemente le cambia de canal, con lo que el efecto proselitista deseado sencillamente resulta nulificado y, por así decirlo, se va a la basura. Nadie lo ve ni escucha porque el público se siente saturado densamente de una publicidad que está muy vista y ha terminado por no interesarle ni a los del voto duro que, de entrada, no la necesitan.
Estas asignaciones publicitarias y de recursos se otorgan a los diferentes partidos de acuerdo a los índices de votos que obtuvieron en las más próximas pasadas elecciones, de tal manera que, sin posibilidad de hacer más campaña por su cuenta, tenemos como resultado que el partido fuerte siempre seguirá siendo fuerte y el débil queda condenado a permanecer en el ostracismo. Es evidente que se están desperdiciando todos los recursos con que cuenta la ciencia y el arte de la publicidad.
Como quiera que se vea, la actual legislación electoral, aprobada por todos los partidos políticos, ha resultado absurda y de nada ha servido la proliferación de hasta diez institutos políticos partidistas, pues al gran público no han llegado las noticias de la multiplicidad de opciones y se encuentra ante la presencia de unas campañas planas, ayunas de propuestas y sin capacidad de calar en la conciencia del electorado. En estas circunstancias, el gran ganador de esta contienda será el abstencionismo, porque ha sido imposible siquiera motivar al ciudadano para que realice el mínimo esfuerzo de salir a votar.