Opinion

De política y cosas peores

Catón

2015-05-05

Quise evitar el símil, por manido y obvio, pero forzó la entrada y se metió en el texto. Los carteles de la droga son como la hidra de Lerna, aquel monstruo imaginado por los griegos: si a esa serpiente se le cortaba una cabeza le renacía otra, y otra más, de modo que la única manera de acabar con ella era cortárselas todas a la vez. Hércules pudo consumar la hazaña, una de las muchas proezas que cumplió. (La mayor y mejor de todas fue la de haber amado a numerosas mujeres, de las cuales podría yo citar a más de 60, pero ninguna vendría). Acabar con la hidra es obra fácil comparada con la imposible tarea de liquidar el narcotráfico. Esa es una guerra que nunca se podrá ganar. Por cada capo que es apresado o muerto surgen otros diez más enconados aún. Cada organización criminal que es perseguida se divide en dos o tres de mayor ferocidad. Los recientes hechos acontecidos en Jalisco son prueba de la capacidad que tienen esos grupos de enfrentar a la autoridad, desafiarla y aun ponerla en jaque. Dos leyes paralelas rigen en el país: la del Estado y la del narco. Vastas regiones del territorio nacional -en algunos casos entidades casi completas, como Tamaulipas- son señoreadas por las fuerzas criminales. Ningún gobierno podrá acabar con ellas. Los incentivos que estimulan el narcotráfico son muchos y muy poderosos. Tenemos la desgracia de vivir junto al mayor consumidor de drogas en el mundo, y eso crea un mercado de billones de dólares. Hubo un tiempo -feliz tiempo, diríamos ahora- en que el gobierno mexicano dejaba hacer, dejaba pasar, y el trasiego de la droga “al otro lado” se hacía calladamente y sin ninguna consecuencia para la población civil. Pero desde que empezamos a hacerle el trabajo sucio al vecino, desde que nos metimos a combatir a los traficantes de la droga destinada a los viciosos del país del norte -vale decir desde que empezamos a tratar de proteger a quienes no quieren ser protegidos-, entonces empezó nuestra tragedia, y millares de mexicanos mueren cada año en esa guerra inútil que en el fondo no es nuestra guerra, sino la del vecino. Todo por no seguir la antigua regla: "Si quieres tú ser feliz / en forma reglamentaria / debes hacerte pendejo / por lo menos una hora diaria". Sé bien que la cuestión no es simple, y tiene muchísimas aristas. Para empezar, estamos sujetos al dominio norteamericano. Pero muchas veces la solución más simple es la mejor. O promovemos la legalización de las drogas y la regulación de su tráfico a nivel internacional -lo piden muchas voces- o dejamos de tratar de resolver un problema que nos es ajeno, y de librar una guerra que sabemos perdida de antemano. Con lo anteriormente dicho he cumplido por hoy mi modesta misión de orientar a la República, y en esta ocasión también, de paso, al mundo. Puedo entonces sin cargo de conciencia caminar por otra senda más amena, la del humor ligero. Aquella chica se llamaba Tabu Larasa, y estaba plana por atrás. Quiero decir que casi no tenía pompas. Le dijo Capronio, ruin sujeto: "A ti te sentaron cuando todavía estabas fresca ¿verdad?".  Doña Insacia, la esposa de don Languidio, tenía urgencias que su apagado esposo ya no podía apagar. A causa de eso la señora andaba siempre nerviosa y arriscada. Fue a la consulta de un especialista y éste, después de interrogarla, le indicó: "Ya que no puede usted hallar satisfacción en la vida real, haré que la tenga en el mundo de los sueños. Lleve usted estas cinco pastillas y tómese una cada día de la semana, antes de dormir. La roja es para el lunes. Soñará que está con un apuesto italiano. La verde es para el martes. Se verá en brazos de un guapo francés. La amarilla es para el miércoles. Se soñará usted haciendo el amor con un ardiente español. El jueves tomará usted la pastilla azul, y en el sueño será amada por un rudo teutón. El viernes, el mejor día de todos, tomará la pastilla morada y soñará que está en el lecho de un mexicano que la dejará exhausta y agotada, tanto que deberá usted descansar el sábado y el domingo". Llegó doña Insacia a su casa y le dijo a su marido: "Por favor no me vayas a despertar. Esta noche me voy a tomar cinco pastillas". FIN.

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