Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes
Escritor y periodista

2015-05-02

Timoracio, muchacho corto y tímido, embarazó a una chica en la primera cita. Le preguntaron sus papás: “¿Por qué hiciste eso?”. Explicó él: “Estábamos en el coche, y no se me ocurrió ningún tema de conversación”… Anta Ñona, vedette de edad madura, se jactó: “Tengo las piernas de una muchacha de 20 años”. Le dijo uno: “Devuélveselas”… Iba Caperucita Roja por el bosque, y el Lobo Feroz le salió al paso. Sugirió el lúbrico cánido: “Vamos atrás de esos arbustos”. “¡Oh no! -se asustó Caperucita-. A mi abuelita eso no le gustaría”. Replicó el lobo atusándose los bigotes: “A tu abuelita eso le encantó”… En el funeral de su mujer el viudo lloraba lleno de aflicción. “No llores, hijo -trató de consolarlo el padre Arsilio-. Con el tiempo encontrarás otra mujer igual”. El individuo se sobresaltó: “¡Igual no, padre!”… Propongo la desaparición de los políticos profesionales. El político profesional no tiene ideas: tiene desayunos. Lo suyo es la maniobra. Funámbulo de la coyuntura, volatinero del pancismo, cambia de color según la hora, y de rumbo según la dirección del viento. Cuando un camaleón quiere decir que otro camaleón es muy mudable dice de él: “Es un político”. Cuando una veleta acusa a otra de veleidosa dice: “Es muy política”. Los políticos profesionales no tienen principios: tienen únicamente fines. A mí me cae muy mal la palabreja “oxímoron”. Sólo la uso cuando quiero que los demás piensen que soy culto. En esas ocasiones suelo decir también “sindéresis” o “anagnórisis”. Sobre todo “anagnórisis”. Decir “político leal” es un oxímoron, pues en la misma frase se contienen dos términos opuestos. El político profesional no le es fiel a nadie, ni aun a sí mismo. Se apega sólo a esa vocación de poder que lleva a muchos hombres -y mujeres también- a hacer cualquier cosa con tal de alcanzar su objetivo. Toda esta perorata altílocua, bombástica y grandísona viene a colación por el caso del señor Ebrard. Así como a unos les da igual el pinto que el colorado, a él le da igual el amarillo que el anaranjado. Lo único que quiere es ser diputado, y plurinominal, que es el modo más cómodo de serlo. Le importa solamente estar en el candelero, aunque sea cada vez más apagado. Político profesional. ¿Con quién desayunará hoy Marcelo Ebrard?... Don Epítome Cuadrado sufre mucho. Sus compañeros de oficina -es tenedor de libros en “La periferia mercantil”- lo hacen objeto de burlas chocarreras que él ni siquiera entiende. Hace unos días el cajero le preguntó: “Dígame, don Pito: ¿por qué es famosa Puebla?”.  Respondió él: “Por su camote”. “Su mole, más bien” -corrigió el otro. Todos soltaron una inurbana risotada, y el infeliz don Pito quedó en Babia, sin explicarse por qué reían sus compañeros. Tampoco yo lo entiendo. ¡Ah mundo!... En el bar una mujer de aspecto sombrío bebía, solitaria. El cantinero le preguntó: “¿Qué le sucede?”. Respondió ella, ensimismada: “Lo voy a extrañar. A pesar de todo lo voy a extrañar”. Aventuró el barman: “¿Su marido?”. “Sí -confirmó ella-. Me estaba engañando con una zorra 20 años menor que él. Le regaló un coche de lujo, un abrigo de pieles y un brazalete de esmeraldas, y a mí no me daba ni siquiera para los gastos de la casa. Pero aun así lo voy a extrañar”. Inquirió el cantinero, compasivo: “¿Cuándo murió su esposo?”. Respondió con ominoso acento la mujer: “Mañana”… Don Poseidón, hombre del campo, acomodado, tenía dos hijas y cuatro hijos, todos casados ya. Sin embargo no había conocido la inefable dicha de ser abuelo. Al parecer las seis parejas tenían abierto el parque de diversiones, pero cerrada la planta de producción. Cierto día el rico terrateniente convocó a sus hijas y yernos, a sus hijos y nueras, y los sentó a todos a su mesa. Les dijo: “Tengo la ilusión de ser abuelo, pero ninguno de ustedes parece dispuesto a encargar familia. He decidido entonces ofrecer una recompensa de un millón de dólares a la pareja que me dé mi primer nieto. Y ahora digamos la acción de gracias por los alimentos que vamos a tomar”. Cerró los ojos don Poseidón y rezó la oración. Cuando los abrió estaba solo en la mesa. FIN.

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