Leonardo Valdés Z. / Investigador asociado de El Colegio de México.
2015-04-17Distrito Federal- Las últimas semanas hemos sido testigos del interesante debate que cíclicamente se repite en nuestro país: algunos argumentan que es mejor no votar, o en su caso, anular el voto; mientras que otros consideran que lo mejor es votar y hacerlo por alguna de las opciones que aparecen en la boleta. Digo que es cíclico este debate, pues se presenta, con cierta fuerza, cada seis años. La última ocasión fue en vísperas de la elección de 2009. Curioso, quienes entonces promovieron la abstención o anulación y ahora lo vuelven a hacer, no desplegaron los mismos argumentos en la elección de 2012. Quizá, porque esa era presidencial.
En México a diferencia de otros países latinoamericanos y en contra de lo que dice la Constitución, votar es un derecho. Me explico. Dice nuestra Constitución, como otras latinoamericanas, que el voto es una obligación del ciudadano. En varios países de la región, esa determinación da origen a que en alguna ley secundaria se establezca la pena correspondiente al incumplimiento de la obligación. En nuestro caso no es así. Ninguna ley secundaria especifica sanción alguna al ciudadano que incumpla con su obligación de votar. Por eso (y yo diría, por suerte) en este país, así como en los de tradición anglosajona, votar es un derecho. Y como todos ellos, se puede ejercer o no, sin perjuicio para quien no lo ejerce.
Se dice que como producto del enorme descontento de la población con los partidos y los políticos, muchos ciudadanos no acudirán a votar y, entonces, se hace la invitación a mejor anular el voto. Se asume, en consecuencia, que ninguna de las opciones merece que los ciudadanos le brinden su apoyo. A mí no me convence esa argumentación, pues además de que tengo la costumbre de votar por candidatos que siempre pierden, estoy convencido de que vale la pena participar en el complejo proceso de conformación de los órganos de gobierno y de representación política.
Ahora más que nunca. Pues el voto cuenta, se cuenta y, de ser necesario, se recuenta. Pero además, el voto tiene importantes consecuencias políticas. Aquellos que piensan que es necesario proteger la pluralidad política, lo pueden usar para que alguno de los nuevos partidos refrende su registro y tenga cierta presencia en la Cámara de Diputados. Los que auténticamente están enojados con los partidos, pueden anular su voto y por esa vía incrementar el total de votos válidos y el número de sufragios que cada partido deberá obtener para conservar su registro. O sea, anular hace más difícil que los partidos pequeños conserven su registro.
Los que viven en entidades en las que se elegirá gobernador, tendrán una interesante opción. Si alguno de los candidatos que van en coalición les agrada, pero los partidos no, pueden cruzar los emblemas de esos partidos coaligados y su voto contará sólo para el candidato, pero no para los partidos. Además, para los que piensan que la división y el equilibrio de poderes es lo más conveniente, también hay opción. Pueden votar por los candidatos a diputados, federales y/o locales postulados por partidos distintos al que se encuentra en el Poder Ejecutivo. Además, ahora en algunos casos se podrá votar por candidatos independientes.
En fin, ante tantas opciones, pienso, sería un error no acudir a votar el próximo 7 de junio. La posibilidad de participar en el proceso político de conformación de órganos de gobierno y representación, no es cotidiana. En realidad, esa es la cuestión.
@leonardovaldesz